
El 6 de julio, el presidente de los EE. UU., Donald Trump, sacudió a Polonia con un discurso. Fue aplaudido y ovacionado en vivo. Pero, cómo todo lo que dice y hace, también tuvo fuertes críticas por parte de los medios masivos. Adaptó el eslogan con el cual fue electo #MakeAmericaGreatAgain (hacer EE. UU. grande de nuevo) a Occidente como civilización. Destacó valores tradicionales, al igual que figuras históricas y gestas heroicas. Mencionó tanto al papa Juan Pablo II, de origen polaco, como la relevancia de la fe en Dios como símbolo de unidad nacional y fuente de fuerza en momentos difíciles.
Reforzó la importancia de las fronteras y reiteró su lucha contra el terrorismo. Como es su estilo, aplicó su retórica políticamente incorrecta para decir lo que piensa, que la identidad y los valores compartidos de una nación la conservan.
Polonia no es cualquier escenario y Trump lo recalca. Dio su discurso nada menos que frente al monumento erguido en honor a los héroes del Levantamiento de Varsovia, que fue la mayor resistencia civil frente a los Nazis. Los polacos resistieron a ambas vertientes del totalitarismo socialista; tanto el nacionalsocialismo alemán (Nazi) como el socialismo internacionalista de la Unión Soviética.
Esto nos exige aclarar el significado de dos conceptos. Al momento sucede en la vecina Alemania la cumbre del G20, las 20 naciones más industrializadas del mundo, entre ellas EE. UU., y centenares de manifestantes se enfrentan a la policía para protestar contra la globalización y a favor del globalismo. La globalización es el fenómeno a través del cual los productos van de una nación a otra sin mayor obstáculo. Es decir, comer sushi en Argentina y un asado en Japón, que los productos pasen las fronteras sin obstáculos. Las 20 naciones más industrializadas están justamente en negociaciones para facilitar que eso suceda, entre otras políticas de interés común. Este término es comúnmente confundido por otro similar que es el globalismo donde desaparecen las naciones, la afamada “aldea global”, similar a lo que sucedió en el bloque soviético que durante décadas amalgamó 15 naciones bajo un mismo territorio desde y hacia el cual ni las personas ni los productos podían transitar libremente, solo que esta vez a escala global.
Trump se declara, al igual que los triunfantes polacos, equidistante de ambas vertientes del socialismo, tanto la nacionalista como la internacionalista. En el discurso, hace referencia a la migración. Declara a un enemigo común, el fundamentalismo islámico, mientras da la bienvenida a quienes compartan los mismos valores de la cultura predominante. Es decir, deja en claro rasgos éticos predominantes para una nación pero a diferencia del nacionalsocialismo alemán, no étnicos.
Dijo: “Así como Polonia no pudo ser quebrada, declaro aquí para que el mundo escuche que Occidente nunca —jamás— será quebrada. Nuestros valores prevalecerán. Nuestro pueblo prosperará y nuestra civilización triunfará”.
Contrario a lo que varios medios y referentes del partido demócrata, los rivales de Trump, dicen sobre su supuesto vínculo con Rusia, Trump fue a Polonia para pactar un acuerdo con naciones del este y el centro de Europa que estuvieron bajo el yugo empobrecedor socialista —liderado desde Moscú— para lograr mayor autonomía energética y acuerdos de defensa.
La Cumbre de los Tres Mares busca explorar tanto los recursos como su posible exportación. Por ejemplo, de acuerdo a Reuters Polonia tiene gas natural en la costa del Mar Báltico que podría ser optimizado para exportar. Croacia, co-organizador de la cumbre, también se vería beneficiado por su propio gasoducto. Al momento, es Rusia justamente el mayor exportador de gas a Europa, lo cual es en buena medida su motivación para cuidar de su aliada Siria, que Trump reprocha en su discurso, donde acusa a Rusia de apoyar a regímenes hostiles y de ser cómplice de desestabilizaciones.
La desmantelación del régimen sirio traería consecuencias financieras para Rusia, ya que implicaría un paso libre del gas explotado desde Iraq y consigo perdería el monopolio de exportaciones de gas, ahora enfrenta perder ese monopolio a través de sus ex-colonias en tiempos soviéticos.
Pero el foco del discurso de Trump no fue económico sino ético. Lo más polémico de sus declaraciones fue esta reflexión: “La pregunta fundamental de nuestros tiempos es si Occidente tiene la voluntad de sobrevivir”.
Es decir, expone que no solo está bajo ataque sino que su existencia está amenazada. Por ello varios medios como The Atlantic anuncian que el discurso de Trump es de carácter paranoico tanto en lo religioso como en lo racial. Aclaran que EE. UU. no es lo mismo que Polonia. Ya que Polonia es la nación más homogénea en lo étnico y religioso de toda Europa, ni se diga en comparación con los EE. UU. Por ende, aducen que no puede hablar de cultura y valores compartidos en una nación tan diversa sin sojuzgar a las minorías. Para The Guardian, al destacar el uso de la palabra civilización diez veces para referirse a Occidente pone en contraposición a Oriente como bárbaros. Dicen: “el hombre que nos trajo “primero los EE. UU.” ahora expandió su visión a un choque de civilizaciones”.
Con frecuencia Trump es crudo, impertinente e incluso ofensivo, poco diplomático en comparación al político promedio. Esas cualidades le vuelven odiado por sus detractores y querido por sus simpatizantes. Porque tiene la franqueza de un niño, honesto y sin tapujos. Lo cual nos remonta al cuento infantil conocido como El Traje Nuevo del Emperador o El Rey Desnudo. Trata de un emperador que pasea desnudo por las calles, engañado por un sastre que —aprovechando la arrogancia del soberano— convenció al mandatario de que vestía un bello y lujoso traje y este, incapaz de admitir su error, eligió salir desnudo convencido de que estaba vestido elegantemente. Sus súbditos, incapaces de afrontar a su emperador, aplaudían con normalidad. El único que fue capaz de gritar que el emperador iba desnudo fue un niño. Porque a los niños no les importa el qué dirán y muchas veces no miden las consecuencias. Fue justamente esa manera tan brutalmente honesta de decir las cosas lo que logró —en buena medida— que Trump sea hoy presidente.
Sumado a su comunicación sin filtro está su posición frente al terrorismo. EE. UU. ve al otro lado del mar una Europa donde periodistas son asesinados por burlarse del profeta Mahoma, como el caso de Charlie Hebdo. Entonces cuando se habla de valores fundamentales occidentales, uno de ellos es la libertad de expresión, mejor dicho por el propio Voltaire, nacido en suelo francés: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero estoy dispuesto a dar mi vida porque puedas decirlo”, ahora puedas perder la vida por ser una broma, que aunque sea de mal gusto y altamente ofensiva, no debería costarte la vida. Y esto está vinculado justamente a otro logro en Occidente, la separación de religión y Estado, donde cada cual es libre de ejercer su fe sin que esta cause prejuicio o perjuicio.
Actualmente la tolerancia se enseña como máxima virtud. Lo que está en duda es cuánto y qué se debe tolerar. Porque la tolerancia es, a fin de cuentas, la aceptación de lo que no nos agrada. Ahora nos queda analizar si quien representa al niño sincero que nos muestra al emperador desnudo en este cuento es quien nos dice que se avecina y va en aumento una cultura cuyos valores son incompatibles con los nuestros o si el mandatario en efecto es quien representa al emperador arrogante, incapaz de asumir sus propios errores y por qué no, un poco de las dos cosas.