EnglishPorque esta semana es Navidad, cuyo ambiente y espíritu de alguna manera contagia los corazones de muchos —no necesariamente cristianos todos— me doy licencia aún mayor que de costumbre para despegar de lo meramente contingente hacia los estratos más abstractos y más humanamente universales.
Por otro lado, también noto cómo, finalizando en año, los temas cierran y retornan. Hay muchos que inhalan aires intelectuales fascinantemente concordantes.
Llevo un tiempo sumergida en los breves, agudos y muy seductores escritos del filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han. Su lectura es imperiosa, voraz y adictiva, y a mi modo de ver, su principal atractivo radica en que estos expresan las intuiciones, que quizás sin haberlas pronunciado, a menudo las hemos presentido e vislumbrado.
Byung-Chul Han tiene una manera fascinante de relatar a los clásicos para luego unirlos con un enlace perfecto. En la Agonía del Eros están fuertemente presente tanto Platón como Smith, Hegel, de Sade, Bataille, Derrida, Deleuze, Agamben y Zizek y sobre todo la pensadora Hannah Arendt. De manera explícita o implícita estos pensadores están convocados por la búsqueda del Eros.
¿Cómo se vinculan el Eros y nuestro ser político y social? ¿Por qué vacilamos ante el lazo del amor y de la política? Debemos volver a buscar y redescubrir el Eros en la vida individual y en la vida juntos.
Según Byung-Chul Han, las acciones políticas comunican con el Eros, pues suponen el deseo común de otra forma de vida. El vínculo secreto entre el Eros y la política consiste en la acción política. Y este es el concepto Arendtiano por excelencia. Hace poco hemos conmemorado el aniversario de la caída del Muro de Berlín. Fue entonces cuando hablé del milagro en el sentido Arendtiano: de un nuevo comienzo, renacimiento, de un accionar juntos, de la transformación de la realidad.
Según las propias palabras de Byung-Chul Han, “[el Eros] es exaltado como fuente energética de una renovación, de la que ha de alimentarse también la acción política. […] El Eros se manifiesta como aspiración a una forma de vida y sociedad completamente diferente,” permite “dar comienzo a algo del todo distinto,” hacer las cosas de manera distinta a lo habitual.
Debemos volver a buscar y redescubrir el Eros en la vida individual y en la vida juntos.
El Eros, este amor al mundo marcado por la vitalidad, convicción y valentía permite que seamos protagonista de nuestras propias vidas, también en el sentido político.
El Eros anula el ser objeto y nos convierte a todos en sujetos activos, creadores y gestores. Al abandonar la pasividad de una “mera vida” (de un amor narciso) abrimos la puerta al acontecimiento, la ruptura, la transformación y la interrupción —a una nueva forma de ser.
Lo sustancial del Eros es que este se ubica necesariamente en una dimensión de la libertad que nace de un impulso del reconocimiento y afirmación de una condición de la radical alteridad, pluralidad y diversidad de las personas. El amor-Eros “hace surgir el mundo desde la perspectiva del otro”, ya que el Eros se concreta entre los sujetos iguales —iguales únicamente en su condición de la libertad.
Se trata de una especie de empatía Smithiana, que nos impone salirnos del claustro del yo: “El Eros se dirige al otro en el sentido enfático, que no puede alcanzarse bajo el régimen del yo”. Amar a través del Eros es querer celebrar la alteridad, diferencia y heterogeneidad.
Finalmente, lo que concreta al Eros en la política, pues no debemos esperar una política del amor, es el el valor, valentía: el thymos plasmado en la acción en el sentido político. Las acciones deben ser impulsadas por el valor, como sucedió cuando cayó el Muro, donde el Eros, que no puede sino dirigirse hacia la alteridad del otro, “incita a producir solo bellas acciones” y nos guarda ante “el infierno de lo igual”.