Trato siempre de no reaccionar de manera inmediata ante las situaciones que se presentan, porque los seres humanos siempre tendemos a equivocarnos cuando nos precipitamos. De allí que lo primero que recomiendo, —aunque confieso que a veces falto a ese principio— es esperar. Sin embargo, las cosas en política tienen que ver con el momento y la oportunidad. Además, lo que sucede todos los días en Venezuela escapa a cualquier razonamiento lógico y no podemos esperar.
Hay tres maneras de reaccionar ante lo que ocurrió el pasado lunes 16 de septiembre con el régimen y un grupo minoritario de supuestos opositores. La primera, es con el estómago, como bien lo expresa una caricatura de Rayma. Venezuela realmente vomitó frente a esto, fue en efecto nauseabundo ver tanto colaboracionismo junto ante un pueblo asombrado.
La segunda manera es con el corazón, con la emoción. Se puede hacer catarsis agrediendo en redes sociales a participantes de esa “oposición” minoritaria de los partidos Cambiemos, Soluciones para Venezuela, MAS y Avanzada Progresista de Timoteo Zambrano, Claudio Fermín, Felipe Mujica y Henry Falcón, que representan solo nueve curules en la Asamblea Nacional. Y la tercera, es con la cabeza. Esto es, analizar fríamente lo que sucedió y actuar en consecuencia. Me inscribo en esta última manera de encarar el problema, comenzando por reconocer que el movimiento del régimen fue una extraordinaria jugada de laboratorio de la cual la oposición oficial debe comenzar por aprender lecciones de estrategia política.
Fuimos testigo de la presentación en sociedad de uno de los movimientos mejor logrados del régimen para apoderarse de la Asamblea Nacional, el único poder legitimo sobre el cual descansa la mejor estructura que se ha organizado desde la oposición para salir del régimen castrochavista de Nicolás Maduro y que es lo único que ha podido hacerles daño nacional e internacionalmente.
Para eso se ha valido del empecinamiento de la oposición oficial de seguirle el juego a un diálogo que nunca entendieron —ni quisieron entender— como una de las mejores herramientas para ganar tiempo y fuerzas y arremeter con mayor poder en contra de los venezolanos, especialmente en contra de quienes todavía ingenuamente creen que estos delincuentes respetarán alguna negociación. Además, se ha valido de lo más arrastrado de la dirigencia política opositora que reaparece después de su debut el 20 de mayo de 2018, acompañando de nuevo al régimen para garantizar su permanencia en el poder a cambio de favores políticos y económicos. No se asombren entonces del talante de estos títeres.
De acuerdo a las declaraciones del Timoteo Zambrano, “las conversaciones entre esta minoría opositora y el Ejecutivo se mantenían desde hace dos o tres meses, tiempo en el que también se desarrollaron las conversaciones con la representación de Guaidó“. En otras palabras, tres meses antes, mientras todo el mundo le decía a Guaidó y al gobierno interino el error que significaba negociar con Maduro, el régimen negociaba con Zambrano a espaldas de esa mesa de diálogo para dinamitarle el piso a la Asamblea Nacional y sus negociadores. ¿Pensaba realmente Guaidó y su gente que Maduro tendría la intención dejar el gobierno para llegar a un acuerdo con él, tal y como declaró ante las cámaras un ingenuo presidente interino, sorprendido fuera de base? Nunca tuvieron esa intención. ¿Quién es culpable de esa falta de previsión?
Trabajar por el levantamiento del “desacato” de la Asamblea Nacional, la reincorporación de los diputados del PSUV y retomar los diálogos con Noruega —pero esta vez con los opositores convenientes (si es que alguna vez no los hubo)— no es más que el abrebocas a una nueva conformación parlamentaria el año entrante, en la que el régimen, ya en funciones en la Asamblea Nacional, impondrá a punta de billetes verdes una nueva estructura de poder dentro de la Asamblea Nacional. ¿Dónde quedarán Guaidó y el acuerdo de la transición? ¿Qué posición tomará, por ejemplo, Acción Democrática o, mejor dicho, Henry Ramos Allup y UNT –que son lo mismo pero con diferente cacique—, cuando el régimen les ofrezca una posición conveniente para sus intereses comunes? ¿Dejarán colgado de la brocha a Guaidó? Piense mal y acertará.
