Ante un nuevo escándalo de corrupción en Colombia, un reconocido periodista, director de uno de los programas radiales más escuchados en el país, en su cuenta de Twitter que “(ésta) es la radiografía, de nuestra sociedad [sic]”.
Este tipo de comentarios son más comunes de lo que sería deseable. Casi cada tipo de delito o escándalo en Colombia es convertido en un problema del tipo de sociedad que somos. Si hay abusos o acoso sexual en el sistema de transporte público; si hay niños maltratados, abusados o asesinados; si hay violencia en contra de las mujeres; si hay escándalos de corrupción…todo se convierte en un asunto de culpa social, colectiva.
Puede que existan características compartidas por los individuos que conforman una sociedad, pero los casos puntuales en que eso se refleja es algo que debe demostrarse y no tomarse como la respuesta por defecto. Es más, incluso cuando un acto esté vinculado a prácticas, creencias o expresiones características de una sociedad, esto no agota la discusión sobre el asunto.
No obstante, en Colombia las atrocidades cometidas por algunas personas son reducidas a la cuestión social. Esta tendencia puede deberse a dos características que sí pueden ser consideradas sociales. De un lado, la percepción que compartimos tantos colombianos de pensar que el nuestro es el peor país, con la peor sociedad y los peores individuos en el mundo.
Es evidente que ésta es una percepción bastante parroquial, al preferir la caricatura al pensamiento con cabeza fría. Esto lleva a que, pase lo que pase, siempre habrá alguien que considera que este país es un “platanal”, un “desastre”, el más corrupto, borracho, inmoral o lo que sea. Pensar que Colombia no solo es el peor país, sino que no hay forma de mejorarlo, es una característica que casi que nos define como colombianos. Admiramos las demás sociedades, cualquiera, en oposición al “desastre” que creemos ser nosotros.
La anterior está relacionada con la segunda característica: la que decidí denominar la sociedad de la comodidad. En Colombia tendemos no solo a actuar, sino a esperar las cosas más fáciles, que no requieran de mucho compromiso, exigencia, disciplina o esfuerzo. Por ello, se tiende a privilegiar la falta de rigurosidad. Una persona que exija demostración de afirmaciones hechas, por ejemplo, es ridiculizada, como mínimo, por exagerada. Esto, en sus variantes más graves, puede estar relacionado con las sonrisas y la tolerancia que generan los comportamientos de la trampa y la obtención de beneficios por medios que dañan de una u otra manera a los demás.
Así, con una visión de que “somos lo peor” en un contexto en el que nadie va a exigir demostración, evidencia o siquiera va a cuestionar esa idea, lleva a que el “análisis” más profundo ante cualquier fenómeno indeseable que suceda concluya en la fórmula consistente en afirmar que esta sociedad está enferma o que no tiene viabilidad.
Lamentablemente, estas creencias no se quedan en el plano de la percepción, sino que tienen implicaciones graves, ahí sí, desde el punto de vista social. La comisión de un delito, el maltrato a otro ser humano, el asesinato, la tortura y demás son acciones que deben ser sancionadas, comprendidas, prevenidas, minimizadas.
No obstante, reducir un acto atroz en una cuestión de culpa social tiene, al menos, cuatro efectos indeseables. Primero, banaliza el acto: al ser responsabilidad de la sociedad, en realidad pierde su carácter único, indeseable y destructivo por su mera naturaleza. Segundo, resulta desviando la atención. En lugar de culpar a quién cometió el acto, nos concentramos en debates interminables sobre lo malo que somos, sin reparar en que no son mayoría los que incurren en este tipo de actos.
Tercero, les da una excusa a las autoridades para no cumplir sus funciones. Si la culpa es de cómo somos o de todos, no es necesario estudiar las causas que llevan a personas específicas a cometer delitos indescriptibles ni mucho menos a saber quiénes son más propensos a cometer ciertos delitos.
Cuarto, en últimas, estas creencias llevan la inacción. Si la responsabilidad deja de estar concentrada en el individuo, para pasar a la difusa sociedad, deja de existir. Así, no es necesario castigar porque todos somos igual de delincuentes, por ejemplo.
Es comprensible que tantas cosas negativas que suceden en un país como Colombia lleve a la desesperanza o al refugio de muchos en ideas que, de cierta manera, son una forma de exorcizar la impotencia. Sentir molestia en contra de la “sociedad” puede ser una forma de hacerlo. Sin embargo, el hecho de que existan tantos individuos escandalizados, preocupados demuestra que el problema no es social.
Solo es reconocer que, si usted se considera una buena persona, ajena a todos los problemas que le atribuye a la “sociedad”, hay mucho más que piensan lo mismo; que son como usted. En el límite, serán más los que rechazan esas acciones. En consecuencia, el problema no es social, sino de algunos individuos.
Por esto, es necesario no perder de vista que la responsabilidad es individual, no puede ser colectiva. Precisamente, las pasiones colectivistas deben ser resistidas en estos casos. Reconocer por qué ocurren situaciones indeseables es una condición para pensar en resolverlas o evitarlas.