EnglishEs una personalidad de los medios, escritor, cofundador del Partido Libertario de Puerto Rico, e incluso planifica una micronación separada del territorio estadounidense. Frank Worley-Lopez es industrioso—y la industria es uno de los temas principales en su última iniciativa, una parabola en favor de la libre empresa en la forma de un libro para niños, titulado Toy Farm Lemonade (La Limonada de la Granja de Juguetes).
Worley-Lopez —quien también escribe en PanAm Post— lleva a la literatura todas sus batallas contra el redistribucionismo, en un relato donde Rebelión en la Granja se encuentra con La Rebelión de Atlas para contar la historia de Justin Dus Trius (el juego de palabras significa, precisamente, “solo industrioso”, en inglés). Justin es un niño emprendedor, que viene de una familia de bajos ingresos que lo apoya, pero él quiere desesperadamente ganar suficiente dinero para comprarse los juguetes de un catalogo que vio, especialmente un caro modelo de avión.
Con un poco de asesoría de sus padres, y un préstamo de un generoso banquero que vive frente a su casa, Worley-Lopez abre un exitoso puesto de venta de limonada que le permite comprar las cosas que quiere, y un montón de juguetes adicionales para los niños de un hospital local. Pero la envidia pronto invade esta escena suburbana, y los otros niños comienzan a exigirle a Justin que les compre juguetes de alta calidad a ellos también.
Liderados por el bravucón del barrio, Big Al, los 99 miembros de la Alianza para la Igualdad de los Juguetes Infantiles (Cheta, por sus siglas en inglés) acampan en el patio de Trius, y organizan marchas y “lloradas masivas” hasta obtener lo que desean. Finalmente, una mañana, los precoces manifestantes llegan (¡atención, expoliadores!) y se encuentran con que la familia —y la limonada— ya no están.
Worley-Lopez escribe de forma atractiva, apuntando contra sus blancos de siempre con frecuencia regular. Le azota un golpe a la burocracia cuando nuestro niño emprendedor debe superar todos los trámites para obtener la habilitación de su puesto de madera y comienza a pagar impuestos, pese a no ser lo suficientemente grande como para manejar un auto o votar.
El sesgo mediático también es parte de la caricatura, cuando un reportero engaña a la madre de Justin para que diga que las fábricas que explotan a los obreros “son algo bueno”. Cuando un niño del barrio golpea el puesto de Justin con su bicicleta, y exige una nueva llanta, su padre le deice que “todo es parte de ser dueño de un negocio”.
De limones y fascismo
En otros momentos del cuento, el autor fustiga al movimiento Occupy, aunque con analogías algo débiles. Por ejemplo, cuando Big Al y sus amigotes tildan a Justin de “fascista” y “supremacista”, términos que quizás aprendieron del sindicalista padre de Al, aunque improbables en la boca de un niño de ocho años. En sintonía con la tradición de historias para niños, los padres son algo bidimensionales, incluso cuando sus homilías sobre la importancia de la independencia y el trabajo duro son difíciles de refutar.
Dicho esto, el objetivo de Worley-Lopez —exaltar la “cultura del merecimiento” que supuestamente engendró el libro— puede ser objeto de algunas réplicas. Justin, después de todo, se beneficia de las ventajas heredadas: el crédito sin intereses y el consejo de sus padres para arrancar; el patio delantero que forma parte de su negocio; y el ambiente suburbano y seguro en el que trabaja.
La Limonada de la Granja de Juguetes provee una visión concreta y articulada de la filosofía libertario-conservadora de su autor
Es genial que Justin done al hospital que está a unas cuadras de su casa, pero ¿debería haber instituciones que dependan únicamente en la caridad de un infante magnate de la limonada?.
Quien les escribe está esperando también por T0y Farm Lemonade II, donde veremos a Justin involucrado en una amarga disputa laboral con cultivadores mexicanos de limones que son parte de la base de su cadena de suministros.
Dejando los chistes a un lado, Toy Farm Lemonade ofrece una visión articulada de la filosofía libertario-conservadora del autor, de la cual defensores y críticos por igual podrán llevarse algo. Lo más impresionante es que Worley-Lopez lo haya producido mientras libra simultáneamente una guerra de un solo hombre contra el derroche fiscal en Puerto Rico.
Y mientras este libro apunta más a adultos que a niños, la flosofía política en un libro para niños parece ser la última moda: esto lo pueden atestiguar los niños venezolanos, quienes repasan sus libros de historia modificados y las constituciones ilustradas, donde Chávez y Maduro aparecen con más frecuencia que Simón Bolivar.