Nunca en mi vida había escuchado el nombre de Carla Angola hasta el 11 de enero de este año en Caracas, cuando una amiga entusiasmada me dijo:
– Mira, dice Carla Angola que Estados Unidos va a reconocer a ese tal Guaidó como presidente.
– ¿Quién es Carla Angola? ¿Tiene credibilidad? – le pregunté.
– Coño, sí… Es Carla Angola. – me dijo con el énfasis de quien contesta lo obvio. No pregunté más. Me parecía que su referencia era suficiente.
Volvería a escuchar su nombre el 23 de febrero, cuando todo era entusiasmo y jugábamos para el mismo equipo: el que apostaba ciegamente por el triunfo de Guaidó. A partir de entonces, su nombre sería una constante en mi vida.
Tuits excesivamente entusiastas, entrevistas con los protagonistas, presencia en el lugar de la noticia: todo puesto para que la dama destacara.
Después de un tiempo empecé a comprender el papel que la señora Angola juega en toda esta historia. Tiene el programa de mayor audiencia en el canal de televisión para el que trabaja. Es plural en cuanto a los invitados que lleva al mismo y carece de la capacidad de hacer preguntas concretas. Siempre debe haber un planteamiento previo que oriente la respuesta de su entrevistado.
Es así como la señora Angola, en mi opinión, se convirtió en una de las piezas clave de un complejo aparataje mediático que procuró desde el día uno mantener arriba el elemento clave de toda esta operación siniestra: la esperanza.
Esperanza contra natura, esperanza a pesar de los pesares. No importaban los errores, el interino siempre debía salir victorioso.
Tal vez en una entrevista podría expresar alguna duda que le generaba el proceso, pero debería rectificar tal osadía con toneladas de esperanza nocturna en su tribuna: Aló Buenas Noches.
A pesar de las constantes acusaciones contra la señora Angola por presuntos vínculos económicos con el gobierno interino, yo nunca la he llamado tarifada, pues yo mismo he sido objeto de campañas cuyo único fundamento es el desacuerdo ideológico.
Yo pienso en Carla como una de las grandes equivocadas de esta historia: una suicida enamorada del poder, capaz de enterrar su credibilidad a cambio de fama, viajes, lujo y dinero.
Sin pruebas, yo no puedo llamar a Carla Angola “tarifada”, aunque entiendo bien a quienes, después de lo ocurrido con la publicación del documento contra el exembajador Calderón Berti, han optado por asumir a la dama de lentes coloridos como una oportunista con intereses ocultos.
Esta teoría halla un sustento fáctico en la junta directiva autoproclamada del Tribunal Supremo de Justicia en el Exilio, encabezada por Antonio Marval, quien es directivo de EVTV (el canal por el que se emite Aló Buenas Noches).
Hay algo que me parece importante decir: al juego de Carla Angola se han prestado todos. Juan Guaidó, María Corina Machado, Antonio Ledezma, Carlos Vecchio, Diego Arria y cuanto nombre venga a su cabeza. Todos han pasado por ese programa y le han permitido seguir manipulando la esperanza del pueblo.
A quienes tienen un rasgo de decencia en su alma les hago un llamado a la coherencia: no acudan más a esa tribuna. No se presten para el juego siniestro de una plataforma puesta al servicio de intereses partidistas contrarios a la lucha por la libertad de Venezuela. Ustedes no necesitan de esa ventana, pero ella sí necesita de ustedes para seguir desinformando.
Algunos de los antes mencionados no acuden a Globovisión por los notorios crímenes de su propietario. Hoy acudir a EVTV es dar oxígeno a una plataforma cuya junta directiva es parte del aparataje del G4 que tanto daño le hace a Venezuela (y que Gorrín financia también).
Ya basta de hacerle el juego a los corruptos.
Nunca he tenido contacto alguno con la señora Angola. Es más, espero no tenerlo nunca. Pero si este artículo llega a sus ojos solo puedo expresarle una cosa: la estupidez deviene de la ingenuidad, pero la corrupción nace del oportunismo.