Comenzó un nuevo Gobierno en Colombia. Pero las tendencias que venían desde antes, no parecen moderarse, sino radicalizarse.
Los opositores al grupo político que ahora gobierna a Colombia ya dictaron su sentencia: este gobierno será el peor de la historia. Vienen repitiéndolo desde que se enteraron de la victoria, lo siguen repitiendo. Sin haber gobernado, ya están como ciertas lo que hasta ahora son anuncios y hasta falsas noticias.
Por ejemplo, durante mucho tiempo dieron como cierto que el gabinete estaría formado por los más radicales de la extrema derecha colombiana. Ante el nombramiento de un gabinete, mayoritariamente técnico y no tan cercano al mundo político, pasaron a otro tema.
Así será durante todo el gobierno. Los críticos no cederán, no reconocerán, no cejarán. Ya dictaron sentencia y ésta es negativa.
Por su parte, el grupo político que llegó al poder, parece darles más importancia a las formas que al fondo. Y, al parecer, la forma que les gusta es la de lo políticamente incorrecto, lo del enfrentamiento directo, lo del ataque frontal. No con ningún objetivo, sino por ser controvertidos, polémicos.
El presidente del Senado, en la ceremonia de posesión del nuevo presidente, nos pintó un país en cuidados intensivos, algo que los datos no demuestran. Colombia ha mejorado en todos sus indicadores, por lo menos, desde principios de siglo. Pero lo importante es la forma: prefieren ignorar una mayoría de la evidencia y manipular la restante con dos fines.
De un lado, así no ceden, no reconocen, no cejan en su odio al gobierno saliente, cuyo presidente consideran un traidor. Del otro, se presentarán como salvadores ante cualquier avance en el sombrío – y mentiroso – panorama que han pretendido mostrar.
Ante esta preferencia por las formas hay varios problemas. Primero, los que hoy gobiernan después se lamentarán ante su desprecio por la evidencia. Así como ellos la manipulan o ignoran sus opositores harán lo mismo y eso les costará políticamente.
El tema de los costos lleva a un segundo problema. Si bien esas formas “frenteras” y aparentemente honestas de gobernar puede gustarles mucho a los diez millones o más de personas que votaron por el actual presidente, en Colombia hay muchos más ciudadanos. Y a muchos de ellos les molesta, los ofende esa forma de hacer política. Esto puede no ser relevante mientras tanto, pero sí cuando el gobierno que hasta ahora inicia sea víctima de la manipulación de evidencia por parte de quienes ya dictaron sentencia.
En este sentido, es como si el actual partido en el gobierno nunca hubiera gobernado. Por un lado, pareciera que piensan que solo están al servicio de los diez millones o más que los llevaron al poder. Pero esto no es cierto: ellos son servidores de todos los colombianos, incluso de sus enemigos políticos.
Por otro, y esto forma parte del tercer problema, pareciera que ignorarán la importancia del lenguaje, de la imagen, de lo que los ciudadanos perciban de ellos y de sus acciones. La polémica, el enfrentamiento directo, la exageración de datos, el aprovechamiento de pasiones está bien para los mal llamados “influencers”, personas que viven tanto de los aplausos de sus seguidores fanáticos, como de los odios e insultos que reciben a diario. Pero éste no debe ser el objetivo de un partido con el poder, menos cuando lo detenta, en, hasta ahora, el legislativo y el ejecutivo.
En el ejecutivo, el nuevo presidente parece ser otra cosa. Parece estar más preocupado por lo que realmente importa: el fondo. Por ello, trata de no polemizar, de ni enfrentar directamente, de reducir la animosidad. Hasta ahora, aparenta ser conciliador. Incluso, es políticamente correcto: su gabinete es “paritario” (es decir, la mitad de sus ministros son hombres y la otra mitad, mujeres). En este sentido, sus copartidarios en el legislativo parecen ser sus principales enemigos y a quiénes tendrá que disciplinar.
Lo anterior no sería sino otra expresión de una concentración en las formas, si no fuera porque esto lo hace mientras trata de puntualizar sobre sus pretensiones de gobierno. No obstante, habla de tantos temas, parece tener tantos planes y expectativas que aún no es claro qué va a hacer en los tres frentes que requieren soluciones de fondo para que los resultados positivos en el país sean más evidentes, inocultables.
No sabemos exactamente en cuánto se va a reducir el Estado, cómo se va a limitar, ni cómo se garantizará una economía y unos ciudadanos más libres. Esto es lo que tendremos que esperar a ver.
Mientras tanto, las peleas y los odios se mantienen, cada grupo justifica sus excesos y errores en que sus contrarios hacen lo mismo, se aceptan como ciertas, verdades a medias o absurdas mentiras.
Esto no sería sino más de lo mismo, si no fuera porque los receptores de esto son los ciudadanos de a pie que no intervienen activamente en las cuestiones políticas – entre otras, porque no tiene por qué desperdiciar su tiempo en esos menesteres.
Ellos forman sus percepciones, muchas veces, según los líderes que más les gusten (formas) o a los que más les crean (fondo). Por ello, si trasciende la situación de odio, radicalización y mentiras sobre la realidad, esto puede abrir la puerta a que esos ciudadanos consideren que la solución sea una opción populista…como la que estuvo a punto de llegar al poder en este 2018 en Colombia.
El punto es que las mejoras no llegan si no se toman decisiones adecuadas y reconocerlas requiere de superar los odios y las pasiones. Por ahora, la cosa no pinta bien en ninguno de los frentes.