En un artículo publicado en la edición de agosto de la Journal of the American Medical Association (JAMA), se reveló que 1 de 8 ciudadanos de EE. UU. padece alcoholismo. En redes sociales la noticia se publica como indicador que las muertes vinculadas al alcoholismo duplican a las producidas por consumo de opiáceos. Es decir, existe una crisis de salud pública que está siendo ignorada, ya que conlleva un índice de mortalidad considerable.
El periódico The Washington Post publicó un artículo donde expone las estadísticas del estudio. En él se indica que en la primera década de este siglo la adicción al alcohol entre la población aumentó un 49 %. Es decir, afecta a 1 de cada 8 ciudadanos en los EE. UU. que equivale al 12,7 % de la población total.
Esto es más que el doble de los opiáceos, tanto legales (morfina) como ilegales (heroína). Según el informe del Centros de Control y Prevención de Enfermedades, las drogas derivadas son el mayor causante de muertes por sobredosis. En el 2015 ascendieron a 33.091 los fallecimientos asociados al consumo, cuadruplicaron desde 1999. Sin embargo, sigue siendo menos de la mitad que las muertes causadas por el alcoholismo. Es que las consecuencias están tanto en las afecciones fisiológicas causadas por el consumo de la bebida como en los accidentes vinculados.
En el campo de la medicina lo que se conoce coloquialmente como alcoholismo se llama trastorno por consumo de alcohol. Este padecimiento, a su vez, se divide en dos variantes: abuso y dependencia.
De acuerdo con el Centro Nacional de Información Biotecnológica, se considera abuso de alcohol cuando: resulta en el “incumplimiento de las obligaciones de roles principales en el trabajo, la escuela o el hogar”; “el uso recurrente de alcohol en situaciones en las que es físicamente peligroso”; “problemas legales recurrentes relacionados con el alcohol”; “el uso continuado del alcohol a pesar de tener problemas sociales o interpersonales persistentes o recurrentes causados o exacerbados por los efectos del alcohol”.
Asimismo, para un diagnóstico de la dependencia del alcohol, el centro investigativo sugiere que un individuo debe experimentar por lo menos tres de los siete síntomas siguientes: “consumo de cada vez mayor cantidad de alcohol para lograr la intoxicación o el efecto deseado” (el alcoholismo genera resistencia); “el síndrome de abstinencia característico del alcohol” (puede incluir reemplazarlo con otra bebida o sustancia); beber en cantidades mayores o durante un período más largo de lo previsto; ansias permanentes o intentos insatisfactorios para reducir o controlar el consumo de alcohol; actividades sociales, ocupacionales o recreativas motivadas por beber; una gran cantidad de tiempo dedicado a actividades necesarias para obtener, usar o recuperarse de los efectos de beber; “sigue bebiendo a pesar de tener un problema físico o psicológico persistente o recurrente que es probable que sea causado o exacerbado por el consumo de alcohol”.
Los datos del estudio provienen de la Encuesta Epidemiológica Nacional sobre Alcohol y Condiciones Relacionadas (NESARC), una encuesta representativa a nivel nacional administrada por los Institutos Nacionales de Salud. Se consideró que los encuestados tenían trastorno por uso de alcohol si cumplían con los criterios diagnósticos ampliamente utilizados para el abuso o la dependencia del alcohol.
Los autores del estudio denominan los hallazgos como una situación grave que a su vez expone la crisis a nivel de salud pública, señalando que el alcoholismo es un factor importante de mortalidad por la variedad de dolencias que desencadena: “trastornos del espectro alcohólico fetal, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, accidente cerebrovascular, cirrosis hepática, varios tipos de cáncer e infecciones, pancreatitis, diabetes tipo 2 y diversas lesiones “. En donde la cirrosis y la hipertensión son las mayores causas de muerte vinculadas al alcoholismo.
Según Bridget Grant, investigadora del Instituto Nacional de Salud, el aumento del consumo “(…) se debe al estrés y la desesperación y al uso del alcohol como un mecanismo de afrontamiento”. También destacó que los aumentos en el trastorno fueron”mucho mayores entre las minorías que entre los individuos blancos”.
El estudio encontró que las tasas de alcoholismo fueron más altas entre los hombres (16,7 %), los nativos americanos (16,6 %), las personas por debajo del umbral de pobreza (14,3 %) y las personas que viven en el medio oeste (14,8 %). Sorprendentemente, en estos grupos considerados más vulnerables casi 1 de cada 4 adultos menores de 30 años (23,4 %) cumplió con los criterios diagnósticos para el alcoholismo.
Frente a esto, el autor del artículo ya mencionado de The Washington Post plantea que uno de los posibles detonantes para que la situación sea peor entre personas de minorías étnicas fue la crisis hipotecaria del 2008, debido a programas de financiamiento de hipotecas para ciertos sectores de la sociedad por parte de instituciones que luego quebraron. Para sustentar su hipótesis, resalta un estudio del centro de investigación Pew publicado en el 2014 titulado La desigualdad de la riqueza se ha ampliado a lo largo de las líneas raciales, étnicas desde el final de la Gran Recesión.
No obstante, de acuerdo con un estudio de la Administración de Servicios de Salud Mental y Abuso de Sustancias, desde el 2002 el índice de adicción, tanto a las drogas ilícitas como al alcohol, tiende a bajar. Pese a que también es una agencia federal, ofrece un diagnóstico diametralmente opuesto. Para explicar por qué se da esta inconsistencia se desarrolló un tercer estudio que indica que la discrepancia entre ambas investigaciones es que la primera incluye información más “sensible” sobre los hábitos de los consumidores.
A su vez, surge inquietud respecto a las cifras más alarmantes, debido a que toman en cuenta los datos hasta el 2013. Si la tendencia fuese tan elevada como indican los datos ya mencionados, los más sensibles, la verdadera tasa de alcoholismo sería aún mayor.
En una publicación que acompaña el estudio, Marc Schuckit, psiquiatra de la Universidad de California en San Diego, sostiene: “Si ignoramos estos problemas, volverán a nosotros a un costo mucho más alto a través de visitas al departamento de emergencias, niños con discapacidades que probablemente necesiten atención durante muchos años por problemas prevenibles y mayores costos para las cárceles y prisiones que son el último recurso de ayuda para muchos”.
La mención del experto sobre los efectos sobre los niños, indica que el impacto de la adicción al alcohol afecta no solo a quien consume, sino también a quienes tienen a su alrededor, así como a quienes heredan su genética y por ende a la siguiente generación.
En medio de una economía donde se busca afianzar un sistema de salud público estatizado, propuesto en el anterior Gobierno y reforumulado en el actual, esto representa un problema aún más profundo, pues la sociedad entera tendría que enfrentar el impacto y gasto que implica tener a un índice tan elevado de la población con necesidades médicas constantes.
Es decir, el Estado propone proveer un servicio básico, pero no ha sido capaz de abordar, detectar y conciliar adecuadamente los datos de un problema de salud pública como una adicción tan esparcida entre su población. El mismo Estado hace casi un siglo implementó la Prohibición, cuando el alcohol se volvió ilegal. Sin embargo, el alcohol no desapareció, sino que proliferó su venta y consumo a través de redes criminales e incluso mafias, lo que al final terminó por influir en permitir el consumo legal de esta sustancia.
Mientras tanto, las drogas que todavía son ilegales siguen causando menos estragos sobre le población civil, tanto en materia de accidentes (sobre todo de tránsito y manejo de maquinaria) como sobre la salud de los consumidores. Esto indica que la ilegalidad no —necesariamente— determina la peligrosidad.