Juan tiene aproximadamente 24 años y es padre de dos hijos. Cuando me subí a su vehículo, me recibió con una cálida sonrisa, preguntándome si quería una botella de agua. Es hora pico, y nos espera un largo camino por delante. Su sonrisa inspira confianza y amabilidad. Empezamos a hablar sobre su vida y el por qué está trabajando en este servicio, a pesar de las protestas en las calles.
Juan trabaja en Cabify desde hace cinco meses. Se levanta todos los días a las 9:00 a. m., y se dispone a rodar por las calles de Guayaquil. No es su único trabajo, al anochecer empieza su turno en el call center; el cual, a veces, lo hace llegar a su casa a las 4:00 de la mañana. Le pregunto por qué hace tremendo esfuerzo cada día, y me responde, “Necesito el dinero extra, tengo un hijo recién nacido, y en la situación en la que estamos, ya no me alcanza”.
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En las últimas semanas se ha presentado una controversia entre los gremios de taxis, y las aplicaciones de servicio de transporte como Cabify o Uber. La problemática está aumentando cada vez más; incluso, ha habido protestas vehiculares de taxistas en la ciudad de Guayaquil. Este es un claro ejemplo de un conflicto entre el libre mercado, que busca un progreso económico para todos, y un grupo empresarial que tan solo quiere ayuda estatal para conservar privilegios. ¿Por qué hacer una lucha contra aquellas personas que quieren trabajar honestamente como Juan? ¿Por qué dejar sin empleo a cientos de chóferes que tan solo buscan un dinero extra en estos tiempos de crisis que vivimos?
La esencia del libre mercado es que no existen privilegios para nadie, y cada uno debe competir por ofrecer un bien o servicio de calidad. Se debe recordar que, dada la existencia universal de limitados recursos e ilimitados deseos, la competencia existe en todas las sociedades y no puede ser abolida por ningún edicto gubernamental. Si los taxistas desean “conservar” su negocio, deben ofrecer un mejor servicio. Incluso, hay que destacar que aplicaciones como Cabify apuntan a una parte del mercado a las que los taxistas no han podido llegar; y es el de la clase media – alta; dado que los pagos se realizan solo mediante tarjeta de crédito. Muchas veces, los taxistas niegan el servicio por el hecho de que es hora pico, o porque simplemente “no van para allá”. Las personas usan estas aplicaciones porque les ofrece el valor agregado de seguridad, precio justo, buen trato, y demás.
Los taxistas tienen mal enfocado el conflicto. La disputa no debe radicar con sus competidores; sino con la excesiva regulación estatal, y con ellos mismos. En primer lugar, hay que hacer una evaluación de calidad interna y corregir las fallas para poder brindar un mejor servicio. Posteriormente, hay que enfocarse en reducir las trabas estatales para constituirse como un taxi formal; dentro de este punto, se puede acotar testimonios de taxistas alegando que han cancelado hasta $10,000 a compañías de taxi por conseguir un cupo que los ameriten como taxistas formales. Y en algunos casos, estos taxistas no alcanzaban un cupo.
Las iniciativas privadas como Uber o Cabify, han demostrado que se puede brindar un buen servicio con la seguridad necesaria para el consumidor. Justamente, el consumidor es el más importante actor en este asunto. El libre mercado te permite escoger entre varias opciones, y es el consumidor quien decide por cual de todas optar.
Pedir privilegios, excluyendo a la competencia no es la solución. Eso se llama mercantilismo o “capitalismo de compadres”. ¿Qué hubiera pasado si los trabajadores del siglo XVIII hubiesen protestado contra las máquinas de vapor y no hubieran permitido su uso? Los tiempos cambian, pero se sigue cometiendo los mismos errores. Restringir la competencia es restringir el comercio, y si se restringe el comercio, se restringe el progreso. La clave de todo está en hacer una autoevaluación de las acciones tomadas, y pensar cómo se puede ofrecer un mejor servicio, para así seguir compitiendo de manera justa y libre.