Cuando empecé la cobertura de la crisis venezolana me encontré con una sorpresa desagradable: vi que el gremio periodístico estaba profundamente segmentado. Como extranjero me era difícil entender esos enfrentamientos entre periodistas en los que finalmente yo me vería envuelto también.
Uno de los hechos que más me impresionó en esos primeros meses fue que, al salir en el PanAm Post la investigación sobre la corrupción en Cúcuta, publicada por Orlando Avendaño, la periodista Ibéyise Pacheco – de quien me habían hablado maravillas y cuya trayectoria me describían como impecable – adversó el reportaje por considerar que era inoportuno para los intereses de Juan Guaidó. Ese día mis alarmas se prendieron.
¿Cómo era posible que una periodista de tanto peso pudiera preocuparse más por los intereses de un político que por la exigencia de transparencia que nos mueve siempre como periodistas y ciudadanos? En mi inocencia, no lo entendí.
Rápidamente empecé a familiarizarme con el famoso concepto de la propaganda, que la mayoría atribuye a intereses económicos, mientras que yo insisto en pensar que se debe más a la defensa de las propias convicciones.
Durante mis años en México aprendí a entender el periodismo de una forma que jamás habría podido comprender en Costa Rica. Cuando conoces a periodistas como Lydia Cacho o Anabel Hernández entiendes que este oficio no está hecho para gente de moral flexible. Es un oficio para personas de una pieza. Te toca decidir si eres un valiente o un cobarde.
Sin quererlo, su ejemplo me acompañaría en la siguiente etapa de mi carrera: Venezuela. Entendí rápidamente que como periodista mi obligación era denunciar la corrupción de donde viniera. Eso implicaba ganarme la enemistad de aquellos que preferían ser complacientes con los delitos de la oposición ante la esperanza que les ofrecían de acabar algún día con el chavismo.
Tal vez por ser extranjero y tener una mirada más fría del asunto comprendí rápidamente que los delitos de unos protegían a los otros, y que para acabar con el mal supremo (el chavismo) había que acabar con el escudo que lo protegía (la oposición colaboracionista). Todo al mismo tiempo y no “esperar a que esto se acabe para después pedir cuentas”, como dicen tantos.
Expresar mis opiniones terminó acercándome al grupo de periodistas que pensaba de una forma similar. A todos ellos, les expreso mi admiración por su gran labor.
Esta líneas no pueden acabar sin lo que he prometido en el título: quiero que usted, estimado lector, entienda a quiénes felicitar en este día y a quiénes no:
En primer lugar, yo me enfocaría en felicitar a los periodistas que siguen dentro de Venezuela, informando y opinando a pesar de la persecución.
Felicito a Mingo Blanco, Marianella Salazar, Nehomar Hernández y Luis Olavarrieta, por nombrar a quienes admiro e incluso considero amigos.
En segundo lugar, felicito a los periodistas que tuvieron que huir de Venezuela para poder informar libremente, renunciando al alcance de los medios abiertos que quedaban para pasar a plataformas digitales.
Tendrá que distinguir usted quiénes de los que están afuera se han dedicado al periodismo veraz (que critica tanto a unos como a otros) y quiénes se han entregado a sus convicciones políticas pasando por encima de la ética profesional.
No felicitaré a esos propagandistas que se dicen periodistas. Tampoco a los que compran suscriptores, seguidores y reproducciones para fingir una credibilidad que en realidad carece de la capacidad de generar opinión.
No felicitaré a los que trabajan de manera directa o indirecta con medios del chavismo, pues son cómplices de la desinformación, la censura y las violaciones de derechos humanos cometidas por el régimen narco terrorista venezolano.
No felicitaré a delincuentes informativos que se dedican a crear campañas de descrédito en contra de periodistas que denuncian a quienes les financian.
No obstante, aspiro a que algún día los periodistas que fallaron al oficio vuelvan al redil de lo que exige este estilo de vida: en palabras de la extraordinaria periodista iraní-británica Christiane Amanpour: “veracidad, no imparcialidad”.
Aspiro también a que este gremio fragmentado logre reconciliarse algún día.
Luis Olavarrieta suele decir que sería muy interesante un programa en el que Carla Angola y yo nos sentáramos a debatir. Hoy eso no es posible, pero espero vivamente que algún día todas las diferencias queden de lado y este gremio fragmentado se una en un solo tenor: combatir la corrupción para lograr una Venezuela libre de delincuentes.
A partir de hoy prometo poner de mi parte para que la reconciliación se dé, cuando todo esto haya pasado. Porque pasará.