La dictadura venezolana sigue apegada a cumplir, como si fuera un manual, los comportamientos, equivocaciones y delirios del tipo de régimen en el que pretende convertirse: un totalitarismo.
En su modus operandi han tenido un espacio especial el uso de la propaganda y la creación constante de enemigos, tantos internos como externos.
En el episodio más reciente, el sátrapa Nicolás Maduro, en una clara – aunque no por ello menos paupérrima – actuación, pretendió hacerle creer al mundo y a los ciudadanos que sufren día a día los abusos de su dictadura, que fue víctima de un atentado con unos drones que explotaron cerca de dónde estaba en sus acostumbrados actos públicos de propaganda.
Aprovechando la atención que atrajo con semejante insulto a la inteligencia, muy rápidamente la dictadura atribuyó el supuesto intento de asesinato al expresidente colombiano, Juan Manuel Santos; se fue de frente en contra de los diputados opositores, entre otras quitándoles la inmunidad parlamentaria; y ha adelantado medidas para arreciar la represión y los excesos en contra de la población civil.
De esta nueva oleada, se desprenden varias observaciones. Lo primero que debe resaltarse es la debilidad que debe sentir el círculo más alto y cerrado de la dictadura. Ya no encuentran formas ni historias qué inventar para justificar su permanencia en el poder.
Además, la radicalización del uso de medidas represivas demuestra que sienten que están perdiendo el control político con rapidez. No obstante, y esto es importante, eso no debe ser tomado como que, en realidad, están perdiendo el poder. Una cosa es la percepción y otra los criterios objetivos que podamos identificar como muestra de la fractura o de la debilidad de la dictadura.
Podemos esperar que algunas de las siguientes condiciones se presenten de manera contundente: la pérdida del apoyo por parte de los militares a la dictadura; la consolidación de una oposición fuerte, decidida a llegar al poder y ejercerlo de manera efectiva, a contrapelo de todo lo hecho desde la llega a la presidencia del finado dictador Hugo Chávez; la pérdida de recursos de los que el gobierno puede disponer a su conveniencia, ya sea del petróleo o del narcotráfico; la consolidación de un movimiento social fuerte, que decida no ceder ante las amenazas del régimen.
A pesar de ello, la percepción sobre la debilidad existe y ésa es una buena señal porque algunas de las anteriores condiciones pueden ser resultado del desespero que hoy demuestran Maduro y sus secuaces. El problema acá es que mientras comienzan a fortalecerse las condiciones que llevarán a la caída de la dictadura, las cosas no mejorarán.
La situación económica y humanitaria, ante la indiferencia, la indolencia, del círculo que controla el gobierno tenderá a empeorar porque, como demuestra el pésimo manejo monetario que han mantenido, el sátrapa nunca reconocerá que son sus creencias, convertidas en políticas las que fracasaron y generaron la grave situación que presenta hoy Venezuela.
Para no ceder en este punto existen las teorías de la conspiración según las cuales, todo lo malo que suceda en el ámbito económico o social es, ya sea una conspiración de los medios de comunicación que crean una situación falsa o una del “capitalismo Internacional”, de la “derecha” o del “fascismo” que la han promovido. Muchas veces, ambos relatos se usan simultáneamente. No importa la contradicción porque a ese tipo de regímenes lo que menos les importa es la racionalidad y la lógica, tanto en sus creencias, como en sus discursos, como en sus acciones.
En el mismo sentido, podemos esperar un empeoramiento de la situación de represión, persecución a la oposición y uso de las fuerzas de seguridad para amedrentar a la población e intentar, de esa manera, que el sátrapa y su círculo más cercano sigan depredando – y apropiándose de – los recursos del país.
Una segunda observación está relacionada con el ámbito externo. No deja de ser interesante que, por lo menos hasta el momento de escribir estas líneas, en la nueva conspiración no haya sido incluido Estados Unidos.
Incluso si en los próximos días comienza a ser mencionado como co-conspirador, la verdad es que el olvido inicial puede indicar que, debido al gobierno actual de la potencia, que aparentemente no teme tomar decisiones impopulares en el ámbito internacional, la aparentemente rebelde y anti-imperialista dictadura venezolana prefiere no enfrentarse directamente, pues los costos pueden ser muy altos.
Esto no quiere decir, desde ningún punto de vista, que una intervención de Estados Unidos sea la clave para solucionar la situación en Venezuela. Sacar a la dictadura puede generar muchos más costos para la población venezolana y desencadenar muchos males mayores que no podemos prever.
Otra es la situación de Colombia. Este país seguirá siendo el chivo expiatorio de la dictadura: es el blanco más fácil – y más débil – al cual culpar de todo e incluir en todas las conspiraciones. Lo que no sabemos es hasta qué punto está la dictadura venezolana dispuesta a llegar para mantener su narrativa conspirativa.
Por ello, el nuevo gobierno colombiano debe, lo más pronto posible, formular una política efectiva frente al vecino; una política pragmática, que no caiga en idealismos baratos y que minimice, ante cualquier escenario, los efectos negativos que cualquier decisión, incluso las más extremas, puedan generar.
Mientras tanto, la dictadura venezolana seguirá dándonos un ejemplo práctico y patético de cómo actúan esos regímenes basados en la exaltación del estatismo y el sacrificio de la libertad.