Pasó la primera vuelta presidencial en Colombia y, en lugar de claridades, lo que nos dejó son dudas y preocupaciones.
A cambio de un descanso por lo agotadora que ha sido la campaña, los ciudadanos se polarizaron aún más. Los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta, Iván Duque – representante del uribismo (aquéllos liderados por el expresidente Álvaro Uribe Vélez) y percibido por muchos como de derecha – y Gustavo Petro – el candidato de la izquierda radical, cercana al socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega – generan pasiones que no son fácilmente reconciliables.
Cualquier opción es percibida como una amenaza por los contrarios. El que declara que votará por Duque es acusado de tolerar el paramilitarismo y buscar la implementación de ideas de la derecha perseguidora de minorías.
El que declara hacerlo por Petro lo es de ser indolente ante la posibilidad de la implementación de un modelo como el venezolano en Colombia. El que considera la opción del voto en blanco es tildado de tibio, de incapaz de tomar una decisión y de ser incapaz de reconocer las implicaciones – siempre se consideran nefastas – de su decisión.
Además de las ideas, muchos otros factores no ayudan para disminuir los temores. Quiénes piensan votar por Petro temen un retorno del uribismo al poder con su persecución a los defensores de derechos humanos, sus pésimas relaciones con las cortes, su comprobado uso de los organismos de inteligencia para interceptar las comunicaciones de sus opositores.
Igualmente el uso exagerado de mecanismos clientelistas para cambiar la constitución y/o hacer pasar sus iniciativas legislativas, sus pésimas relaciones externas y sus relaciones – no comprobadas, pero aun así verdades absolutas para los opositores – con narcotraficantes, grupos paramilitares y violadores de derechos humanos.
Del otro lado, los seguidores de Duque temen de Petro su pasado como guerrillero del M-19 y la opacidad de esa participación: el candidato nunca ha reconocido haber cometido ningún delito, algo muy extraño pues esa guerrilla fue contratada por el Cartel de Medellín (por Pablo Escobar, específicamente) para tomarse el Palacio de Justicia (lugar en donde murieron quemados magistrados y civiles en una re-toma por parte del Ejército nacional que también se ha convertido en un oscuro episodio histórico en el que no importa lo que realmente pasó, sino lo que usted quiera creer según la ideología que usted profese).
Además, la figura de Petro genera temores por su paso por la Alcaldía en los que su improvisación, sus decisiones arbitrarias y autoritarias y su inefectividad son los menores de los problemas. Como si fuera poco, Petro ha demostrado pensar que la sociedad realmente está construida sobre relaciones conflictivas entre “clases sociales” y él se encarga, en todas sus intervenciones, de estimular el antagonismo, poniéndose del lado, supuestamente, de los más pobres.
Parte del problema está, entonces, en criterios objetivos de los candidatos que pasaron: generan temores y polarizan a la opinión. Pero también hay otros elementos menos identificables. Uno es el del grado de personalización de la política colombiana.
Es evidente que los odios generados están íntimamente relacionados por quiénes son los candidatos. Poca reflexión se hace por sus eventuales grupos de trabajo, mucho menos por las implicaciones de sus ideas (si tan solo esto fuera lo que se discutiera). En su lugar, los debates consisten en mostrar cómo ellos, como personas, son buenos, malos, o muy malos.
Pero, además de la personalización, hay un elemento más profundo…y delicado. De hecho, éste puede ser el principal factor del nivel de animosidad, de agresividad, de la campaña después de conocer los resultados del pasado domingo.
La discusión racional, la demostración, la evidencia son elementos que poco o nada importan en el estado actual de cosas. Lo único que queda son, primero, los prejuicios y las medias verdades. Luego, las evaluaciones subjetivas.
Para los críticos de cualquier lado, esa persona que tanto odian será la causante de todos los males posibles en el país. No hay duda de ello. No sirven los análisis ni la evidencia ni la razón. Pero, además, la percepción de semejante catástrofe es resultado de una medición absolutamente subjetiva.
Si usted teme la posibilidad de un modelo como el venezolano en Colombia, los opositores, primero, lo ridiculizarán, dejando claro que usted es, mínimo, un ignorante. Segundo, procederán a decir que, incluso en caso de que semejante cosa tan impensable pasase, no sería tan grave como una dictadura de “derecha”, basada en la persecución y la eliminación al respeto a los derechos humanos. Algo semejante sucede del otro lado.
Al final, diálogo de sordos. Cero interacción. Cero interpretación. Cero intercambio. Lo peor es que muy pocos cambiaron de lado durante la campaña. Por esto, porque estamos basados en interpretaciones, ningún debate y muchas percepciones y juicios de valor subjetivos, solo podemos esperar que el nivel de los intercambios en lo que queda para la segunda vuelta seguirá cayendo y convirtiéndose en agresividad e, incluso, violencia.
A eso estamos acostumbrados en Colombia: perpetuamos prácticas familiares porque eso es lo que conocemos, lo que nos parece intuitivo, lo que nos parece cercano. Al fin y al cabo, el temor, la rabia y la anécdota son mucho más fáciles que la crítica, la evidencia y el reconocimiento del error.
Son demonios.