En un encuentro de empresarios, el nuevo ministro de economía colombiano, Alberto Carrasquilla, anunció la necesidad de hacer una nueva reforma tributaria. Eso, en Colombia, significa más impuestos, más gasto público y justificar el despilfarro del Estado.
Lo que llamó la atención de la intervención del ministro, sin embargo, fue su mención sobre la necesidad (en realidad, la posibilidad) de crear un “Sisben para ricos”. El Sisben es el sistema de identificación de potenciales beneficiarios de programas sociales. Es decir, es una base de datos en la que se incluye la información de individuos que pueden ser beneficiarios de los programas de ayuda social del Estado.
De esta manera, el ministro Carrasquilla quería decir, con su intervención, que era necesario (posible) hacer una base de datos semejante para conocer la riqueza de los más ricos. Esto tendría fines tributarios.
En lugar de indignarse con las implicaciones de un Estado cuyas pretensiones de quedarse con cada vez más recursos de cada vez más ciudadanos, presionado por un creciente gasto público que busca cumplir las expectativas de esos mismos ciudadanos, la indignación se concentró en la malinterpretación de lo que quería decir el ministro. Para las mayorías, el Sisben no es un sistema de información, sino los subsidios que reciben los más pobres. Por ello, creyeron que el ministro lo que estaba diciendo era que era necesario darles más subsidios a los más ricos.
Esto cuadra perfectamente dentro de la narrativa que están impulsando los críticos al gobierno. Ellos están obsesionados por alimentar la visión de que este gobierno de “neoliberales” solo ayuda a los más ricos, mientras pretende castigar a los más pobres.
No sabe uno por qué persisten semejantes creencias: ¿quién puede creer que una persona, piense lo que piense, está empeñada en causarle daños a personas en situación de vulnerabilidad, incluidas las más pobres? Eso es igual a pensar que quiénes no sean de izquierda comparten una suerte de sociopatía. Pero esa es la narrativa. Por ello, caen constantemente en sesgo de confirmación, sin importar que tengan que malinterpretar lo que se diga…incluso al costo de estimular abiertas mentiras.
Una parte importante de esos críticos son intelectuales y formadores de opinión. Es común que éstos disfracen sus creencias de apreciaciones basadas en la razón y en su conocimiento. Por ello, las plantean como verdades absolutas. Por ello, las dan un aura no solo de superioridad intelectual, sino moral, al creer que lo moralmente adecuado es igual a lo que ellos consideran se debería hacer para solucionar problemas sociales.
No obstante, dentro de ese grupo, también se encuentran periodistas. La semana pasada varios de ellos compartieron su indignación sobre el malinterpretado “Sisben para ricos” en diversos medios y redes sociales. A este subgrupo de personas, que se consideran analistas políticos y cuyos seguidores les creen lo que dicen (más que a otros intelectuales que, como los académicos, tienen una audiencia más pequeña y frente a los que hay más dudas por la naturaleza de su ocupación), tendríamos que exigirles más.
De un lado, está el acceso a la información. Una de las razones por las que las personas les creen tanto a lo que los periodistas les dicen es, precisamente, que se asume que ellos tienen mucha información disponible. En radio, televisión, prensa y demás medios, ellos nos cuentan lo que está pasando y nos interpretan esos hechos. Lo mínimos que deberían hacer es conocer de qué están hablando. Resulta inadmisible que algo tan básico como saber que el Sisben es un sistema de información y no los subsidios no lo sepan.
Sobre esto último, una aclaración. Uno podría pensar que hay una mala intención en las opiniones en este caso puntual, pero eso tendría que demostrarse. Por la manera como fueron emitidas las opiniones, lo más seguro es que los periodistas no supieran qué es el Sisben y que, más bien, estuvieran tan confundidos como muchos ciudadanos sobre este asunto.
Del otro, los periodistas tienen una responsabilidad que está también determinada por su audiencia. Miles, millones de personas tienen en cuenta la información que reciben de aquéllos y de sus interpretaciones para formar su entendimiento, explicación y menú de actuaciones en el mundo que los rodea.
Pero, al parecer, los periodistas también están siendo víctimas, en su formación, de muchos de os problemas de otras profesiones. A estos no se les enseña que su reconocimiento implica una fuerte responsabilidad, sino que pareciera que les hacen creer que eso es igual a poder y que, por lo tanto, lo que ellos hagan con él solo depende de ellos mismos, sin pensar en sus consecuencias.
Por lo anterior, no les enseñan la importancia de profundizar en los asuntos, sino de responder a la premura del día a día con información superficial, basada en creencias de otros, sin interesarse por corroborarla, matizarla. Al parecer les enseñan absolutos, como si la verdad pudiera condensarse en un cable de noticias y ante la cual no deben identificarse las interpretaciones y/o complementarse con otras formas de comprender el mundo.
Hoy fue el “Sisben para ricos”, pero ya estamos acostumbrados a nuestros periodistas-opinadores-influenciadores hablando del gasto público como algo no solo necesario sino que no se debe cuestionar; de las empresas como algo negativo en la sociedad; de los tratados de libre comercio como “qué tanto déficit comercial nos generan”; de los políticos como buenos si son cercanos a la izquierda y corruptos, malintencionados y amigos de los “ricos” si se encuentran en cualquier otra corriente de pensamiento.
La libertad de expresión no debe tener condiciones ni limitaciones, pero como cualquier otra libertad también tiene responsabilidades relacionadas. En esta sociedad de lo políticamente correcto solo hablamos de las primeras, mientras desconocemos las segundas.
En la información, esto puede tener impactos graves en la forma como los ciudadanos comprenden el entorno. Evitar esos impactos es decisión de los encargados de informarnos. Podrían comenzar por algo sencillo: entender de lo que hablan, querer aprender, superar la superficialidad, dejar a un lado la vanidad del reconocimiento y preferir la ética y el servicio social de informar con calidad y sin engañar.