El ocho de mayo pasado fui invitado con otros colegas economistas a una sesión de la Comisión Primera del Senado a compartir nuestras impresiones sobre el impacto de la cuarentena sobre la actividad económica. Las ideas que expuse están en un texto divulgado aquí. Al final de la sesión se nos permitió una intervención adicional de cinco minutos, en la que, entre otras cosas, dije que la economía es una vasta red de intercambios en la que vivimos todos prestándonos servicios los unos a los otros y cuando se paraliza la economía lo que se paraliza es esa red de intercambios y no hay ingresos para nadie.
Un senador excesivamente famoso, en el tono mayestático que lo caracteriza, respondió específicamente a ese planteamiento con esta afirmación: los empresarios deben acostumbrarse a una economía sin mercado, deben entender que vamos hacia una economía de derechos. Como lo cito de memoria, es probable que esas no hayan sido exactamente sus palabras, pero corresponden, como puede constarse con la grabación de esa sesión, a lo que es su pensamiento, como él lo ha expresado en múltiples oportunidades y como lo reflejan sus relaciones y posturas políticas. Ese senador promete acabar con la economía de mercado y suplantarla por lo que él llama economía de derechos. Esto, dicho en medio de la parálisis de la economía provocada por la cuarentena, me pareció especialmente siniestro.
La riqueza de las naciones libres, que es la riqueza de los individuos que la conforman, es el resultado de la división del trabajo y esta no tiene otro límite que la extensión del mercado, que la amplitud de los intercambios del producto de su trabajo que libre y voluntariamente realizan esos individuos con los de su propia nación y con los de las más remotas. Las personas más ricas son aquellas que directa o indirectamente cambian sus propios productos, sus propias creaciones, sus propios servicios con más y más personas. No hay persona más pobre que aquella que no intercambia nada con nadie y que por lo tanto está condenada a suplir con su esfuerzo aislado sus necesidades básicas. Esta ha sido desde siempre la verdadera promesa del socialismo y el comunismo: acabar son la libertad de intercambiar, aniquilar y suprimir la propensión humana a cambiar para hacer que las personas se conformen con lo básico, con lo mínimo. Eso es lo que el famoso senador llama economía de los derechos.
Es falso que el socialismo haya fracasado en Cuba o Venezuela, países cuyo sistema económico y político admira el famoso senador y desea implantar en nuestro país. El éxito del socialismo en Cuba ha sido total. Son ya tres generaciones las nacidas sin libertad de decidir lo que quieren hacer con su propia persona, con su propio trabajo, sin la posibilidad de intercambiar libremente sus productos y servicios con los demás. Tres generaciones acostumbradas a lo básico, a lo que la dictadura que las oprime decide son sus derechos. Ya ni se rebelan, ni protestan, pues han caído, la mayoría de ellas, en la ominosa situación de servidumbre voluntaria y agradecida a la que los tiranos socialistas quieren llevar a los habitantes de los países donde logran imponerse. Venezuela, la atribulada Venezuela, avanza decididamente por ese camino. Los jóvenes venezolanos de veinte años, de la misma edad de los muchos que en Colombia votan por el famoso senador, no han disfrutado ni de un segundo de libertad.
El socialismo no suprime la búsqueda del interés propio, reprime su ejercicio en libertad para la mayoría de la población, al tiempo que la reserva, en diversos grados según la jerarquía dentro de la nomenclatura, para los miembros del partido único de gobierno. Es el interés propio doloso, como lo han ejercido desde siempre los criminales, mediante al fraude, el robo, la extorsión, el secuestro y el asesinato. La diferencia radica en que bajo el socialismo los criminales ejercen su interés propio desde el poder, desde el gobierno. Todos los gobernantes socialistas buscando su interés propio se hacen inmensamente ricos. Todos los gobernantes socialistas son criminales que han expropiado, que es lo mismo que robado, los bienes de los demás y que cada día expropian a los sometidos el más preciado de los bienes del ser humano: su propio trabajo. El gobierno socialista es el gobierno del lumpen organizado que se ha tomado el poder.
Increíblemente ocho millones de colombianos votaron por una persona, el famoso senador, con antecedentes criminales, con simpatías declaradas por los regímenes totalitarios y que abiertamente anuncia su propósito de expropiar al sector privado y de apoderarse de los mecanismos del estado para suprimir la economía de mercado, que es la economía de la libertad y la abundancia, e imponer por la fuerza la economía de los derechos, que es la economía de la servidumbre y las carencias. Increíblemente esa persona es temida por los empresarios, que no osan atacarlo, quienes incluso lo invitan a sus asambleas gremiales, y cortejada por los medios de comunicación y por politicastros de todos los partidos que no quisieran estar por fuera de la repartija el día en que el famoso senador se convierta, si persiste la ceguera de nuestros dirigentes, en presidente de la República.
No debe olvidarse nunca que Castro fue aclamado por la burguesía, los estudiantes y la clase media cubana y que Chávez llegó al poder a hombros de la dirigencia política y empresarial de Venezuela y fue votado varias veces por la mayoría de la población que esperaba de él la continuación del asistencialismo a los que gobiernos adecos y copeyanos la tenía acostumbrada. De te fabula narratur, Colombia, esta historia habla de ti, Colombia.