No ha comenzado el gobierno de Iván Duque y ya ha dado mucho de qué hablar. Uno de los temas más interesantes, por lo difícil de su tratamiento, por las relaciones conflictivas y por las dificultades que atraviesa ese país, es el de sus posiciones frente a Venezuela.
De todo lo que ha anunciado, y que no sabemos en realidad qué hará, dos hechos son representativos: ha dicho que no nombrará embajador en ese país y ha impulsado una extraña, confusa y hasta ahora poco clara estrategia para cerrarle espacios a la dictadura.
Es evidente que la situación venezolana será determinante para Colombia en los próximos años. No solo está la creciente inestabilidad y el potencial de conflicto en ese país, sino la llegada masiva de venezolanos y la grave situación humanitaria por la que atraviesan quiénes aún permanecen allá.
No obstante, cualquier política debe pasar por reconocer las características de esa relación y el análisis riguroso de las diversas opciones que el gobierno contemple adelantar.
Relaciones Colombia – Venezuela: dándole contenido a las relaciones “amor y odio”
Históricamente, la relación entre los gobiernos de Colombia y Venezuela puede describirse como de amores y odios. Etapas de mucha cercanía, impulso de la integración y comercio, se pasa a largos periodos de animosidad que han llegado, incluso, a los peligros de la guerra.
Estas dinámicas cíclicas se han profundizado desde la llegada al poder del dictador Hugo Chávez. ¿A qué se debe esta dinámica?
Por lo menos dos razones explican esta situación. De un lado, las relaciones han sido instrumentalizadas por los gobiernos para resolver problemas domésticos, desviar la atención interna frente a dinámicas desfavorables y para sobrellevar momentos de inestabilidad política o económica.
Esto ha sucedido del lado venezolano, pero también colombiano. No obstante, debido a que el Estado colombiano ha evolucionado con los años, mientras que el venezolano tuvo un deterioro evidente, esta estrategia es más usada en los últimos tiempos por Venezuela.
Esta instrumentalización no solo explica las dinámicas. Por ejemplo, es fácil encontrar evidencia que demuestra que, ante caídas pronunciadas en los precios del petróleo, aumenta la probabilidad de problemas bilaterales. Lo mismo puede encontrarse cuando, antes de reconocerse abiertamente como una dictadura, Hugo Chávez utilizó tantas cortinas – llamadas entonces elecciones – para consolidar un poder que aún no tenía del todo. Ante cada ejercicio electoral en Venezuela, si se anticipaban problemas para el gobierno, se podía observar algún tipo de roce con Colombia.
Del otro, la segunda razón que explica las dinámicas de amores y odios en las relaciones bilaterales, es el carácter del régimen actual en Venezuela. Esto explica por qué la intensidad de los ciclos se profundizó con la llegada al poder de la dictadura. Esto se debe a que la venezolana no es una dictadura cualquiera. Es más, podría pensarse que – cada vez más – tiene visos de totalitarismo.
Esto implica, al menos, tres elementos. Primero, la irracionalidad como máxima en el discurso político. Hasta lo más inverosímil, las autoridades tratarán de mostrarlo como verdades lógicas y racionales. Por ejemplo, afirmar que no hay crisis humanitaria o inflación. Segundo, un componente de propaganda estatal que se encarga de ocultar y de re-escribir la verdad (y la historia) de manera constante.
Tercero, el resultado de las anteriores características es la facilidad en la construcción de enemigos de manera constante. Colombia es el objetivo “fácil” en este caso: por su modelo económico, por su situación de conflicto y drogas, por los líderes políticos que elige…en fin, cada vez que les convenga, y entre más amenazada se vea la perduración en el poder, el régimen tenderá a utilizar la estrategia del enemigo interno y externo. El externo será, siempre, Colombia.
Efectividad de lo propuesto
Ante lo anterior, es claro que lo que menos funciona en la relación con Venezuela, menos con la dictadura actual, es el idealismo. Idealista fue pensar, como se hizo los primeros años del gobierno de Juan Manuel Santos, que, con una política de apaciguamiento, de aceptar todo lo que ellos quisieran, las relaciones iban a mejorar. Tampoco lo hicieron cuando ese mismo gobierno les permitió pasar como protagonistas durante las negociaciones de paz con la guerrilla delas FARC.
Pero también puede ser idealista pensar que la cosa se soluciona con una escalada en los ánimos del lado colombiano. ¿Cuál es el objetivo de Iván Duque para no nombrar embajador? ¿Qué es lo que quiere lograr? Desde hace por lo menos un año, no hay presencia diplomática bilateral en ninguno de los dos países. ¿En qué se diferencia esa realidad con lo anunciado por el presidente electo?
Si la intención es pasar como un político “mano dura”, eso no funciona tampoco en la relación bilateral. Menos, si no va a mantenerse en su decisión: no sabemos qué presiones vendrán cuando inicie su gobierno. Por otro lado, ese anuncio deja más preguntas que respuestas: ¿cómo van a reemplazar, entonces, las labores de inteligencia que debe adelantar el Estado colombiano? ¿Cómo reemplazar, la comunicación directa? No debemos olvidar que estamos ante un gobierno al que no le importa que sus ciudadanos mueran de hambre y que ya ha anunciado la necesidad de bombardear a Colombia.
El uso de la fuerza se presenta cuando no hay comunicación cara a cara entre diplomáticos y cuando las percepciones equivocadas se adueñan de las situaciones. Cuando no hay encuentros de ningún tipo, ambos factores se incrementan.
Del lado de los planteamientos de Duque en Estados Unidos frente a Venezuela, la cosa es menos clara. ¿Qué es lo que propone? ¿Una invasión? Si es así, debería ser claro y mostrarnos, antes, cuál es el plan de mitigación de efectos negativos de tal decisión. Para los entusiastas de una intervención armada en Venezuela: primero, no han aprendido nada del pasado. Las intervenciones recientes en Libia, Irak y Afganistán no mejoraron las cosas. Al contrario.
En el caso venezolano, la cosa tampoco es tan clara: ¿quién va a reemplazar a la cúpula de dictadores? ¿Quién se tomará el poder? ¿Quién nos garantiza que no quedará ese país tomado por la violencia y/o un nuevo círculo de dictadores, asesinos y ladrones como los que ahora están ahí dirigiendo?
De lo contrario, parece que Iván Duque también con ello quiere parecer, pero no es. Pero esto es más grave: él debería estar hablando de Colombia en sus visitas internacionales y no de Venezuela. Al fin y al cabo es presidente del primero y no del segundo. Y hasta tanto no nos muestre que sus ideas tendrán efectos positivos para los ciudadanos del país que lo eligió y que le paga el sueldo, no debe andar mostrándose como muy “hombre fuerte”, si en realidad no lo es.
Una relación adecuada
La política con Venezuela debe ser resultado de un análisis de escenarios y no de pasiones ideológicas. El presidente colombiano no está en el poder para solucionar los problemas de los vecinos. No puede ni debe hacerlo. Por cuestiones geográficas tendremos que convivir con una dictadura, cada vez más cruel porque estará aferrándose al poder, por quién sabe cuánto tiempo.
Así, como ya lo demás se ha perdido (comercio, frontera viva, blindarnos ante la crisis), lo que más debe garantizar el gobierno es el mantenimiento de la paz. Colombia no está para jugar a la guerra, sin tener claridad de las probabilidades de victoria y solo porque el nuevo presidente tiene unas creencias específicas o porque quiere hacernos pensar que en realidad las tiene.