El dilema del prisionero es el teorema de estrategia mejor conocido en ciencias sociales. Nos ayuda a comprender lo que influye en la cooperación y el antagonismo, con el paradójico resultado de que, bajo ciertas condiciones, las personas no cooperarán, aun cuando hacerlo sea su mejor interés.
Utilicemos el dilema del prisionero, y su esencia de la teoría de juegos, para analizar el último ejemplo de no cooperación de Cuba en su relación con Estados Unidos, y la respuesta de EE.UU. a tal falta de cooperación. El general Raúl Castro y el presidente Barack Obama son contrapartes en negociaciones, análogamente a los cómplices del delito en el dilema del prisionero. La opinión pública es nuestro fiscal.
El dilema del prisionero fue desarrollado por científicos de la Corporación RAND y posteriormente formalizado por un matemático de Princeton. Sus aplicaciones en economía, negocios, política y ciencias sociales son extremadamente sofisticadas, incluyendo la modelación de conductas entre poderes nucleares o rivalidades nacionales.
El dilema del prisionero alcanzó la cultura popular con la película “Una mente maravillosa”, basada en la vida de John Nash, quien ganó un Nobel en Economía por sus trabajos sobre teoría de los juegos. En la versión más simple del dilema, dos delincuentes son aislados en habitaciones separadas y se les ofrece las opciones de testificar contra el otro o permanecer silentes. Testificar significaría una sentencia más benigna para quien testifica, si el otro se niega a testificar y permanece callado. El delincuente que testifique recibiría tratamiento favorable como testigo del Estado. Quien no testifique será procesado con todo el peso de la ley.
Sin embargo, si ambos deciden testificar contra el otro, el fiscal podría solicitar la sentencia más severa para ambos. El mejor resultado para ambos sería cooperar entre ellos permaneciendo silentes, negándole así al fiscal la capacidad de condenarlos más severamente.
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No obstante, como cada prisionero es incapaz de saber lo que el otro hará, cada uno puede mejorar su situación personal testificando contra el otro. En este simple dilema del prisionero, testificar —o sea, traicionar al otro— resulta la estrategia dominante para cada uno. Paradójicamente, si cada prisionero sigue un proceso de pensamiento puramente lógico y busca mejorar su propia situación, ambos se encontrarían en una situación peor.
Recientemente se reportó que un misil americano Hellfire, desartillado, fue erróneamente enviado desde Europa a Cuba en 2014. Ocurrió precisamente cuando la administración Obama y Cuba estaban negociando lo que terminaría siendo la actual reconciliación entre ambos países.
Como mínimo, la administración debería haber condicionado las negociaciones preocupada con que Cuba compartiera la tecnología avanzada de puntería del misil con adversarios potenciales de EE.UU. como Rusia, China y Corea del Norte. Muy probablemente las capacidades de espionaje de Cuba estuvieron involucradas en este misterioso “error” de embarque.
El régimen de Castro rehusó devolver el misil, e increíblemente la administración no convirtió la devolución en condición no negociable para el restablecimiento de relaciones diplomáticas que tuvo lugar 13 meses después de que se conociera que el misil estaba en Cuba. Es difícil concebir un ejemplo más gráfico de negación a proteger los intereses de seguridad nacional de EE.UU. Alarmante, la administración ocultó esa información en toda discusión pública de la nueva política EE.UU.-Cuba.
Es difícil concebir un ejemplo más gráfico de negación a proteger los intereses de seguridad nacional de EE.UU.
Si el general Castro tuviera algún interés en cooperar con Estados Unidos para maximizar las posibilidades de una buena relación entre ambos países, hubiese devuelto inmediatamente el misil a una administración amistosa empeñada en complacer sus demandas.
En vez de eso, Castro, como se modela en el dilema del prisionero, traicionó a su contraparte negociadora, buscando su propio interés. Lo irracional es que la administración ignorara los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos al no condenar vigorosamente la provocadora conducta del régimen cubano.
La historia será testigo de cómo el dilema del prisionero operó en esta ocasión.
En este ejemplo Cuba, el delincuente traicionero no cooperativo, recibió el tratamiento favorable de ser recompensado con relaciones diplomáticas. Y el silencio complaciente de la administración Obama debería condenarse severamente en el tribunal de la opinión pública por no defender los mejores intereses de Estados Unidos para obtener la devolución del misil.
La historia será testigo de cómo el dilema del prisionero operó en esta ocasión.