Sé bien las críticas que va a suscitar este artículo. Me dirán que soy osado por comparar a Chávez y Maduro con Guaidó, dirán que yo resto y no sumo, dirán que María Corina me paga y que un artículo así era de esperarse en el PanAm Post (que según los fans de Guaidó, es un medio que no contribuye a la libertad, sino al divisionismo).
Así que tal vez es mejor empezar dando respuesta a esas afirmaciones insulsas que veo en el horizonte, para después concluir con la idea principal.
Maduro y Chávez son un par de criminales sanguinarios, destructores de Venezuela y de su gente. Guaidó no lo es.
Yo no sumaría ni en elecciones, porque no puedo votar. Pero me gusta sumar mi retórica a rutas firmes, que requieren determinación y valentía (cese de usurpación, gobierno de transición y elecciones libres).
María Corina no me paga. Nada más qué decir.
El PanAm Post es un medio que cree profundamente en la libertad y en la democracia, y lucha por ellas en contra de cualquier corriente política (o político corriente) que quiera oxigenar a una tiranía.
Dicho esto, estoy listo para decirlo.
Chávez, Maduro y Guaidó tienen un punto de coincidencia gravísimo: los tres usaron la presidencia para buscar con ventaja la reelección.
El caso de Chávez y de Maduro es gigante, pues usaron toda la maquinaria estatal y el poder de los medios para bombardear con su presencia a los venezolanos mientras perpetraban fraudes históricos.
Guaidó no tiene nada de eso. De hecho, pienso que una buena parte de los venezolanos del interior dejó de seguirle el paso hace unos cuántos meses para no gastar sus datos.
Muchos salen a celebrar cuando llega a sus ciudades, pero en el fondo sienten que esas tarimas ya las vieron en el pasado en esos periodos cansinos: las campañas electorales.
Un político llega, camina entre la gente, pide un vaso con agua en cada casa a la que entra, alza bebés y abraza viejitas. Todo esto, desde luego, bajo la irrenunciable mirada de las cámaras.
He de admitir que la imagen de Guaidó llegando a Margarita en las lanchas de los pescadores era visualmente hermosa. Estoy seguro de que en enero todos la hubiesen aplaudido. Sin embargo, conforme avanzan los meses, las negociaciones y la desesperanza muchos elementos en esa visita no se correspondieron con la realidad.
Yo no estoy en contra de tirarnos al mar. Seguramente yo lo habría hecho también ¿pero qué necesidad hay de hacerlo ante los celulares o las cámaras? ¿Por qué la gente y los aliados tienen que ver a un hombre que trabaja incansablemente (eso dicen) por la libertad, dándose un chapuzón en el Mar Caribe? Seguramente Duque, Trump y Bolsonaro habrán pensado: “muy bien debe estar todo en Venezuela para que el presidente saque tiempo para darse un chapuzón público”.
Insisto en esa palabra: público. Lo que un presidente haga con su intimidad (tirarse al mar, ir al sauna o comer langosta) es su problema. Pero en cuanto decide hacer algo ante decenas de cámaras y celulares la ecuación cambia, porque quiere ser visto.
Hay que ser claros. Estamos hablando desde un escenario que Guaidó abandonó hace ya unos meses. Esta no es la lucha por el cese de la usurpación. Esta ya es la campaña electoral.
Mientras tanto, el presidente legítimo cae en frases cantinflezcas como “no les pido confianza en mí, sino en ustedes mismos”. Lemas de campaña con un objetivo firme: buscar la reelección en los próximos comicios.
Nada de esto se le prometió a Venezuela en enero, pero nuevamente la voluntad de un grupito político se impone ante la mirada impotente de una sociedad conocedora los de fraudes que perpetra el chavismo.
Guaidó ha hecho cosas buenas. Le devolvió la esperanza a un país que estaba enterrado en la resignación. Su problema ha sido jugar a espaldas de ese pueblo y pedir confianza en un proceso de negociación que ni siquiera se atreve a llamar por su nombre.
Yo no sé si Guaidó podría ganar unas elecciones. Espero que sí. Pero que nadie me diga que eso fue lo que prometió en enero, porque la función de un presidente encargado era procurar comicios libres, no participar de ellos.