Cada 22 de abril se celebra el día del planeta Tierra. Crece la consciencia sobre el cuidado ambiental a la par de la alarma, pero poco se dice sobre cómo se han desafiado a todos los pronósticos que anunciaban el fin de los tiempos.
En 1970, el primer “día de la Tierra”, el ecologista Kenneth Watt, ya anunció que no quedaría más petróleo para el año 2000. Pues alegaba que se agotaría.
Al contrario, EE.UU., que hasta ahora ha sido importador extrajo 4 mil millones de su propio suelo.
Este anuncio cataclísmico vino acompañado de la idea que para el inicio de este siglo sería tal el enfriamiento global y la acumulación de nitrógeno que ya no se podría cultivar la tierra del planeta.
Y sucedió lo opuesto. De acuerdo al Foro Económico Mundial, hay más árboles que hace 35 años. Se puede observar gracias a imágenes satelitales.
La humanidad ya superó por 19 años el pronóstico de Watt, que alegaba que en los EE.UU. ya no se podría cargar combustible en las estaciones de servicio. Ahora ese país es el mayor productor de petróleo del mundo, según la Administración de Información de Energía de EE.UU.
También mejoraron las condiciones de contaminación. Según el último informe de tendencias de calidad del aire de la Agencia de Protección Ambiental, las emisiones combinadas de los seis contaminantes atmosféricos comunes han disminuido un 73% entre 1970 y 2017.
Cabe señalar que son los países con mayor libertad económica los que logran mayor sostenibilidad ambiental y los medios para lograrlo.
De acuerdo al Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage y el Índice de Desempeño Ambiental de la Universidad de Yale existe una correlación positiva entre el desempeño ambiental de un país y su libertad económica.
Por un lado, mayor libertad económica significa acceso a más productos y tecnologías que brindan alternativas más saludables -tanto de alimentación como de higiene personal- y un medio ambiente más limpio.
El mayor ejemplo es a nivel de sanidad, ya que la recolección de basura -potenciada por el reciclaje- disminuye las toxinas en el aire que son producto de enfermedades.
Por otro lado, está el control que permite la propiedad privada y consigo el cuidado de lo propio. Contrario a lo que sucede cuando “lo que es de todos no es de nadie” o cuando está a cargo de una entidad burocrática que el ciudadano no tiene acceso a auditar.
Fue precisamente de quien aspiraba a la presidencia de los EE. UU., Al Gore, que sonó la alarma más fuerte de la calamidad ambiental que se avecinaba y proponía controles gubernamentales para remediarlo.
En el 2006 lanzó el documental Una Verdad Incómoda donde auguraba que en 10 años “el mundo alcanzaría un punto sin retorno”. Esto le hizo acreedor no solo el premio Oscar sino el Nobel de la Paz.
Sin embargo, aquí estamos, en el 2019 y el mundo sigue girando.
Uno de los pronósticos más desalentadores fue el impacto de los deshielos sobre la población de osos polares; alegando que se habían ahogado.
No obstante, hasta la fecha, la población aumentó.
De acuerdo a la Dra Susan Crockford, zoologa de Canadá y autora de la obra Osos Polares: Mitos y Verdades , explica que entre el 2005 y el 2007 la población aumentó de 22.500 a 30.000, cifra que aparece en el informe del Global Warming Policy Foundation del Reino Unido (fundación para políticas de cambio climático).
La fundación lanzó un video documental narrado por la Crockford titulado “el terror del oso polar desenmascarado“. Ahí explica cómo en el Mar de Barents, solo en el 2017, nacieron 1.100 osos polares.
A su vez, afirma que en septiembre de 2007, la extensión del hielo marino era aproximadamente un 43% menor que en 1979. Y que esa disminución que no se esperaba hasta mediados de siglo, y todos los años posteriores fueron casi tan bajos o más bajos.
Pero sostiene que eso no necesariamente afecta a los osos. Mientras que para la población autóctona, los inuit -conocidos comúnmente como esquimales- sí resaltan cómo impacta su forma de vida y cómo la proliferación de osos podría cambiar su estado de especie en peligro de extinción, lo cual facilitaría su caza como medida de protección, ya que la presencia de los osos en zonas urbanas pone en peligro a sus familias.
De modo que más que la afectación sobre las especies y el planeta en sí, la actividad industrial humana tiene mayor impacto sobre las personas y por tanto el enfoque podría enfocarse ahí.
“Ahora se requiere una revisión externa exhaustiva del problema del estado del oso polar, no solo porque es lo correcto, sino porque puede ayudar a restablecer el apoyo público para la ciencia y la conservación”, dijo el Dr. Crockford.
Y es que el alarmismo, vinculado a la política, no ayuda a la causa del medio ambiente, dado que no suma consciencia de su cuidado sino que forma parte una agenda de control.
De hecho según la NASA, en el 2017 el agujero de la capa de ozono se redujo al nivel de 1988.