La semana pasada, el recién posesionado presidente, Iván Duque, se estrenó con su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas.
En un discurso corto, cargado de ambigüedades, superficialidades y lugares comunes, como es usual en este tipo de escenarios en los que la imagen y las formas reemplazan en importancia al contenido, el actual presidente colombiano reveló parte de la que será su política exterior.
De los diferentes planteamientos, tres se destacan porque representan continuidades perversas o retrocesos en la forma como el país actúa en el mundo y los instrumentos que utiliza para ello.
El primero de ellos es un lastimoso retroceso. Éste tiene que ver con la visión del actual gobierno frente al asunto de las drogas. En lugar de haber profundizado en una aproximación, aunque fuera tímida, que hizo el gobierno anterior, hacia la defensa de la única opción razonable después de décadas de una política prohibicionista fracasada, como es la legalización, el presidente actual prefirió insistir en la guerra contra las drogas.
Así, es claro que, al menos en esta materia, el gobierno adoptó como criterios de formulación de política los prejuicios, la moral y el deber ser, a la razón y la evidencia. En consecuencia, es previsible que, en los próximos cuatro años, no se avance mucho en la solución de este asunto (ni en producción, ni en transporte, ni en comercialización, ni en consumo). En lugar de eso, seguiremos con las mismas noticias de violencia, intercaladas con algunas de logros mediocres, presentados como históricos, sobre disminuciones esporádicas del cultivo en unos cuantos miles de hectáreas, por ejemplo. Mientras tanto, las cárceles seguirán llenándose de personas relacionadas con el asunto…lo de siempre.
Un segundo asunto que se mencionó, muy por encima, fue el del comercio. Pero no habló el presidente colombiano de libre comercio, ni siquiera de una mayor liberalización a través de los intermedios, y más que todo políticos, tratados de libre comercio. No. Duque hizo referencia a la fórmula (paradigma de las expresiones comadreja a las que alguna vez hizo alusión F.A.Hayek) de “comercio justo”.
Ésta es una expresión de expresión comadreja porque, aunque se deja la forma – que gusta tanto en la ONU, se les vacía de contenido. Quién habla de comercio justo está hablando de todo, menos de comercio. Está haciendo referencias a trabas, regulaciones, distorsión de precios, proteccionismo, de lo que sea, menos de comercio. No es claro, eso sí, cuál es la definición del presidente colombiano.
¿Será acaso la definición que impuso la izquierda antiglobalización a través de sus ONG bienintencionadas, que promueven la pobreza – de manera indirecta, con sus ideas, y hasta indirecta, como Oxfam? ¿O la, más reciente, de líderes como Donald Trump, que hablan de justicia para promover la protección de industrias nacionales?
Sea cual sea la definición de Duque, si se mantiene por esa vía, solo podemos esperar menos apertura, un alejamiento frente al ideal de libre comercio, y más de lo mismo.
Pero, tal vez, lo que explica por qué los gobiernos colombianos están tan dispuestos a insistir en la fracasada guerra contra las drogas y a evitar apostarle a una apertura real, es el tercer elemento del discurso de Duque que pretendo resaltar.
Es cierto: la guerra contra las drogas tiene justificaciones objetivas (como el incremento de los cultivos) y de economía política (como que la mayoría de colombianos prefieren aproximaciones prohibicionistas). Lo mismo sucede con la política de apertura: los beneficios no son tan claros en el corto plazo, pero sí hay una resistencia muy fuerte en diversos grupos sociales.
No obstante, creer que esto explica del todo las decisiones es creer, primero, que los asuntos de agenda pública necesariamente reflejan los problemas objetivos más graves de la sociedad y, segundo, que los gobiernos son realmente representantes desinteresados de las preferencias de las mayorías.
Y esto es, por lo menos, ingenuo…o incompleto.
Un elemento adicional que explica las decisiones de política exterior colombiana es el que dejó ver el presidente Duque en su discurso y que, además, fue transversal en toda su intervención: la mal llamada cooperación internacional. Es decir, pedirles plata a los demás estados del mundo (principalmente, a los más ricos): redistribucionismo puro y duro en el ámbito global, con algo – ¿mucho? – de mendicidad por parte de los demandantes.
Duque mencionó la supuesta necesidad de que más recursos de cooperación lleguen a Colombia para financiar el “posconflicto”, para enfrentar el tema de drogas, para fomentar la economía, para enfrentar la llegada masiva de venezolanos…
Precisamente, esa obsesión que se tiene en Colombia frente a los flujos de cooperación internacional, la que hace que se prefiera insistir en la fallida guerra contra las drogas, mientras se desprecia el libre comercio. Para la primera, está un Estados Unidos prohibicionista que está dispuesto a desperdiciar miles de millones. Para lo segundo, el gobierno tendría que darse la pelea – con los costos reputacionales y de apoyo que le significarían – ante los grupos de interés que aún se resisten a enfrentar la competencia.
El libre comercio requiere de esfuerzo, de paciencia, de sacrificio para experimentar sus efectos positivos. Pedir plata para iniciativas, así sean inútiles o perversas, es fácil: solo hay que hacer buen marketing con los problemas del país. Esto es, inspirar lástima…pero de verdad y de la buena.
Dos retrocesos y una infortunada continuidad, que explica, así sea en parte, los otros dos en la que parece será la política exterior del gobierno Duque. Aún tiene tiempo el gobierno de innovar, algo que tanto predica, también en sus decisiones.