EnglishLos regentes de la economía venezolana durante los últimos 15 años han basado su planificación en la percepción de que, en el sector privado, todo el mundo es un criminal. Y los criminales necesitan ser escudriñados y controlados para asegurar que sus prácticas corruptas se mantengan lejos de bienestar de las personas. De esta premisa se derivan los numerosos controles, permisos, sellos oficiales, procedimientos y licencias que se han hecho necesarias para hacer negocios en, o desde, Venezuela.
Un buen ejemplo de esto es el control cambiario, que empezó hace 12 años. En los comienzos, existía una razón legítima para los controles como consecuencia de la reacción a la crisis bancaria en los albores de un nuevo Gobierno. Sin embargo, más que una herramienta económica, se convirtió en una herramienta política.
Aquellos en el poder la utilizaron para guiar a los infieles y familiarizarlos con la aceptación de una agenda socialista, así como para favorecerse de la moneda fuerte para importar materias primas y/o servicios.
Durante ese tiempo, el país ha sido víctima de un tsunami de corrupción que creó fortunas increíbles, paralizó la capacidad del Gobierno para funcionar, y puso al sector privado de rodillas. Como si fuera poco, todo esto ha condenado al ciudadano venezolano, que ya desde el comienzo contaba con escasas alternativas para escapar de las garras de la pobreza.
Ahora, debe conformarse con quedarse en su lugar y disfrutar las ventajas adicionales relacionadas con la escasez de alimentos, medicamentos y servicios básicos.
A lo largo de nuestra democracia imperfecta, Venezuela nunca ha sido testigo de esta demencial búsqueda en convertirse en una nueva Cuba. A pesar de los resultados desfavorables de este experimento político, la sed para mantenerse en el poder no ha sido saciada y ya es de por sí extraño que un 30% de la población siga comprometida con el “movimiento”.
Claramente, estos creyentes son los que aún no han tenido la buena suerte de beneficiarse de esta prosperidad distorsionada y que no se atreven a denunciarla por miedo a ser eliminados de la lista de privilegiados del movimiento.
El tiempo juega en contra de la revolución, y uno espera que sea más temprano que tarde. Una buena mañana abrirán la bóveda y no encontrarán nada y descubrirán, para el lamento de todos, que lo que ha ocurrido es precisamente lo opuesto a una amplia distribución de la riqueza.
Entonces, ¿quiénes son los verdaderos criminales?