La democracia es un sistema político anormal y no natural. Ese es el punto de vista que sostienen los regímenes autoritarios y totalitarios y quienes pretenden adularlos. Y, en cierto sentido, tienen razón. Una democracia liberal exige a quienes ejercen el poder restricciones reglamentadas a ese poder y, menos natural aún, habilitar procesos que puedan removerlos del poder.
Es encomiable que Roberta Jacobson, la jefa de la delegación de Estados Unidos, estando en Cuba, se reuniera con disidentes y expresara la preocupación de Estados Unidos por la falta de libertades civiles. Sin embargo, para poder avanzar con los derechos de los ciudadanos en Cuba tendrá que persuadir al Gobierno cubano de cambiar su propia naturaleza.
Los defensores de la nueva política han argumentado hasta el cansancio que la vieja política de sanciones económicas no ha funcionado, y que la nueva política debilitará al Gobierno cubano.
Esas afirmaciones son conjeturas, ya que la nueva política enriquecerá fundamentalmente a los militares cubanos, que controlan la mayor parte de la actividad económica, y así fortalecerá al régimen.
Es difícil discernir cómo fortalecer un Gobierno totalitario promueve la democracia, pero llevemos la discusión más allá de los lugares comunes, hacia arenas movedizas menos exploradas.
La democracia liberal no aboga por un Gobierno débil, sino limitado. La autoridad del Estado cubano no conoce límites; es una forma de Gobierno ilimitada. No conozco ningún argumento que proponga que la nueva política de Estados Unidos hacia Cuba promoverá un Gobierno limitado en aquel país. El enemigo del Gobierno totalitario no es el Gobierno débil; es el Gobierno limitado.
Nuestra concepción de los derechos humanos es que esos derechos existen con anterioridad e independencia de cualquier ley hecha por el hombre. No pueden ser subvalorados o revocados por orden del Gobierno. Según nuestra definición, los derechos humanos solamente pueden existir bajo la limitación de esa autoridad. Pero para los marxistas los derechos humanos son una creación social, una visión particular de la sociedad. Desde su punto de vista, esos derechos no son más que una invención caprichosa, que puede ser revocada cuando le interese al gobierno. Son permisos, no derechos.
Todos los Gobiernos poseen un monopolio legal sobre el uso de la fuerza física. Así que necesitamos límites para protegernos de la servidumbre involuntaria pretendida por el colectivismo. La cuestión de si los derechos son creación de sociedades particulares, o independientes de ellas, es fundamental en nuestra posición sobre conducta moral y organización política.
Los Castro han construido un Estado policial, y los Estados policiales no se someten a la posibilidad de entregar el poder
Una democracia que respete y proteja los derechos individuales requiere un Gobierno limitado. Pero Cuba es un régimen totalitario que exige completa subordinación del individuo a la autoridad del colectivo. Sin un Gobierno limitado los derechos humanos son inaccesibles.
Una democracia liberal también requiere la participación irrestricta de una oposición autónoma capaz de competir libre, justa y frecuentemente por las palancas del poder. Pero permitir oposición significa imponer límites al poder del Gobierno. Los Castro han construido un Estado policial, y los Estados policiales no se someten a la posibilidad de entregar el poder.
Dicho claramente, los Castro no se impondrán límites en sus controles para gobernar, y no tantearán nada que les pueda privar de sus poderes.
La Secretaria de Estado Asistente Jacobson expresó que no se hace ilusiones sobre un cambio del régimen cubano. Encomiable también, porque los diseñadores de la política exterior norteamericana tienden a ver el mundo ingenuamente a través de los lentes de sus propias experiencias culturales, en una especie de provincialismo analítico.
Para asegurar cualquier ventaja que puedan estar buscando, los negociadores cubanos pueden ofrecer algunas promesas menores. Sin embargo, cuando hayan asegurado la ventaja, los Castro no tendrán interés en cumplir esos compromisos.
Así que, antes de acostarse con Raúl Castro, y entregar en un abrazo amoroso lo poco que nos queda para negociar, los diplomáticos de Estados Unidos deberían entender perfectamente que el General no les respetará a la mañana siguiente.