EnglishHe estado revisando los medios de prensa europeos y apenas he visto menciones sobre América Latina. Europa peca, como siempre, de concentrarse en sí misma, en sus amigos/enemigos personales más cercanos, enredada en su propio patio y últimamente inmóvil. Mientras tanto, la región latinoamericana se está transformado, se aleja de su antiguo socio, y “está siendo conquistada por sus socios asiáticos”, recibiendo cuantiosas y atractivas inversiones chinas.
Pero mientras la Unión Europea sigue sumida en sus problemas internos, acechada por los fantasmas de la desintegración y preocupada por la situación en Ucrania y las negociaciones de paz, Bruselas acaba de celebrar la Cumbre con la Comunidad de los Estados Americanos y del Caribe (Celac) bajo el soñador lema “Modelar nuestro futuro común: trabajar por unas sociedades prósperas, cohesivas y sostenibles para nuestros ciudadanos”. Durante dos días, 10-11 de junio, los representantes de 61 estados provenientes de las dos regiones estuvieron reunidos para “fortalecer los lazos en base de los objetivos comunes”.
Las cumbres son, según mi punto de vista, instancias caras e inútiles para “hacer política”, pero, en cambio, son espacios de espectáculo de apariencias, de cinismo, de relaciones públicas, de darse las manos y hacer muecas, de marcar presencias, tomar posturas y medir la temperatura del ambiente.
Las partes reunidas, además de sacarse un sinfín de fotos, en el espacio de dos días conversaron sobre “una diversidad increíble de temas”, tales como la intensificación de las relaciones comerciales en el marco de los acuerdos de libre comercio, la erradicación de pobreza, el cambio climático y la cooperación en materia de educación, ciencia y tecnología.
Los que leen con atención, notan —y notan bien—, que la declaración de Correa no incluyó los derechos humanos
La Cumbre UE-Celac, según lo declaró el co-presidente de este reunión, el presidente ecuatoriano Rafael Correa, estaba orientada a promover la identidad y “los valores comunes de ambas regiones”, tales como el respeto a la ley internacional, a la democracia y el reconocimiento del derecho de la autodeterminación de los pueblos.
Los que leen con atención, notan —y notan bien—, que la declaración de Correa no incluyó los derechos humanos (dando a entender que los “pueblos” sí podrían pronunciarse a costa del individuo). En vista de ello, la tarea de encontrar el piso común del acuerdo final, desde punto de vista europeo, se transformó en una quimera.
Las cumbres suelen terminar con un documento-declaración de intenciones y principios —de significado más que nada simbólico. La declaración final con la que culminó la Cumbre UE-Celac logró demostrar lo blando que es el bloque europeo como un “delicado anfitrión” y de lo visibles y decididos que son los amigos del chavismo.
Aunque el presidente Nicolás Maduro no participó, y en su lugar envió al vicepresidente Jorge Arreaza, Venezuela estuvo muy presente y logró dividir a los participantes.
Llamó la atención cómo fue rechazada la adopción de cualquier tipo de la referencia a la condena o sanciones en contra de Venezuela, y por parte de los que sí están consternados por la deriva autoritaria de este país, no hubo un contrapeso suficiente ante ello.
Como resultado, la Cumbre, que abrió con el discurso del mandatario ecuatoriano, cerró con el notorio silencio en cuanto a los presos políticos en Venezuela, pero irónicamente sí incluyó la sugerente mención y crítica a las sanciones impuestas a Venezuela por los Estados Unidos.
Tras acordar la declaración final, Correa —quien fue el personaje más visible y cuyos dichos fueron los más comentados por los medios—, en compañía de los presidentes del Consejo Europeo y de la Comisión Europea declaró que los encuentros como esta Cumbre “son muy fructíferos para incidir en el orden mundial”. ¡Vaya cosecha!