El escenario de Somaliazuela es quizás el que más le interesa a Rusia, China, Cuba, Irán y el ELN. La fragmentación territorial de Venezuela es quizás la verdadera negociación a la que aspiran, es obvio que no les interesa, ni respetan, el sufrimiento del pueblo venezolano, lo que buscan es hacerse con un pedazo geoestratégico del espacio físico en Suramérica.
A esa degradación se puede llegar de manera explícita por una desaparición de la legalidad internacional de las instituciones venezolanas que tienen dos fechas de vencimiento, diciembre del 2019 para Guaidó y diciembre de 2020 para la Asamblea Nacional, o por la degradación de gobernabilidad luego de cualquier tipo de pacto que se intente con Maduro y el cartel de Miraflores.
Sin respaldo popular, pero con el aire de alguna cesión en cuotas de poder y respeto por algún tipo de presencia en el territorio a las fuerzas parasitarias extranjeras, lo que intentarán a partir de Oslo, o sus derivados bastardos futuros, será mostrar como una “salida” la capitulación final.
El surgimiento de varios estados en lo que hoy se llama Venezuela no es en todo caso tan desafortunado, puede desde ahí recuperarse en diferentes ritmos lo que ha sido la tradición cultural más interesante que se construyó en el proyecto fallido de nación que hoy parece diluirse. Más se perdió en el desmembramiento del Imperio austrohúngaro.
Sin embargo, el escenario de Somaliazuela no es esa fragmentación política, explícita y asumible en el marco internacional, es la degradación de facto de los procesos de gobernabilidad extraterritorial al amparo de diferentes formas de mafia y terrorismo.
Sobre todo, porque como quedó claro el 30 de abril el que impone el ritmo del proceso no es Nicolás Maduro, ni siquiera Raúl Castro, es el mismo Vladimir Putin. Y bueno, para nadie es un secreto que Oslo siempre ha estado cerca de Moscú.
El acuerdo de Medellín desde el pavimento
Así que mientras en Noruega se venía construyendo por la puerta de atrás y con facilitadores de tercera una distracción más, una trampa de energía contra la verdadera salida. Se disminuía la atención en el verdadero hito diplomático que tiene Venezuela por delante: la Asamblea de la OEA en Medellín.
Lo primero que hay que decir es que si yo fuera venezolano programaría acampada histórica al lado del evento, me vendría en bus desde Lima o en avión desde Berlin. Le pediría a Federico Gutiérrez que permitiera instalar una pantalla gigante para ver minuto a minuto lo que se debate.
O dicho de otra forma, le prendería más velas a la reunión de cancilleres entre el 26 y 28 de junio que a la de cantantes el 22 de febrero, porque a diferencia de los segundos, los primeros reflejan la disposición de quienes comandan ejércitos, y clama al cielo que la mayor ayuda humanitaria que requiere el continente en Venezuela es una redada masiva para capturar criminales.
Plantones para fotos por Instagram, entrevistas por Skype, ruedas de prensa de la oposición editadas en diferido desde Venezuela, ni siquiera del mismísimo Juan Guaidó puede restaurar la confianza y el impulso que perdió la gente con la farsa nórdica. Se requiere calle de nuevo. Pero esta vez la calle no está en Venezuela.
Sin presencia masiva de venezolanos en Medellín lo de la OEA no dejará de ser, otra vez, declaraciones duras, fotos incómodas, sonrisitas de folletín por logros de utilería y lágrimas calculadas frente a la tragedia.
Los acuerdos que se hagan en el marco de la Asamblea de la OEA en Medellín entre el 26 y el 28 de junio tienen que ser escritos y pensados por diplomáticos trasnochados escuchando el canto de libertad frente a sus hoteles, y no dudo que al coro de los venezolanos se unirá el de los paisas, solidarios siempre frente a la tragedia ajena.
Saben bien en Brasil los del Chapecoense que la caridad cristiana en tierras antioqueñas es verbo conjugado en presente, y si cantó un estadio entero por un accidente aéreo, cuanto más no entonará justicia una ciudad frente a semejante infamia genocida.
Los venezolanos no deben desesperar por los últimos pataleos que dan los mequetrefes en Oslo y sus alrededores inmorales, la ruta pasa por Medellín en junio, de frente, abierta y con posibilidad de ser transmitida en vivo en pantalla gigante. La esperanza la pueden recuperar más allá de sus dirigentes y los del continente si hacen un llamado a la calle para acampar en Medellín emplazando a la diplomacia panamericana, esta vez no como refugiados sino como libertadores.
Notilla: A Maduro, Cabello y López, que no se les olvide que en Colombia también sabemos bailar joropo.