Antes señalé que, más que criterios objetivos, la virulencia del debate político después de los resultados de la primera vuelta en Colombia, se deben a percepciones y juicios de valor que impiden que tengamos cómo utilizar el debate para que, de manera racional, disuadir al contrario de ver nuestro punto.
Semejante cosa requeriría ir más allá de escuchar las ideas contrarias. En este caso, sería comprender ciertamente cuáles son los motivos, las preocupaciones, los temores, las emociones de los contrarios. Y algo así es muy difícil de hacer.
Es posible entender eso para algunos casos: algunos amigos y familiares. Más allá, es muy difícil porque con desconocidos no es fácil establecer ese tipo de intercambios y, como si fuera poco, la mayoría de intercambios entre opositores se plantean con características agresivas, algo que dispara el mecanismo de supervivencia de los interlocutores.
Si, por ejemplo, en Twitter, alguien comienza a atacarme por mi posición, mi respuesta no será tratar de entender por qué su agresividad (en caso de hacerlo, además, usted puede ser objeto de más agresividad y burlas), sino que ésta será igual o se romperá la posibilidad de interactuar.
Ante este panorama, sin embargo, los colombianos tenemos que tomar una decisión en menos de un mes. Por ello, decidí dedicar este espacio a mostrarle a los lectores, más que mi decisión, las variables que utilicé, mis percepciones y mediciones subjetivas.
Así, no pretendo disuadir a nadie que cambie de opinión, pero sí puede servir para que los colombianos nos demos cuenta que detrás de las elecciones hay millones de seres humanos, cuya complejidad nos impide clasificarlos, simplemente, en buenos o malos, según en dónde esté usted parado políticamente.
Dos decisiones he tomado en los pocos días que han pasado desde las elecciones del pasado domingo. La primera es que, luego de darme cuenta de la importancia de la subjetividad, iba a dejar de preocuparme por tratar de disuadir racionalmente a los demás.
Es, más o menos, que cada uno haga lo que considere. Lo bueno es que, sea la decisión que se tome, todos tendremos que asumir las consecuencias en algún momento.
Para cualquiera que haya seguido mis escritos de este año, en los que explico mis críticas tanto a la opción de izquierda radical de Gustavo Petro como al estatismo oscurantista de Iván Duque, entenderá la segunda. Después de la segunda vuelta, alguno de esos dos personajes – lo que representan y quiénes los acompañan – estarán en el poder.
Y aunque en Colombia eso implica mucho poder, también es cierto que ningún gobierno puede controlar todas las esferas de la vida. Por ello, quede quién quede, decidí dejar de pensar como si una catástrofe fuera a suceder el día de la elección y a pensar, más bien, qué se puede hacer. Emigrar o hacer una activa oposición forman parte de las opciones.
Frente a la elección específicamente, pienso que el criterio para tomar la decisión debe ser el del riesgo que implica cada una de las opciones. En caso de que suceda el peor escenario, ¿cuál de las dos puede generar los peores resultados desde un punto de vista social? ¿Cuál puede ser la más costosa?
Acá es donde entra mi escala de preferencias. Así puedo medir qué es lo grave frente a lo que no lo es. Así, considero que perder las libertades económicas es la puerta para perder el resto de libertades.
Es más, creo que en el ámbito de las libertades económicas es donde más hay espacio para ganar y mucha más consolidación es necesaria. Por ello, es claro que no podría, desde ningún punto de vista, apoyar la elección de un gobierno como el que plantea Gustavo Petro.
Esto se puede hacer, ya sea votando directamente por Iván Duque o, según como vayan las encuestas, votando en blanco para tener claro que no voté activamente por ninguna de las opciones que me parecían tan inadecuadas para la actualidad en el país.
Creo que existe evidencia, teoría y filosofía para justificar el que las libertades económicas son esenciales. Sin las primeras, sin derechos de propiedad, por ejemplo, no pueden existir las demás. Pero más allá de eso, no me creo el oportunismo político de quiénes, como Petro, nos venden utopías en esta tierra: los que más hablan de defender los derechos de las minorías, por ejemplo, son los que más quieren volver a sus miembros dependientes de la acción estatal, quitándoles su dignidad y su carácter de individuos, para condenarlos a formar parte de colectivos que, en muchos casos, pueden ni existir.
No porque usted comparta una característica con otras personas, los convierte en seres que piensan exactamente igual, que tienen los mismos anhelos ni intereses. Eso es simplificar, a la fuerza, la complejidad individual.
Por su parte, no es que no me importen los temas “sociales”. Al contrario. El problema es que estoy convencido (para lo cual también hay evidencia, teoría y filosofía) que la desigualdad, la pobreza, la exclusión y demás, primero, pueden resolverse mejor cuando existen libertades económicas y, segundo, las más de las veces son resultado de la acción estatal, en lugar de resolverse por ella.
Además, en el caso puntual de Petro, sé que sus muchas propuestas nunca van a funcionar porque, o no las va a implementar, o porque las que implemente van a fracasar. Sin embargo, también sé que ante esto, siempre existirá una teoría de la conspiración que será utilizada para exculpar al líder y culpar a los demás. Incluso, esas teorías servirán para decir que “falta tiempo” para ejecutar la agenda en contra de los “malvados capitalistas”.
Por último, fuera de la escala de preferencias, está la consecución del peor escenario. El uribismo genera tanto odio – en particular, en las nuevas generaciones, algo que confieso no entender – que, más o menos, todos sabemos qué podemos esperar.
Esto llevará a más resistencia social, a más presiones para evitar cualquier exceso. Es más, es claro que la mayor preocupación de estos personajes en el poder será el de tratar de implementar una odiosa y anticuada agenda de valores sociales que fácilmente será resistida por miles, si no millones de ciudadanos.
En el lado opuesto, Petro genera tanta esperanza en tantas personas que esto muy fácilmente se convierte en tolerancia ante cualquier exceso, incluido el de la perpetuación en el poder, la persecución de todos los que sean considerados como enemigos (los empresarios, los capitalistas, los opositores, los críticos al gobierno, etc.) y la puesta en marcha de iniciativas que, a la postre, solo generan destrucción, pobreza, eliminación de la cooperación entre ciudadanos y demás fenómenos indeseables que solo la implementación del socialismo pueden generar.
Las anteriores son algunas de las consideraciones que he tenido en cuenta para estructurar mi decisión. ¿Que son subjetivas? Sí, ya lo había anticipado. ¿Que están equivocadas? Es posible. No obstante, prefiero usar mi tiempo pensando en cómo construir mi decisión en lugar de insultando a los que no piensan igual o tratando de convencer a quién no puede ser convencido.