Hace pocos días en Colombia, un allegado al actual presidente Juan Manuel Santos fue llevado a una audiencia en la cual la Fiscalía solicitó que este personaje fuera enviado a prisión. Es cierto que nada se le ha demostrado y que podría una vez más salirse con la suya.
Pero ese no es el problema, sino todo lo que representan personas como esta.
En primer lugar, no tiene éxito por sus capacidades ni por su contribución a la sociedad con algo que las mayorías valoren – necesiten o deseen – sino por sus conexiones políticas. Son personas que viven como parásitos, aprovechándose del dinero que el Estado nos quita a todos para ellos tener altos ingresos.
En segundo lugar, el capitalismo de amigotes (crony capitalism). Es un personaje que vive de hacer “lobby” para que compañías específicas se queden con contratos con el Estado. Si bien esto no es ilegal, no quiere decir que sea bueno. De un lado, el lobby implica que los contratos con el Estado no son, nunca serán, justos en el sentido que no cualquiera tiene la oportunidad de ganárselos, sino que estos dependen de las amistades que puedan conseguir – esto es, pagar – los empresarios.
Del otro, esto da lugar para que los críticos del capitalismo sigan confundiendo este sistema con el que actualmente tenemos: unos empresarios que el único riesgo que corren es contratar a personajes para que les consigan contratos y así enriquecerse. No necesitan al mercado: prefieren los almuerzos en restaurantes costosos con parásitos, lobistas, funcionarios o políticos.
Tercero, este personaje representa por qué las cosas siguen igual: no solo él, sino miles de personas consideran que el Estado es la única forma de movilidad social, de ganar algo. Como son incapaces de hacerlo en el mercado. Como allí, no tienen ideas que hagan que millones de personas les den voluntariamente un pago por los servicios o bienes que ellos producen; como allí no tienen habilidades que hagan que una empresa los contrate; entonces, solo les queda la conexión política, la falta de ética, el aprovechamiento de favores: las decisiones políticas.
En el mismo sentido, se crean expectativas. Cuántos individuos no verán que la única forma de mejorar sus ingresos es una participación así en el Estado. Por ello, se preparan solo para trabajar en él, para hacer “contactos”. Poco les importa crear, innovar, emprender: creen que la solución a su vida es trabajar con el Estado.
Así, nadie cuestiona, critica, ni cambian las cosas. Al contrario, se profundizan: esa visión del Estado “botín” puede explicar en parte por qué se le atribuyen tantas funciones y que, a pesar de su incapacidad de cumplirlas, se insiste en que es éste el que debe atenderlas.
Ni el mundo académico se escapa de esta realidad: hoy critican a Roberto Prieto, pero cuando pueden, tratan de enriquecerse a punta de contratos con alguna entidad estatal o, al menos, de tener un “contratico”. Todos quieren disfrutar del botín y los académicos no son la excepción: de hecho, para mejorar su estatus en la academia, algún contrato de consultoría tiene que haber tenido con el Estado.
Cuarto, es la razón por la que no se puede esperar mucho del Estado. Las decisiones se toman así por su propia naturaleza. Los recursos que allí se manejan pierden cualquier tipo de responsabilidad: parecen provenir de la nada y al decir que son de todos, en realidad se convierten en propiedad de quién los administre en un momento dado.
En consecuencia, los incentivos para comportamientos irresponsables, clientelistas y hasta corruptos están dados. ¿Cómo escoger entre miles de empresas para adjudicarles un contrato? Si se tiene un “amigo” y dándole el contrato se le puede ayudar, quedemos mejor todos. Al fin y al cabo, ¿quién se dará cuenta? Así debe ser el razonamiento de este tipo de personas.
¿Cuántos Robertos Prieto tendremos en Colombia? ¿Cuántas personas viven, facilito, de apropiarse del dinero de los demás? Grave es que ni lo hacen de frente: viven, como parásitos, de reuniones con la gente adecuada. Esto puede no ser un delito, pero nadie puede decir que es ético.
Tampoco es lo adecuado: este tipo de personas estimulan ideas equivocadas y aprovechan la naturaleza de la organización estatal para perpetuar un juego en el que todos tratan de vivir a costa de todos. Así, ni la cooperación ni la vida armónica en sociedad se pueden lograr.