Ella, del poder absoluto a una banca en el Senado y a la representación de la decadencia, él, traicionado por su delfín se conforma con su rol de periodista. Ambos, Cristina Fernández de Kirchner y Rafael Correa se, dieron cita para consolarse mutuamente y jugar a los analistas que opinan sobre el “neoliberalismo”. ¿El resultado? La ignorancia total y la hipocresía a disposición del espectador.
“Muchas gracias por aceptar nuestra invitación y conversar esta vez sobre el neoliberalismo en un contexto global. Ese neoliberalismo que creíamos los dirigentes de izquierda ya superado, derrotado… de hecho, la primera ola del neoliberalismo era una ola de regresar al pasado”, manifestó Correa como introducción.
“Porque lo que existió primero fue el liberalismo económico. De ahí el nombre, el nuevo liberalismo. Porque después del estruendoso fracaso del final de la década de los veinte, con la gran depresión del liberalismo clásico, volvió, a finales de los años setenta, principios de los ochenta y con mucha intensidad en los noventa el nuevo liberalismo. Fracasó en todas partes del mundo, particularmente en América Latina que con más rapidez, intensidad y profundidad aplicó las recetas del Consenso de Washington”.
La argentina se dio cuenta que era su turno solamente por el silencio de Correa, que no formuló ninguna pregunta. Claro que ella decidió hablar del pasado reciente, y de su interpretación del presente, ya que del “neoliberalismo noventista” mucho para decir no tenía: acompañó en todas las elecciones a Menem, al que junto a su esposo, denominaron como “el mejor presidente desde Perón”.
Las falacias del ecuatoriano
Más allá del latiguillo del “neoliberalismo”, lo cierto es que Correa ha cometido, en sus dos apreciaciones dos graves falacias: la del fracaso del liberalismo original y el colapso de la supuesta “remake”.
El proceso que tuvo lugar entre la Revolución Industrial y la crisis del treinta, sin ninguna dudas fue el período donde la humanidad creció más en toda su historia. El mundo, que tenía como común denominador el hambre y la miseria, pasó a ver, con el correr de esos años, a la pobreza por primera vez como un tema de posible solución.
No es casual que las ideas de izquierda hayan surgido en ese momento. Siglos atrás, en el atraso total, sin importar si fuera el año mil después de Cristo, o antes de Cristo, nadie consideró nunca que una persona que no pertenezca a la nobleza pueda vivir alejada de la miseria. El proceso de acumulación de capital y de desarrollo que generó el liberalismo, cambió el mundo para bien y para siempre. Sobre todo para los no privilegiados.
A la hora de analizar el crash que Correa le adjudica al “liberalismo clásico”, que más allá de sus causas, sus suicidios y quebrantos, nadie podría decir que el mundo precapitalista era mejor, el expresidente cae en el típico error de que el “capitalismo” que generó tanto bienestar, en un momento, mágicamente explotó.
En contramano con lo que Correa (y demasiada gente) manifiesta, la crisis solo se explica por el fin de ese liberalismo puro, no por su aplicación o decadencia. Más precisamente, por la irrupción de la banca central, sobre todo de la Reserva Federal de los Estados Unidos.
Cuando la planificación centralizada, que terminó con las convertibilidades al oro y otros metales, pudo emitir sin respaldo y jugar con variables relacionadas con el interés y la expansión monetaria, con todas las distorsiones que esto genera, la crisis estaba a la vuelta de la esquina. Ludwig von Mises lo vio muy claro cuando rechazó un importante cargo en una entidad bancaria: “viene un gran crash, y no quiero mi nombre en modo alguno relacionado con él”.
En una economía libre pueden existir caídas y alzas de determinados sectores por un error en la interpretación y especulación de los agentes económicos. Pero cuando el crash es general, hay que mirar al Estado, su banca central y su manipulación monetaria y crediticia. En un sistema donde no exista todo esto, jamás pueden equivocarse todos los agentes económicos al mismo tiempo.
A la hora de evaluar el supuesto fracaso del “neo” liberalismo, Correa vuelve a equivocarse. Para empezar, olvida que las reformas de los años noventa no cayeron de un árbol, sino que son hijas de, no solamente el final del comunismo soviético (ahí sí que hay un fracaso serio para analizar) sino de los desastres, más leves y con menos muertos, del estatismo autóctono de cada país. Argentina es un claro ejemplo de esto, aunque Cristina Kirchner no haya dado muchos detalles al respecto por su pasado menemista.
La crisis de 2001 poco tuvo que ver con alguna privatización, desregulación o convertibilidad con el dolar. El desastre vino de la mano del fin del financiamiento externo, que se dedicó a cubrir un déficit fiscal, que permaneció, aunque el país se sacó de encima a sus empresas estatales deficitarias. Al igual que con la interpretación equívoca de lo sucedido setenta años atrás, al liberalismo se le asociaba una responsabilidad inexistente, pero con el común denominador de alguna responsabilidad del Estado. No del mercado.
A pesar de que estas cuestiones a simple vista puedan sonar técnicas, es necesario discutirlas. Si en el debate público, en las universidades y en la opinión pública hubiesen estado más claras las causas de las problemáticas de la historia reciente, la región se hubiera ahorrado el costoso fracaso del llamado “Socialismo del Siglo XXI”.