Las tendencias tribales están retornando en todo el mundo. Por ello, porque sé que esos estímulos están muy vigentes y son atractivos para las mayorías, debo aclarar que este escrito no pretende hacer una crítica a las sociedades no occidentales, a las que no considero ni inferiores, ni peores, ni que deban convertirse en occidentales.
Más bien, la intención es reivindicar algunos elementos que pasan por alto los (muchos) críticos de la civilización occidental, a la que está de moda considerar como algo indeseable.
En recientes intercambios con convencidos críticos de esta civilización (muchos de ellos europeos, bien vestidos, poseedores de las últimas tecnologías, con altísimos niveles de vida en la ciudad de Bogotá, contradicciones a las que ya estamos acostumbrados, pero que ellos racionalizan de maneras tan absurdas que ni vale la pena mencionar), he observado que el objeto de la crítica ha cambiado: ya no dicen que otras civilizaciones son más ricas o que se puede vivir mejor en ellas.
Ahora aducen que nuestro estilo de vida (que no parece molestarles cuando de cambiar de automóvil – preferiblemente, tipo camioneta – cada año se trata) genera un ineludible sendero hacia la destrucción de la naturaleza que, de otra manera, y en otra civilización, no sucedería.
De manera inesperada, la semana pasada sucedió un hecho que, por lo menos, nos permite discutir esa nueva fuente de rechazo a la sociedad occidental (de la que nunca pensarían irse, vale la pena señalar) los bienintencionados y aparentemente tan preocupados críticos.
Un individuo que pertenece a una comunidad indígena cazó un oso que pertenece a una raza protegida y, luego de la sorpresa, se decidió, tanto en la justicia colombiana, como en la indígena, que no se le puede castigar por su acto. En el proceso, diferentes autoridades de la comunidad a la que pertenece el implicado hablaban, de manera muy natural, cómo históricamente ellos han utilizado a los osos como fuente de su dieta. Para ellos, no es sino una forma de supervivencia y no tiene implicaciones de ningún otro tipo: el ser humano necesita mantenerse con vida y esto pasa por sacrificar animales de otras especies. Punto.
Como señalé antes: no quise escribir sobre este caso para señalar que las comunidades indígenas sean más o menos destructoras/protectoras de la fauna; ni para decir que ellos persisten en sus prácticas históricas. Tendrán sus razones y me imagino que seguirán participando en esas prácticas hasta tanto no sucedan cambios culturales que no deben ser inducidos externamente ni muchos menos impuestos.
Lo que me llamó la atención es, en relación con la crítica de los occidentales que aparentemente odian serlo, una sociedad particularmente sensible a los temas ambientales es precisamente, como ninguna otra, la occidental.
Por razones que no puedo discutir en este momento, esta civilización da para todo: para mejorar los niveles (materiales) de vida de miles de millones de personas de manera sostenida en el tiempo; para abrir nuevos espacios de conciencia que lleven a reflexionar sobre cómo usamos los recursos y planteen mecanismos de solución a los que se consideran excesos; para llevar a cabo esos mecanismos; y hasta para mantener a miles, millones, tal vez ciento de millones de personas que consideran que nada es suficiente y que la civilización en la que viven es un caso perdido de caos y destrucción.
En ninguna otra civilización actual o histórica, las personas han avanzado tanto en su empatía que pueden sentir tristeza por la muerte (y posterior desmembramiento…) de un oso, al que ni conocieron. Hoy establecemos relaciones – casi – familiares con los animales; hablamos de respetarlos y de protegerlos. Esto era impensable hace unos pocos años y sigue siéndolo en diversas comunidades.
Pero, además de todo, en esta civilización se crean espacios para que convivan incluso individuos pertenecientes a otras civilizaciones. Como mencioné, no solo el indígena no será castigado por lo que en cualquier otro caso sería considerado como un atentado al medio ambiente y, por lo tanto, un delito; sino que existe una jurisdicción especial para su comunidad, manejada autónomamente por ellos mismos.
En ninguna otra civilización, nunca antes en la historia, se ha llegada a semejante nivel de respeto por la diferencia…ni a la capacidad de manejar entramados institucionales tan complejos: ¿Qué debe primar, la protección a una especie en vía de extinción, la preservación de las costumbres de una comunidad o la supervivencia de un individuo? Esta pregunta, aparentemente muy fácil de resolver, en realidad requiere de niveles de complejidad tan altos que solo se pueden resolver en sociedades que, como la colombiana, así no sean reconocidas externamente como totalmente occidentales, sí han sido altamente influidas por esa civilización (y de manera muy positiva, como quiero dejar claro).
Los críticos no descansan. En este punto ya estarán pensando una de dos. De un lado, que en el fondo estoy criticando al indígena, a lo que vuelvo a resaltar que no, que ese no es el interés. Del otro, y acá deben estar la mayoría, con sus calcomanías anti-sistema pegadas en sus Iphone, deben estar diciendo que no hablé de cambio climático, de pesca indiscriminada en aguas internacionales, de contaminación en ciudades, de (y este es otro tema del que se han pegado muchos) propiedad intelectual y medios ambiente.
Evidentemente, no hice referencia a esos temas. No estoy diciendo que los problemas ambientales no existan en la civilización occidental, pero la pregunta es si es ésta la que ineludible (e intencionalmente) los genera. A partir del caso mencionado, la respuesta parece ser negativa.
Al contrario de lo que los críticos consideran, en el marco de la civilización occidental los individuos adquieren la posibilidad de sentirse molestos con su entorno, de no verlo como algo sagrado y, por lo tanto, de actuar para protegerlo o cambiarlo, en contextos institucionales cada vez más complejos. Errores se cometerán, pero eso sí es ineludible, no por la civilización, sino por lo que somos: humanos.