No habrá suficientes partidarios de Guaidó en esa Asamblea Nacional cuando llegue el régimen con un saco de dólares para comprar conciencias para la nueva legislatura que comienza el 5 de enero del 2020. Cuando ellos entren, el “desacato” desaparecerá por arte de la magia de los leguleyos del TSJ. Fermín y los otros no son más que payasos en este macabro circo de quitarnos de las manos el poder legislativo por la terquedad e impreparación de quienes lo conducen.
Juan Guaidó deberá entonces comenzar a entender que los únicos que le acompañamos ahora para lograr el cese de la usurpación de manera inmediata (si es que todavía piensan en eso) no es otro que el pueblo de Venezuela, que lo aclamó el 23 de enero. Desde esta fecha hasta fin de año contemplará, como el resto de los venezolanos, la perdida acelerada de la legitimidad del poder que alguna vez representó la Asamblea Nacional como esperanza de salir de la tiranía de Nicolás Maduro.
Cuando el régimen haya desaparecido el último vestigio de la institucionalidad en Venezuela, la única manera de darle reinicio a este país será convocando a la soberanía popular.¿Por qué tenemos que llegar a ese punto para que Guaidó y quienes lo acompañan comprendan al fin que la Constitución de 1999 esta construida deliberadamente como participativa y no solamente como representativa, como ocurría con la Constitución de 1961? ¿O que el artículo 5 de la Constitución le permite ahora al pueblo ejercer directamente su soberanía “en la forma prevista en esta Constitución y en la ley” y que el artículo 70 establece los mecanismos para hacerlo? No esperemos llegar hasta el punto para convocar al pueblo soberano.
Si alguna oportunidad nos deja esta redefinición del régimen de quienes son ahora “sus opositores”, es que se acortaron las opciones del gobierno interino de Juan Guaidó e, indirectamente, también las opciones de los aliados de la comunidad internacional, comenzando por Estados Unidos. Ahora el gobierno de Trump deberá tomar acciones, como bien señala Roger Noriega un reciente artículo en el Washington Examiner: “Durante la última década, la diplomacia convencional no pudo evaluar la naturaleza del narcoestado venezolano, la importancia de la invasión cubana y el interés de Rusia y China en desafiar a Trump en las Américas. Los diplomáticos no pudieron actuar de manera efectiva cuando Maduro robó una serie de elecciones, cuando los líderes de la oposición cínicos vendieron la democracia, los narcotraficantes secuestraron un gobierno y la destrucción económica y la represión brutal obligaron a 4 millones de refugiados a salir de Venezuela. Ahora que Bolton ha sido dejado de lado, Trump tendrá que empoderar a otro líder para enfrentar a un narcoestado bien financiado que está desestabilizando a las Américas con drogas, terroristas, corrupción y refugiados. Enfrentar esta amenaza, con fuerza es la única opción razonable”.
Pero la fuerza que entendemos que debe ser aplicada a este narcoestado es la de la Constitución y la autodeterminación del pueblo venezolano. Juan Guaidó debe convocar al pueblo como instancia definitiva que lo reconoció como presidente legítimo a una consulta popular plebiscitaria manejada por la sociedad civil para resolver en definitiva la usurpación de Maduro y convocar a un gobierno de transición, tal como lo ha planteado ANCO y un distinguido grupo de venezolanos, y que de allí se deriven las decisiones que correspondan. Así debe plantearlo a la comunidad internacional en su viaje a la ONU ante la inminente desaparición de la única instancia legítima del país. El plebiscito se convirtió en un día, por obra y gracia del régimen y sus títeres, en la única opción sobre la mesa.