EnglishDurante 71 años (1929-2000) el Partido Revolucionario Institucional (PRI) mantuvo ininterrumpidamente el poder en México. Los académicos describen este sistema electoral no competitivo como un sistema de partido hegemónico. Más coloridamente, el Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa catalogó al gobierno mexicano bajo el PRI como “la dictadura perfecta”. Una versión cubana puede estar en camino.
En un trabajo previo (Cuba después de los Castro: el escenario probable) anticipé mi análisis de cómo el comunismo cubano evolucionaría dejando en su velorio a militares como agentes del cambio. Describí un fraudulento escenario económico donde los generales se transformarían en los nuevos “capitanes de industria”, orquestando corruptas privatizaciones de empresas estatales, muy parecidas a las componendas de privatizaciones en Rusia en los años 1990.
Ese escenario requiere que los generales introduzcan la ilusión de cambios políticos para conferir al nuevo régimen una fachada de legitimidad en beneficio de la comunidad internacional de inversionistas. Así comenzará el sistema cubano de partido hegemónico.
[adrotate group=”7″]En un régimen basado en un partido hegemónico la autoridad no descansa en la historia revolucionaria ni el carisma personal —como ha sido el caso cubano— sino en la institucionalización de un partido político diseñado para mantener el poder a perpetuidad. La versión cubana estará bajo el control de los militares. Un sistema de partido hegemónico diferirá del actual modelo leninista cubano en que un condimento de partidos políticos opositores sería tolerado. La oposición, naturalmente, no tendría posibilidad de alcanzar el poder, pero se establecería la falsa imagen de un Estado totalitario en transición a la democracia.
Esta imagen servirá muy bien al Gobierno, proyectando estabilidad política y expresando a los potenciales inversionistas mayor confianza en la supervivencia del régimen a largo plazo. Ofrecerá a los inversores la conveniente racionalización de que sus actividades ayudan al avance del proceso de democratización; también anestesia a la población y canaliza las energías opositoras hacia participar en un proceso político amañado.
Durante mucha de su historia, el PRI mexicano utilizó un fraude electoral masivo para ganar cada elección presidencial con márgenes sobre el 70% del voto. Su dominio era casi absoluto en todas las esferas de Gobierno. La sucesión presidencial era el “dedazo” donde el titular designaba a su sucesor en un endémicamente corrupto Gobierno de compinches.
La transfiguración política cubana comenzó en 2013, cuando Miguel Díaz-Canel fue nombrado Primer Vicepresidente del Consejo de Estado cubano y la prensa internacional lo ungió como sucesor de Raúl Castro.
Díaz-Canel, un ingeniero electrónico de 55 años, es señalado como la joven cara civil del Gobierno. El espejismo se reforzó con el anuncio de Raúl Castro de que no buscaría ser nominado como presidente del Consejo de Estado cuando su mandato expire en 2018.
La administración de EE.UU. no logra comprender que, con su ayuda, la trayectoria política del régimen cubano no seguirá un camino democrático
En Sociología, la Ley de Hierro de la Oligarquía sostiene que todas las organizaciones terminan siendo dirigidas por una élite. En Cuba la tiranía marcadamente personal de Fidel Castro fue reciclada en la más oligárquica dictadura de su hermano Raúl. En su ausencia, el modelo será transformado de un partido único a una estructura de partido hegemónico. Conscientes de la historia mexicana, los generales se asegurarán que, incluso a largo plazo, su componenda no creará un partido competitivo como sucedió en México con el Partido Acción Nacional.
En esta evolución la oposición es incorporada a participar en la transición. En vez de facciones operando contra el todo, devienen proto-partidos no competitivos que forman parte del conjunto.
En sus recientes puntualizaciones sobre Cuba en Naciones Unidas, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, situó sus expectativas para cambios en la isla en la diplomacia y el comercio. “Continuamos teniendo diferencias con el Gobierno cubano… Pero manejaremos esos asuntos a través de las relaciones diplomáticas y el incremento del comercio, y en las relaciones pueblo a pueblo”.
Pero la diplomacia sigue a los hechos en el terreno, no los circunvala.
El general Castro ha comenzado un proceso que está cambiando los hechos en el terreno de una manera que las iniciativas diplomáticas y comerciales de EE.UU. servirán solamente para legitimar la continuación del régimen. La administración de EE.UU. no logra comprender que, con su ayuda, la trayectoria política del régimen cubano no seguirá un camino democrático. Se escurrirá en un sistema de partido hegemónico que, como avanzando en una banda de Möbius, siempre regresa a sus orígenes represivos.