Cualquiera que haya seguido mis escritos de este año, sabrá que considero que el principal peligro en las elecciones presidenciales que se avecinan es la llegada al poder del populismo de izquierda radical que encarna Gustavo Petro.
Sus seguidores, simpatizantes y otros a quiénes las ideas de izquierda les parecen adecuadas, me han tildado de catastrofista, exagerado, ignorante, entre muchos otros adjetivos. Me parece que los equivocados son ellos. Esto lo he demostrado en varios de mis escritos.
En este sentido, y ante los resultados que Petro ha obtenido en las encuestas, reconozco que es necesario votar por otro candidato, así no haya una opción definitivamente adecuada para el país. Es decir, sé que el pragmatismo guiará a muchos a votar por el mal menor en comparación con Petro. ¿Quién es ese mal menor? Aunque yo no lo tengo tan claro, sé que muchas personas consideran que éste es el actual candidato del Centro Democrático, Iván Duque.
Y puede ser. Sin embargo, creo también que una cosa es que éste sea un candidato menos peligroso que Petro y otra muy diferente que sea un buen candidato o lo mejor para Colombia.
Es posible que un gobierno de Iván Duque no llevará a Colombia por la senda del socialismo, pero eso no quiere decir que la recuperará de la del intervencionismo que hemos tenido por tanto tiempo. Ni en la experiencia que tuvimos durante el gobierno del líder político – Álvaro Uribe Vélez – ni en la hoja de vida (escritos y pronunciamientos) del candidato Duque, ni en sus propuestas se encuentra evidencia alguna para afirmar que éste pretende ni disminuir las áreas en la que el Estado interviene, ni las trabas al emprendimiento, ni el pesado gasto público que existe ni la cantidad de recursos que, como consecuencia, el Estado nos quita a los ciudadanos y a las empresas.
Las menciones que se hacen son cosméticas y poco se puede esperar que el estado de cosas actual cambie de manera definitiva. Un candidato así no puede ser considerado como “lo que necesita Colombia” ni como una buena opción. A lo sumo, como decía, es un candidato menos malo que Petro. Sin embargo, las prácticas de clientelismo y capitalismo de amigotes que tanto daño le han hecho al país para que sus ciudadanos puedan perseguir sus propios objetivos parece que no serán alterados.
Un ejemplo de esto: nos dicen que van a hacer una simplificación normativa, pero no nos dicen en qué consiste, ni cómo la harán, bajo qué criterios, pero sí nos dicen que van a reducir los costos de la energía y que van a crear ventanillas únicas para trámites.
Un poco ingenuo –por no decir lo menos– pensar que el Estado va a determinar los precios de la energía y que eso no tendrá efectos indeseables en el mercado. Por otro lado, cuántos proyectos se han hecho para crear ventanillas únicas y nunca han funcionado. ¿Quién garantiza que esta vez sí lo harán?
De hecho, existen varios temas que nos ponen a dudar sobre la efectividad – y responsabilidad – de este grupo político manejando los recursos del Estado. Prometen gastar y gastar (en burocracia, en infraestructura, en banda ancha, en deudas de los estudiantes, en educación, y decenas de temas más), pero también prometen que van a reducir impuestos. Aunque, la verdad es que en una reciente entrevista, el candidato muestra que la supuesta reducción de impuestos es más cosmética que real. Puro keynesianismo.
Ahora bien, un tema que sonó mucho era el de la reducción de impuestos a las empresas (algo que parece no será tan cierto, según la entrevista mencionada) para, supuestamente, con ese mayor excedente para las unidades productivas, éstas incrementaran los salarios de los trabajadores.
No solo esta visión refleja un profundo desconocimiento de cómo funciona el mercado (las empresas no solo gastan en trabajadores y los salarios no se fijan por cuánto les “sobra” a las empresas, por ejemplo), sino que también es muestra de una peligrosa visión corporativista de la sociedad: el Estado diseña y los demás ejecutamos, según nuestra función social, y así todos estaremos mejor, en armonía, gracias al liderazgo de nuestros señores y benefactores. ¡Puro estatismo del más rancio!
De igual manera, ¡qué tal el Estado niñera que proponen! Nos dicen, por ejemplo, que van a enseñarnos buenos hábitos en salud para disminuir la obesidad; nos prometen que van a re-imponer las clases de urbanidad (cómo portarse bien, con buenas maneras y buen lenguaje) en los colegios; nos anticipan que educarán bien a los ingenieros del país; nos anuncian que crearán escuelas de padres. ¿Habrase visto una aproximación más paternalista, arrogante y peligrosa en una candidatura presidencial?
Para finalizar, por cuestiones de espacio, solo una más: por unos voticos, la campaña de Duque se ha aliado hasta con el diablo (nótese la paradoja). Primero, se incluyó al radical ultra-católico Alejandro Ordóñez. En los días recientes, recibió el apoyo del movimiento cristiano Mira y de la radical evangélica Viviane Morales (cuyo esposo, también evangélico radical, ha estado involucrado con grupos guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes).
Según el perfil de las alianzas, no cabe duda que su objetivo es solo uno: imponer una escala de valores sobre las demás, utilizando el poder coercitivo del Estado. Nadie puede decir que esto es algo deseable para Colombia.
Alguien me podría decir que muchas de las propuestas no se pueden realizar por obstáculos institucionales (como la existencia de Cortes). Sin embargo, esto no implica que no existe un riesgo y que los resultados en caso de que hagan lo que pretenden hacer no vayan a ser nefastos para el país. No hay que olvidar que, además, este candidato propone una Asamblea Constituyente, de la que puede salir cualquier cosa.
Otros me podrían decir que, igual, hay que votar por el menos malo. Puede ser. Como dije al principio, el pragmatismo para evitar un mal mayor no puede hacernos olvidar que no están eligiendo una opción adecuada. Puede ser el menos malo.
Pero no deja de ser malo. Cada uno decide qué hacer con su voto, pero no trate de justificar su decisión mintiéndose o planteándose ideas que no son: en Colombia, como van las cosas, tendremos que elegir entre dos males. El futuro del país no es halagüeño en ninguno de los dos casos. Ojalá me equivoque.