El pasado domingo los mexicanos eligieron al que, para muchos, es el representante del populismo de izquierda en ese país. Días atrás, en Colombia, se eligió al que, para otros, representa el retorno de la derecha al gobierno. En ambos casos, esta categorización ha creado las condiciones para que, al cabo de unos pocos años, se comparen los resultados entre los dos países.
¿Que no hay mucho para comparar? No importa tanto si la comparación es pertinente o no. El punto es que así se hará y esto tendrá implicaciones para los dos países. En particular, en Colombia podemos esperar una nueva campaña en la que seguramente estará representada la izquierda populista. Por ello, cualquier resultado no solo será observado, sino que será utilizado en favor de alguna de las dos posiciones.
No obstante, es importante hacer un seguimiento juicioso de los dos gobiernos y no basarse en meras especulaciones, lugares comunes o percepciones. Esto es lo que se hizo con Lula da Silva, por ejemplo. Se repitió hasta el cansancio que era un líder de izquierda; poco importó realmente cómo gobernó y, por ello, en la actualidad, a pesar de su cercanía a escándalos de corrupción y hasta de estar en la cárcel, sigue liderando la intención de voto en su país.
Desde ya no sabemos cuáles serán los resultados. Lo que sí debemos es establecer unos criterios para no dejarnos engañar por la oscuridad, propia del análisis político. Acá, unas sugerencias.
No podemos predecir
No sabemos cómo van a actuar los gobernantes. Su pasado, sus promesas, la retórica que usan, sus alianzas y demás nos permiten anticipar, pero eso puede cambiar. No sabemos las variables que los afectan o que afectan sus decisiones. Puede ser que hayan engañado para llegar al poder o que haya presiones que los lleven a cambiar. Ahí está el caso de Lenín Moreno y su rechazo a su mentor, Rafael Correa.
Además, no podemos olvidar que existen diferencias institucionales y que, además, no podemos predecir los efectos que tendrán las medidas en tiempo ni magnitud ni efectos totales. Por ejemplo, podemos esperar que una mayor emisión llevará a problemas de inflación, pero no sabemos cuándo ni qué tanto ni qué otras variables están jugando para magnificar o reducir el impacto de una sola medida.
Como si fuera poco, no podemos anticiparnos a todo lo que pasará. La reacción de la sociedad civil, el papel de los empresarios, los asesores, el Congreso, las cortes. Del lado internacional, no sabemos los desarrollos externos.
Así, nadie puede decir que al fin llegó el cambio, ni juzgar, desde ya, los resultados. Tenemos que hacer análisis incrementales, según lo que vaya sucediendo y estar muy atentos a decisiones que se tomen y que puedan tener efectos sociales en el futuro.
Darles mayor relevancia a los hechos y no tanta a las palabras
La retórica es importante, pero no es lo único. Solo confiar en el discurso lleva a errores. No solo se trata de qué tanto está convencida una persona sobre lo que está diciendo, sino también qué implicaciones tiene lo que la persona está planteando.
Por ejemplo, yo puedo decir que me gusta el amor y mi propuesta puede ser que después de mí, todo el mundo se va a amar entre sí, sin distingos. Quién no ame, será castigado o excluido. En este caso, mi discurso se basa en un sentimiento sobre el que todos podemos estar de acuerdo por considerarlo positivo y necesario. No obstante, implementar lo que yo quiero no tiene nada qué ver con ese sentimiento y, en su lugar, puede llevar a todo lo contrario.
Por otro lado, debemos analizar las medidas que toman los gobiernos, cuáles de ellas se implementan y los efectos que éstas generan. Pero nada de esto es fácil de hacer. Por eso, se suele reemplazar ese difícil análisis con creencias y lugares comunes. ¿Cuántas veces las promesas de campaña se han dado como acciones ya adelantadas y a éstas se les han atribuido consecuencias prácticas?
Permitir, reconocer, la complejidad
En las discusiones, las personas tienden a atribuirle las mejores bondades y resultados a los representantes de sus creencias. Aquéllos que se consideran de derecha, asumen que todo lo que hagan sus representantes, está bien y critican todo lo de los contrarios.
Algo interesante sucede con la izquierda: todos los buenos resultados, se los atribuyen a su pensamiento, mientras que los resultados negativos, los niegan, afirmando que el gobierno que los pudo haber generado no es un verdadero líder de izquierda. Es más, en algunos casos se llega a afirmar que esas personas son “neoliberales” o de “derecha”.
El punto es que casi ningún gobierno, y cada vez menos, tiene una agenda pública “pura”. Por ejemplo, Lula da Silva gobernó con una retórica exterior de izquierda, pero fue moderado en sus decisiones domésticas. Incluso su política social no es la típica que se espera de un gobierno populista, sino que se basó en evidencia y en la focalización. En los mismos años, Álvaro Uribe en Colombia tuvo muchas prioridades de derecha (guerra contra las drogas y derechos civiles), pero incrementó el gasto público de manera consistente durante su gobierno.
Algo similar sucede en la plataforma de AMLO. En gran parte, es muy similar a lo prometido por Donald Trump (en industria y comercio, por ejemplo). Por otro lado, parece tener una visión de disminución del gasto público y de unas finanzas más responsables. Además, plantea prioridades sociales: incrementar salarios de ciertos trabajadores, como los profesores.
¿Qué va a primar? ¿Qué es lo que genera resultados positivos, si los hay? ¿Qué los negativos, en caso de existir? ¿Cuáles estimularán más la corrupción? Así podríamos seguir planteando cuestionamientos de difícil respuesta.
El contexto es importante
Las decisiones que toma un presidente no se implementan en el vacío, sino en sociedades con características específicas, en momentos puntuales y formadas por millones de personas que comparten determinadas características, pero que toman decisiones no necesariamente por las mismas razones ni objetivos. Todo esto debe ser tenido en cuenta para identificar qué tanto una decisión beneficia a una sociedad o qué tanto no.
Esto implica que deben tenerse en cuenta elementos como los rezagos entre la decisión y sus efectos, las consecuencias no anticipadas, los múltiples efectos que se pueden estimular y la forma de implementación, más allá de las meras decisiones de manera superficial.
Los análisis no serán fáciles
Si podemos anticipar algo es que, en los próximos años, los gobiernos electos en Colombia y México serán observados constantemente. Y la observación no será por el mero hecho de la evidencia empírica o el debate académico.
Cualquier resultado será utilizado políticamente no solo en esos países, sino en toda la región. Ya la dictadura venezolana se está frotando las manos porque cree que tendrá un aliado irrestricto y un modelo afín en México (además, deben estar esperando haber conseguido un nuevo mecenas que les financie el despilfarro).
En Colombia, Gustavo Petro está esperando el éxito de AMLO para parecerse más a él y llegar al poder en 2022. Veremos. El llamado es, sin embargo, a hacer análisis profundos, a no caer en la demagogia y a no dejarnos llevar por los lugares comunes y el afán de algunos de presentar su aproximación como la adecuada para la región.