EnglishSegún los hechos relatados por Plutarco hace ya más de dos milenios, César reprobó y posteriormente se divorció de su esposa, la joven Pompeya, cuando cayeron sobre ella sospechas y acusaciones de su presunta infidelidad durante una fiesta religiosa. César era ya en aquel entonces el Maximo Pontifice y la mujer de César cumplía a su lado, a los ojos de la sociedad romana, un rol importante, por lo que se esperaba que su conducta fuera irreprochable. La mujer de César debió de ser libre de cualquier sospecha; debía no sólo ser honrada, sino también parecerlo.
Hace dos semanas escribí sobre el caso Penta, que ensombreció los criterios morales tanto de los políticos como de los empresarios, y que puso en la tela del juicio la rectitud y la probidad de su conducta. Los procesos y las revelaciones siguieron. Días después otro caso tomó el protagonismo, esta vez del otro polo político —el caso bautizado tras una de sus protagonistas, la señora del hijo de la Presidenta, “nueragate”. El dado fue echado.

Cuando la presidenta Michelle Bachelet asumió su cargo, nombró a su hijo, Sebastián Dávalos, director de la Dirección Sociocultural del Gobierno, que, dada la tradicional masculinización del cargo presidencial equivalía al cargo de la Primera Dama (que solía ser la mujer del presidente). Los hechos que “sembraron sospecha” sobre la irreprochabilidad del Director Sociocultural del Gobierno involucran el presunto tráfico de influencias, como también el acceso y uso de información privilegiada.
Si se violó la ley, está por verse, pero al igual que en el paralelo, aunque distinto, caso Penta, no tratemos de deshacernos de las responsabilidades y sensibilidades de otro orden, el que que trascurre y prima por sobre el ámbito legal. La ley a lo mejor sí es ciega, pero las personas no lo somos.
Tiene razón Tomás Mosciatti cuando le llama atención que —si nos acordamos de la frase introductoria de César—, al sector cercano al gobierno y a la Presidente les preocupa más “el parecer”, la mala imagen generada por los hechos y sus posibles consecuencias políticas, que la esencia de los hechos mismos.
Por lo pronto, Dávalos, bajo la presión interna y no debido a la reflexión personal, renunció al cargo de la Dirección Sociocultural del gobierno, pero no se ha retractado del negocio que en este preciso momento se está concluyendo. Al mismo tiempo, el termómetro social ya ha indicado la baja en la aprobación de las reformas de la Presidenta —el efecto que precisamente teme la coalición.
Salvo algunos casos, los medios de comunicación han desarrollado en general una política comunicacional de control de daños
Cae dolorosamente el discurso y la llamada “épica de la igualdad” del equipo gobernante que prometía “emparejar la cancha”, construir condiciones de igualdad de oportunidades y distanciarse de los “poderosos de siempre.” Y la caída tanto más se escucha cuando, prácticamente, alrededor del caso reina el silencio.
A raíz de ello, me llama fuertemente la atención, que salvo algunos casos, los medios de comunicación han desarrollado en general una política comunicacional de control de daños. Los principales diarios y cadenas televisivas son modestos y cautelosos ante pronunciarse enfáticamente respecto a los acontecimientos. Pero si lo pensamos bien, tampoco esto resulta extraño, cuando los dueños de estos medios y los protagonistas de los últimos “casos”, en Chile, provienen de los mismos círculos.
Curiosamente, lo que nos muestra la concurrencia de los casos Penta y del negocio del hijo y la nuera de la Presidenta, es que aquí opera la misma lógica de los mecanismos mezquinos de la llamada “élite” en Chile —irónicamente desde su etimología indicando a “lo selecto.” Hablando de la élite, aludo también a “los selectos” tanto de la esfera política, como del mundo privado —las esferas que cohabitan y coexisten en Chile, al parecer, en una símbiosis natural, pero con desmedro de la salud de lo público.