
La foto de ayer con el titular del Banco Central de la República Argentina, Jorge Sturzenegger, junto al jefe de Gabinete y los ministros de Hacienda y Finanzas, que no hizo otra cosa que poner en evidencia, nuevamente, que no existe la independencia de los monopolios monetarios de los gobiernos, abre una nueva oportunidad para discutir la existencia de la banca central, sobre todo en momentos de irrupción de monedas privadas como el Bitcoin.
En la última vez que se llegó a debatir el rol del BCRA, Raúl Alfonsín le dejaba a Carlos Menem al inicio de los 90 una hiperinflación galopante con precios que se remarcaban a diario. A diferencia de la crisis de 2001 y de la herencia kirchnerista en 2015, donde la mayoría de la opinión pública jamás entendió que salió mal, cuando Menem impulsó la convertibilidad junto a Domingo Cavallo (un peso valía un dolar y no se podía emitir sin respaldo) había un consenso de que la inflación llegó de la mano de la emisión descontralada para financiar el Estado.
En esa oportunidad Argentina pudo haber dolarizado tranquilamente en lugar de la convertibilidad, pero se eligió ese camino para no herir susceptibilidades nacionalistas. Cuando el riojano dejó la presidencia le llegó a comentar a varios allegados que ese fue el error más grande de su gobierno. Cabe destacar que esto no hubiese sido una medida “liberal” ni mucho menos, ya que el dólar norteamericano es una moneda mala, como el resto de las monedas estatales e imponerla por ley poco de libertario hubiese tenido. Sólo que la economía de Estados Unidos y la demanda global de ese billete hace que sea “menos mala” que el peso argentino. Para ver que tan desastroso ha sido el desempeño del dólar con el correr de los años, no hace falta más que compararlo con el oro desde que se abandonó esa convertibilidad. Pero ante el desastre total de un peso argentino o un bolivar venezolano, un dólar norteamericano tiene olorcito a cielo.
Pero como dijimos, no hay dinero estatal bueno. Los billetes que usa todo el planeta emitidos por bancos centrales de países, o de varios países como el Euro, van de muy pésimos a malos. Luego todo es cuestión de comparación y contraste.
Luego de la irrupción de internet y la tecnología es evidente que el dinero “fiat” tiene fecha de caducidad próxima. Seguramente algunos países comiencen a ser permisivos con las monedas privadas y quedará en evidencia el desastre total de los papelitos de colores emitidos por los bancos centrales.
Hay que recordar que la moneda, hoy monopolizada por los estados, no fue un invento de ningún gobierno, sino de las personas (el mercado) que de manera espontánea encontraron una forma eficiente para reemplazar al trueque. De la misma manera que el intercambio de mercancías fue un avance en comparación con la economía de autosubsistencia, la aparición de un valor que permitió intercambiar sin la necesidad de que ambas partes tengan para ofrecer lo que el otro quería, sin dudas fue un avance para la humanidad.
La estatización de la moneda, a pesar de que no se perciba, seguramente sea el principal factor de que en el mundo todavía sigan existiendo la pobreza y la miseria. Cuando los gobiernos no estén en condiciones de manipular las monedas y se tengan que arreglar exclusivamente con lo que recaudan, sin el impuesto inflacionario, la humanidad dará otro paso histórico comparable a la revolución industrial. La única pregunta que podemos hacernos hoy es cuánto falta.
Desde la tecnología y el emprendedurismo llegarán las alternativas a los dineros estatales, sin lugar a dudas. Lo que queda por hacer es dar la batalla de ideas para que se comprendan los aspectos básicos de la política monetaria y preparar el camino para que los emprendimientos en esta materia no tengan interferencia gubernamental.