En su libro Aprendiendo a morir en Miami, Carlos Eire, profesor de Historia y Estudios Religiosos en la Universidad de Yale, explora su asimilación cultural a la vida americana. A medidas que el joven, Carlos aprende inglés, advierte que piensa diferente en inglés, y que su nueva manera de pensar altera su percepción del mundo. Se sorprende por la manera en que su nuevo lenguaje le asigna más opciones y responsabilidad que su nativo español.
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Él no lo sabía entonces, pero el joven Carlos comenzaba su conversión cultural del colectivismo al individualismo. Hoy casi 75 % de las culturas del mundo, incluyendo la mayoría de las latinoamericanas, pueden calificarse como colectivistas. Pero, ¿qué significa realmente tener valores individualistas o colectivistas?
En el ejemplo del profesor Eire, si camino a sus clases cae al piso uno de sus libros, en español diríamos “se me cayó el libro”. Construcción difícil de traducir al inglés, porque las formas reflexivas son raras en inglés. Sería algo así como: “The book dropped itself from me” (el libro se cayó por sí solo).
En esencia la construcción en español implica cambio de responsabilidad y concepción de víctima. En contraste, en la composición en inglés la responsabilidad se reconoce totalmente diciendo simplemente: “I dropped my book” (Yo dejé caer mi libro). Solamente si no fuéramos los responsables de sostenerlo diríamos “el libro se cayó”.
Con humor e ingenio el profesor Eire acentúa el punto así: “Maldición, el libro tuvo la osadía de caérseme. Maldito libro. Maldita gravedad. Pobre de mí. Si las leyes de gravedad fueran diferentes no tendría este problema”.
Este ejemplo muestra un profundo contraste cultural. En inglés es culpa nuestra haber dejado caer el libro. En español nos excusamos: el libro se cayó de nuestras manos.
Las ideologías políticas gustan tanto a las ideas individualistas como colectivistas. Los individualistas hablan de “derechos individuales” o “libertad individual”, mientras los colectivistas reclaman “el bien común” u “obligaciones sociales”. En el centro filosófico del debate está la cuestión fundamental de si la vida de una persona pertenece a ella misma o a la comunidad, sociedad o Estado.
Los individualistas creen que la vida de una persona pertenece a esa persona, que tiene un derecho inalienable a actuar de acuerdo a su propio juicio; el individuo es soberano y la unidad básica de interés moral. Un fin en sí mismo, no un medio para los fines de otros.
El colectivismo considera que la vida no pertenece a la persona, sino al grupo o sociedad de la cual es solamente una parte. El individuo no tiene derechos propios, y debe sacrificar sus creencias y objetivos por el “bienestar mayor” del grupo. Para los colectivistas es el grupo, no el individuo, la unidad básica de interés moral.
Como descubrió el joven Carlos, en las culturas individualistas la vida requiere habilidades y valores autoorientados. El individualismo americano valora altamente la autosuficiencia y la libertad de elegir uno mismo y hacerse responsable por los resultados; por ejemplo, “I dropped my book”.
En regímenes colectivistas figuras autoritarias demandan obediencia al colectivo, pretendiendo que aceptemos nuestro lugar en la jerarquía social y desempeñemos solamente los roles esperados de nosotros en beneficio del grupo. Las culturas colectivistas adornan con explicaciones externas las causas de un evento y asignan menos responsabilidades personales por los resultados; por ejemplo, “se me cayó el libro”.
El himno moral de los colectivistas es “el mayor bien para el mayor número de personas”, que suena democrático hasta que consideramos que esta filosofía puede ser, y ha sido, utilizada para justificar las más inhumanas acciones de regímenes colectivistas como los de Stalin, Hitler y Pol Pot. Considérese que, con el criterio de “el mayor bien para el mayor número de personas”, la mayoría en un grupo de caníbales hambrientos puede moralmente comerse a la minoría, o que el 51 % de la humanidad podría ser moralmente justificada si esclaviza al otro 49 %. La moral colectivista es manifiestamente nociva.
Una sociedad moral, de principios, debe proteger los derechos individuales de manera que podamos actuar según nuestro propio juicio, libres de la coacción colectivista.