Los venezolanos descubrimos duramente el 30 de abril que el plan que tenía la oposición oficial no era la liberación de la tiranía sino la cohabitación con ella.
Lo que entiende el gobierno del presidente encargado Juan Guaidó y los principales líderes de la Asamblea Nacional como “cese de la usurpación” no es lo mismo que comprende el resto de los venezolanos. Exponiéndolo claramente: los venezolanos entendíamos y seguimos entendiendo como “cese de la usurpación” no solo la salida de Miraflores de Nicolás Maduro y el cese inmediato de su gobierno de facto, sino la terminación de toda la superestructura del castrochavismo en el gobierno dado que dejó de tener la legitimidad que solo dan los votos de los venezolanos, de acuerdo a la todavía vigente Constitución de 1999, hecho claramente expuesto luego del fraude electoral del 20 de mayo de 2018.
¿Cómo se le podía vender entonces a los venezolanos que Juan Guaidó gobernara tan siquiera un día con toda la superestructura que sustenta al régimen en el poder si hubiera tenido éxito ese movimiento del 30 de abril? ¿Cómo se podría soportar a un Maikel Moreno presidiendo el TSJ, principal responsable de las persecuciones judiciales de la tiranía, o un Vladimir Padrino López como ministro de la Defensa después de ser el principal responsable material de los crímenes de lesa humanidad que se están dando a conocer ante la Corte Penal Internacional? ¿Ese era el plan de “cese de la usurpación”?
En lo personal me decepcionó mucho, aun más luego de leer todos los reportes que surgieron posteriormente relatando con detalle los acontecimientos del antes y el después del movimiento del 30 de abril y las graves denuncias de corrupción que no han sido debidamente explicadas hasta el día de hoy, y revelarían la razón por la que ahora se comenzó un nuevo diálogo en Noruega, cuando habían dicho que no habría más diálogos con Maduro.
Aquí hay un hecho grave que se develó después del 30 de abril: la manera en cómo se concibe la transición después de separado Nicolás Maduro del cargo que ostenta ilegítimamente, y las consecuencias para Venezuela de realizarlo de una u otra manera. Allí es en donde creo que está el obstáculo para que avance el famoso mantra de tres pasos, ya que eso definiría si lo que ocurrió fue un golpe-negociación frustrado y si con eso se puede derrotar a esta “dicta-socialista militar-civil” como acertadamente lo titula la Cátedra Pio Tamayo.
El 30 de abril los venezolanos descubrimos cómo piensa realmente la oposición oficial resolver el problema político en Venezuela: a) no desean que haya una intervención humanitaria a pesar de los crímenes de lesa humanidad que comete el régimen de Nicolás Maduro y que casi un 90 % de los venezolanos, de acuerdo a las encuestas, se los está pidiendo; y b) creen que la salida y la normalización de la situación política del país pasa por una negociación con los delincuentes que manejan el poder de facto en Venezuela. Esas dos verdades reveladas el 30 de abril crean un enfrentamiento directo de la mayoría de los venezolanos con su clase política opositora. Eso no es base de sustentación para ningún gobierno de la oposición.
Cualesquiera que sean las razones de los diputados de la Asamblea Nacional –corrupción incluida- para evitar un intervención militar de carácter humanitario, son la causa de que no se haya dado la aprobación de la autorización de la entrada de contingentes armados extranjeros contenida en el artículo 187, numeral 11 de la Constitución. Del mismo modo, están trancando la liberación de Venezuela de los ejércitos cubano, ruso, chino, iraní, hezbolá y demás terroristas paramilitares de ocupación que se encuentran enquistados a lo largo y ancho del territorio nacional, y que se están preparando para expandirse por Latinoamérica y los Estados Unidos.
Al haber tomado la trascendental decisión de cohabitar con el régimen, aun sin estar Maduro, el Gobierno de Juan Guaidó fracasó sin haber comenzado. Si toda la estructura de poder su gobierno de transición va a depender de los factores enraizados de la narcocorrupción del actual régimen, difícilmente se podrán acometer las reformas imprescindibles para el retorno de la institucionalidad democrática del país, comenzando por una reforma a fondo de las Fuerzas Armadas.
¿Cómo se enderezarían las barbaridades que cometieron Hugo Chávez y Nicolás Maduro dentro de esa institución, donde violentaron los principios fundamentales de la institución armada de disciplina, obediencia y subordinación, si quienes están al frente son precisamente aquellos cuyo poder se sustenta en esa distorsión?
Es una contradicción hacer una negociación en las que convivan las estructuras antidemocráticas del régimen y sus protagonistas con un pretendido gobierno democrático. Eso es lo que al parecer no alcanzan a entender aquellos que impulsan una “negociación” en la que sobreviva algo de lo que en este momento oprime a todos los venezolanos y es la razón principal de toda esta tragedia humanitaria que vivimos. No fue una negociación frustrada: el solo hecho de hacer que funcionen ambas maneras de concebir la transición hace abortar cualquier híbrido que se quiera crear.
Es como intentar cruzar sin más dos especies diferentes y pretender crear con éxito un ser completamente nuevo, como un caballo volador, cruzando un caballo con un pájaro. Es como si los aliados para liberar a Europa del nazismo en la Segunda Guerra, antes de proceder a la fuerza como en efecto hicieron, hubieran buscado primero a Himmler, Eichmann o Goebbels para que cogobernaran con ellos en una transición hacia una nueva etapa, haciendo un gobierno sin Hitler, habiendo sido ellos los principales responsables materiales de los 6 000 000 de víctimas fatales solo en campos de concentración.
Si las especies son del mismo tipo, producto ambas de la corrupción, como en efecto lo está comenzando a percibir el país, el engendro creado será peor que la enfermedad, y no solo acabará con él y con la esperanza de los venezolanos, sino que hundirá aun más a Venezuela en la anarquía. Aún están a tiempo de decidir bien.