EnglishEl Estado en Chile pretende, a través de la Ley, terminar con la obesidad de los chilenos al imponer el etiquetado de alimentos . Los envases de productos altos en sal, azúcar o grasas, llevarán un octágono con el texto “Alto en…” para advertir a los consumidores en cualquiera de los casos. Según las autoridades, es porque los miembros de la sociedad cuyos índices de sobrepeso baten los récords mundiales no saben lo que comen, y no entienden lo que leen en el etiquetado tradicional.
Este caso es un ejemplo más de la biopolítica, cuando es el Estado es quien nos aliviana la tarea de definir lo que nos conviene o no, en cuanto a nuestro cuerpo. El objetivo de promover la salud en las personas es, en su esencia, meritorio. El Estado define y ejerce el poder sobre el cuerpo y las capacidades biológicas del ciudadano, y de esta manera, traza las fronteras entre la salud y la enfermedad; lo normal y lo subnormal; lo biológicamente bueno y malo; lo recto y lo desviado; lo deseado y lo indecente.
El Estado llena autoritariamente los espacios de la autonomía del individuo, quien por definición tiene la capacidad de entender y definir lo que desea; en palabras de John Stuart Mill: “sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano”. Las políticas estatales de salud, la “coacción vacunaría”, la imposición de los estimulantes del sistema nervioso para los niños hiperactivos, las campañas del estilo de vida saludables, finalmente, también el etiquetado agresivo sobre las cajetillas de cigarros, y ahora en los envases de los alimentos, son iniciativas del Estado paternalista, que al mismo tiempo desconoce la realidad de la gente.
El Estado llena autoritariamente los espacios de la autonomía del individuo, quien por definición tiene la capacidad de entender y definir lo que desea
La realidad detrás de los alimentos chatarra en Chile tiene principalmente dos aristas. Se trata de un país que tiene una brecha de ingresos y niveles de vida enorme. La comida chatarra, altamente procesada, con altos niveles de azúcar, sodio, conservantes, grasas y bajos niveles nutritivos es, en general, mucho más barata y accesible que los productos sanos. Comer saludable es por lo tanto una inversión de quienes pueden permitírselo. La verdura y fruta fresca “pierde” con un paquete de galletas que rápidamente entrega un importante aporte calórico, por menor precio.
La situación paralela, de la otra esquina, tiene que ver con que hay padres que tienen la posibilidad de dar alimentos más sanos a sus hijos, productos menos calóricos y menos procesados, pero escogen la comodidad de las comidas hechas, envasadas y rápidas, que pasan de la estantería del supermercado directamente a la mesa o la mochila escolar. Así se ahorran tiempo, no se pasan horas cocinando, y finalmente se evita el proceso de la educación alimenticia de los niños, que a veces puede llegar a ser tedioso. Aquellos padres entienden el tradicional etiquetado, pueden optar por la versión saludable de los productos, y aún así toman la decisión motivados por otras variables.
Este tipo de iniciativas revelan una insoportable contradicción del Estado inflamado y paternalista, que supuestamente está preocupado por la salud y bienestar de las personas, pero que al mismo tiempo, no quiere llegar al fondo de los problemas, porque no necesariamente le conviene facilitar un estilo de vida saludable para todos.
Este tipo de iniciativas revelan una insoportable contradicción del Estado inflamado y paternalista, que supuestamente está preocupado por la salud y bienestar de las personas
El gobierno chileno no toma la iniciativa en la promoción y protección de zonas verdes en la ciudad, no construye los parques, espacios deportivos, y no facilita las actividades al aire libre, y al mismo tiempo tampoco impide el monopolio de las farmacias y autoriza convertir la última zona peatonal verde céntrica de Santiago, en un grotesco centro comercial y de oficinas.
Creo firmemente que nuestro cuerpo es nuestro templo, y quiero que en este templo gobierne solo mi voluntad, según mis propias capacidades de discernimiento, no impedidas o impuestas por el poder político.
Eso significa que el Estado no deben definir mi bien por mí, sino tan solo debe contribuir a resguardar las condiciones justas de una mayor diversidad de opciones en una variedad de espacios para que las personas puedan ejercer su facultad de pensar y actuar acordemente.
Es que el Estado paternalista tiene sus intereses y aliados, quiere crecer y manejar arbitrariamente a sus ciudadanos, allí dónde le conviene. Así, las personas por falta del ejercicio diario de su libre voluntad, en condiciones de diversidad, se vuelven pasivos. El Estado los menosprecia y cree que solo basta con guiarlos mediante las señales, dibujos y colores.