Argentina hoy conmemora, como todos los 2 de abril, el “Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas”. A lo largo del país se realizan diversas actividades y el presidente Mauricio Macri recibió a excombatientes de dicho conflicto.
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Para comprender está página histórica hay que analizar la situación política que atravesaban tanto el Reino Unido como la Argentina y sus respectivos mandatarios, la primer ministro Margaret Thatcher y el tercer titular del Proceso de Reorganización Nacional (autodenominación del gobierno militar de 1976 a 1983) Leopoldo Fortunato Galtieri.
“La Thatcher”, como se la llama por los pagos argentinos desde la guerra, que terminó su ciclo con una aplaudida gestión, no atravesaba su mejor momento político para 1982. Sus logros económicos relacionados con acertadas políticas orientadas a la liberalización de la economía británica tuvieron unos duros comienzos y su panorama para el momento de la guerra era incierto y complicado. Su mandato, iniciado en 1979, parecía estar más cerca del final que de otra cosa.
Por el lado de Galtieri la situación también era adversa. Un gran número de argentinos que había recibido con beneplácito el golpe militar que derrocó a la viuda de Perón ya se había cansado del gobierno de facto. Esto se debe a que la guerrilla prácticamente estaba aniquilada y ya no representaba la amenaza de unos años atrás. A sangre y fuego se había dejado atrás la violencia de los grupos armados de izquierda, que para marzo de 1976 habían dejado 1358 víctimas fatales confirmadas. Si bien hoy es difícil de concebir, el último gobierno militar había llegado con apoyo de la mayoría de los sectores políticos argentinos con un peronismo que no sostuvo a “Isabelita”, un radicalismo que reconocía “no tener la solución” para frenar la violencia y que “alguien debía dar la orden” (en palabras de los mismos dirigentes Balbín y Angeloz) y hasta con un Partido Comunista que solicitaba un gabinete “cívico militar”. Pero a seis años del “Proceso” y luego de la guerra sucia, la opinión pública buscaba nuevos aires y el apoyo al gobierno militar caía fuertemente.
Con este panorama el gobierno argentino, utilizando poco esfuerzo militar, recuperó el control de las Islas ante la escasa presencia militar real un 2 de abril de 1982. La especulación de Galtieri y compañía eran que el gobierno inglés no cruzaría el mundo para recuperar sus Falklands, pero ante una Plaza de Mayo colmada de optimismo nacionalista el militar exclamó: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. La operación política doméstica fue un éxito. Un gobierno desgastado y en decadencia tenía su plaza colmada y la fiebre patriótica argentina vivía probablemente su apogeo más grande de la historia.
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Margaret Thacher y “el Principito” (como el flamante y efímero gobernador de las Islas, Benjamín Menéndez, denominó) no lo dudaron y “vinieron”.
Las fuerzas británicas 73 días después recuperaron las Islas con un apoyo logístico chileno y un Pinochet que jugó a ganador. Perú, en cambio, brindó su apoyo a las fuerzas argentinas con su modesto potencial aéreo. Sin embargo, fue fundamental el apoyo de los Estados Unidos al gobierno británico. Galtieri ante la derrota se mostró sorprendido por esta actitud previsible para cualquier analista político aficionado. Solo a un delirante como Galtieri se le podía ocurrir que Ronald Reagan apoye a la Argentina comandada por un gobierno militar que hace menos de medio siglo simpatizaba más por el Eje Fascista que por los Aliados, contra su socio histórico.
La guerra terminó sellando el futuro de ambos gobiernos. Thatcher salió fortalecida y terminó su exitoso mandato recién para 1990. Galtieri se fue por la puerta de atrás y comenzó la transición a la democracia obtenida un año más tarde en 1983 con la llegada de Raúl Alfonsín.