Después de una década del comienzo del fenómeno conocido como “colapso de la colonia”, emprendedores apicultores revierten el “apocalipsis de las abejas”, así anuncia una publicación de la edición de agosto/septiembre de la plataforma Reason.
Sin duda, la disminución de las abejas productoras de miel es preocupante, pues polinizan una amplia variedad de cultivos de alimentos importantes – alrededor de un tercio de lo que comemos.
Con frecuencia se escucha que las abejas están desapareciendo y consigo crece el temor a los estragos que podrían causar la ausencia de la polinizadora por excelencia. Desde 2006, aumentaron reportes de apicultores sobre pérdidas grandes en sus colmenas de abejas durante el invierno. Los reportes no solo indicaban que aumentó el número de abejas que morían, sino que además abandonaban sus hogares las colmenas. El fenómeno se extendió tanto que obtuvo un diagnóstico y consigo denominación. Se llamó”síndrome de colapso de las colonias”.
Enseguida empezaron campañas mediáticas que hasta apodaron el fenómeno “el apocalipsis de las abejas”. La alarma fue tal que la revista Time publicó en su tapa cómo sería “Un mundo sin abejas”. En el 2013, la Radio Pública Nacional (de EE. UU.) declaró “un punto de crisis para los cultivos”. Se anunciaba entre los culpables a los cultivos genéticamente modificados, pesticidas, el calentamiento global, hasta teléfonos celulares y líneas de transmisión eléctrica de alto voltaje, es decir culpaban a la actividad humana de matar a las abejas.
No solo fue una cuestión mediática, tuvo repercusión en la política. El Gobierno de Obama creó un grupo de trabajo para desarrollar una “estrategia nacional” para colaborar con las abejas y otros polinizadores, pidiendo USD $82 millones en fondos federales para ayudar a la salud de los polinizadores y el aprovechamiento de 2,8 millones de hectáreas.
Pero esto no fue un avance, sino un retroceso. Pues políticas similares ya existieron. Lo que hizo Obama fue retomar las que ya se habían desmontado. Cuando surgió la industria, economistas como J.E. Meade, ganador del premio Nobel de economía, nada menos, fueron escépticos, sosteniendo que no habría quien pague por ello sugirió “imponer impuestos y subsidios”. Cabe destacar que el economista era promotor del nuevo Keynesianismo, o sea, promotor de la intromisión estatal en el mercado, logrando que en 1952 se pase legislación bajo el “programa de apoyo de precios de la miel”.
Sin embargo, desde la iniciativa privada, marcas como Cheerios, el cereal que usa una abeja en su logo, inició una campaña “Traigamos a las abejas de vuelta” para sembrar 100 millones de semillas, superó la expectativa, pues sus donantes enviaron 1,5 mil millones de semillas.
Voluntad sobra. Han sido justamente quienes se encargan de esta industria quienes la sacaron adelante, salvando a incontables abejas y logrando que su población vuelva a surgir. Mediante la reconstrucción de las colmenas, los apicultores formaron un mercado sólido, sin mayor impacto en el precio de sus productos y consigo a los bolsillos de sus consumidores; demostraron ser capaces de adaptarse y superar la adversidad con resiliencia, fenómeno que no ha repercutido a la par del terror inicial.
Pues la industria se dedica no solo a la producción de miel sino a la reproducción. La función principal de la apicultura comercial es ayudar a las plantas a reproducirse. Algunos cultivos, como el maíz y el trigo, pueden confiar en el viento para transferir el polen del estambre al pistilo. Pero otros, incluyendo una variedad de frutas y frutos secos, necesitan ayuda. Y dado que los agricultores no siempre pueden depender únicamente de murciélagos, aves y otros polinizadores silvestres para hacer el trabajo, recurren a las abejas para ayudar con la inseminación artificial. Así, se fortifican tanto las plantas como las abejas, pues las primeras producen más néctar y las abejas miel.
En términos de utilidad, las abejas operan como el ganado. Pues, también son una especie introducida por el humano. A diferencia de los abejorros y las avispas, las abejas no son nativas de América del Norte. La especie comercial primaria, la abeja europea, se cree que fue introducida por los colonos ingleses en el siglo XVII. Al igual que el ganado, sus dueños las crían, les proveen nutrición y cuidado veterinario apropiados. Es decir, así como el humano hizo proliferar a la abeja, es quien se encarga de que siga existiendo.
Por ello muchos apicultores comerciales operan de manera migratoria. Transportan sus colmenas para “seguir la floración”. Se mueven cuando las abejas están despiertas y descansan a la par de ellas. Viajan de acuerdo al ritmo propio de la naturaleza, en estaciones. Cuando inicia la primavera, muchos viajan a California para polinizar las almendras. Otros van a Oregon y Washington para cooperar con la fertilización de frutas como manzanas, peras y cerezas, también hay quienes migran hacia el este para fecundar los huertos de manzanas de Nueva York. En esa misma época del año, hay abejas que llegan a bordo de camiones al estado de Florida para polinizar frutas y verduras en Florida a principios de la primavera, para luego ser parte del proceso de los arándanos al noreste en el estado de Maine. Es decir, van hacia los cuatro puntos cardinales y a cada extremo de la nación en busca no de poner un alto a la vida, sino a colaborar con su propagación, tanto animal como vegetal.
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Cuando empieza el verano y termina la temporada de floración, los frutos no producen suficiente néctar para que las abejas produzcan miel, entonces los apicultores se dirigen a la Medio Oeste, conocido como el corazón del EE. UU. Ahí liberan a las abejas. Pues las extensiones de tierra ahí son vastas y las abejas pueden buscar alimento entre los campos de girasol, tréboles y flores silvestres. Una vez que termina el verano, transportan de nuevo a las abejas, esta vez en busca de clima más cálido.
Así como la actividad humana puede afectar a otras especies, también puede remediar. Y son los expertos los más indicados para lograrlo, no los burócratas. Pues así forjamos no solo una economía sino una cultura donde las cosas se hacen por voluntad y no por obligación, porque funciona mejor, no por temor (a las represalias).
Estos emprendedores apicultores nos dan una lección sobre cómo podemos no solo coexistir con la naturaleza sino cómo siguiendo y respetando sus ciclos podemos aprovechar mejor los recursos mientras causamos menor impacto. Se benefician las flores, las frutas, las abejas y por supuesto las personas, tanto las que viven de este producto como quienes consumen el producto final.
Respecto a la relación del hombre y la naturaleza, en su obra “Las Flores y la Vida del Hombre” el literario clásico español Calderón de la Barca destaca: “Del más hermoso clavel, pompa de un jardín ameno, el áspid [serpiente] saca veneno, la oficiosa abeja miel”.