English “Vinimos aquí para servir a Dios y al Rey, pero también para enriquecernos”. Esto escribió Bernal Díaz, uno de los conquistadores que provocaron la caída del Imperio Azteca, a partir de la dominación española de la mitad de un continente. Los 300 años de colonización siguientes fueron cualquier cosa menos santos, y las sociedades que quedaron atrás eran cualquier cosa menos ricas.
Como el escritor uruguayo Eduardo Galeano expone detalladamente en Las Venas Abiertas de América Latina, la riqueza extraída del nuevo mundo fue desviada hacia el viejo continente, solo para ser desperdiciada. Los españoles empobrecieron a América Latina y a ellos mismos, acabando con decenas de millones de personas por enfermedades en el camino.
Esto —Galeano afirma en su obra de 1971—, hizo de la región un lugar atrasado, eternamente subordinado a “mecanismos de saqueo”. El Imperio Británico, y luego “imperialistas” económicos estadounidenses, estaban más que dispuestos a explotarla, derrocando gobiernos proteccionistas e imponiendo economías de monocultivos —azúcar, caucho, petróleo, café— que condujeron al desastre cuando los precios cayeron inevitablemente.
Mientras la autosuficiente Norteamérica creció, escribe, “desarrollándose hacia adentro de sus fronteras en expansión, el sur, desarrollado hacia afuera, estallaba en pedazos como una granada”.
Somos pobres, la culpa es de ellos
El libro (subtitulado Cinco siglos de saqueo de un continente) se volvió canónico para los teóricos de la dependencia en todo el mundo. Se apoderaron de una obra de “economía política en el estilo de una novela de amor o de piratas”, en las propias palabras de Galeano, en un momento en que los gobiernos populistas estaban en retirada en toda la región, aplastados por los golpes militares.
Publicó millones en varios idiomas, y las ventas de Amazon se dispararon cuando el difunto presidente de Venezuela, Hugo Chávez, dio a su homólogo estadounidense Barack Obama una copia en su primera reunión en 2009. Causó incredulidad cuando, hace un año, Galeano desconoció la obra que le tomó 90 noches escribir.
“Las venas abiertas intentó ser una obra de economía política, solo que yo no tenía la formación necesaria”, dijo en una feria del libro en Brasil. “No sería capaz de leerlo de nuevo. Caería desmayado”, dijo, lamentando la “aburridísima” prosa de la “izquierda tradicional”.
La polémica obra de 300 páginas de Galeano ya había atraído a los críticos del libre mercado, entre ellos el exiliado cubano y escritor Carlos Alberto Montaner, el escritor peruano Álvaro Vargas Llosa, y el diplomático colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, quien calificó Las venas abiertas como “la biblia del idiota”, reduciendo su argumento a una sola frase: “Somos pobres, la culpa es de ellos”.
El rápido desarrollo y la modernización de las economías asiáticas de la década de 1980 en adelante, cuestionaron de manera similar la idea de que el subdesarrollo no puede superarse a través del libre comercio —aunque su liberalización controlada fue marcadamente diferente al enfoque del todo o nada que América Latina desplegó en el siglo XX.
Sin embargo, Las venas abiertas merece ser revisada tanto por el historiador, como por el economista político. Sobre todo, porque la narrativa errática de Galeano arroja fascinantes episodios olvidados de la historia de América.
Auge y caída
La amplia visión histórica de Galeano es particularmente fuerte al detallar el apogeo de la ciudad minera boliviana de Potosí, una fuente clave de los 16 millones de toneladas de plata extraídos por España entre 1503 y 1660. Unos 800 “jugadores profesionales” del siglo 17 se codeaban con “120 prostitutas famosas”, y una millonaria élite importaba lujos europeos, mientras que los trabajadores andinos y esclavos importados murieron a millares en las minas.
Otros pasajes incluyen un reino desafiante de fugitivos africanos en la selva brasileña que duró todo el siglo XVII, la lucha del rebelde gaucho uruguayo José Artigas frente a la élite liberal de Río de la Plata, y las guerras sangrientas por las materias primas de América del Sur, financiadas por capital extranjero. Sin embargo, el sentimiento de victimización es abrumador. Los diversos pueblos de la América precolombina son presentados como impotentes en su conquista e indefensos frente a la colonización.
En realidad, la conquista de México de Cortez solo fue posible gracias a la colaboración de aliados locales, al igual que el imperio Inca se vio debilitado por la guerra civil (Atahualpa, el último emperador, mató a su hermano para conseguir el trono).
La era de la colonización similarmente involucró procesos de resistencia, negociación e intercambio; no es simple saqueo y exterminio —aunque hubo mucho de eso, también.
Esta falta de agencia se extiende al período posterior a la independencia. Galeano absuelve a las elites gobernantes de cualquier culpa por el subdesarrollo persistente, y otorga a las naciones la responsabilidad por su política económica. Al mismo tiempo, demoniza a esos capitalistas extranjeros que trajeron inversión y la tecnología, aunque por su propio interés.
Cambiando el registro
El periodo de luna de miel de América Latina, en el cual culpa a su pasado colonial de todos sus problemas, está llegando a su fin, si no estaba ya pasado de fecha en la publicación de Las venas abiertas. Sin embargo, la retórica anti-imperialista parece estar en su punto más alto.
Los agravios históricos de América Latina son fácilmente manipulados por líderes sin escrúpulos.
Hoy día, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, busca cubrir los fracasos del chavismo evocando un golpe de Estado apoyado por Estados Unidos; el primer mandatario boliviano, Evo Morales, en su tercer periodo en el poder, critica el “racismo, la discriminación, y el individualismo” traído por los mares hace 500 años; y Cristina Kirchner, de Argentina, arremete contra los “buitres” de Wall Street.
Esto, quizás, es la razón más importante para interesarse por la polémica obra de Galeano. Demuestra que las quejas y la ira son legítimas, históricamente fundamentadas, y fácilmente manipuladas por líderes sin escrúpulos.
Las sociedades en América siguen exigiendo justamente el recuerdo de estas ya desaparecidas tragedias, y justicia para las más recientes. Pero la autocompasión, o la condescendencia externa, no le sirve a nadie. Para encontrar las herramientas que cambien el futuro, tenemos que buscar en otra parte.