En momentos donde los funcionarios kirchneristas están acorralados por los recurrentes escándalos de corrupción, un nuevo fracaso total de los gobiernos de Néstor y Cristina sale a la luz: los datos del derrumbe de la producción tecnológica subsidiada.
A pesar de que se ha intentado en un sinnúmero de oportunidades y el resultado fue siempre fallido, el kirchnerismo insistió con la teoría de la “industria incipiente” y decidió arancelar la importación de electrónica para “impulsar” la producción local. Eligieron el Sur: Tierra del Fuego y fue la provincia beneficiada. El punto más austral, para el desarrollo de “las fábricas del fin del mundo”.
Rápidamente los precios de los artefactos subieron, la importación se encareció y se redujo, y los argentinos comenzamos a pagar fortunas por productos que en mundo civilizado son mucho más accesibles. Las historias detrás de la década K son insólitas. La industria local se convirtió en “ensambladora local”, y ante la negativa de empresas chinas de vender desarmado, hasta surgieron en el mercado del gigante asiático negocios de “desarme” de productos terminados para exportar a Buenos Aires. Si los argentinos son tontos, los chinos no tienen la culpa.
Con la llegada de Mauricio Macri se decidió que las computadoras importadas dejaban de tener el asesino 35% de arancel. Hoy se conocieron los resultados: de las 290 mil notebooks promedio que se “producían” durante el kirchnerato, el número se redujo considerablemente. El año pasado se terminaron 16 equipos.
No hay sorpresas
En diálogo con PanAm Post, el economista Adrián Ravier manifestó que el fracaso del experimento kirchnerista era totalmente predecible. “Estos procesos cuentan con una gran inversión al principio, pueden mostrar supuestos resultados de producción, pero se terminan cuando se quitan los subsidios, aranceles y privilegios”, manifestó el especialista.
Para Ravier, aunque se muestre algún resultado engañoso de lo que se produce, lo que no se ve ante los experimentos de sustitución de importaciones es lo que paga la sociedad: “precios más altos por productos de peor calidad”.
“A pesar de las teorías que se vienen desarrollando desde la década del 30, lo cierto es que más del 90% de la manufactura argentina no se exporta y queda en el país. Los productos terminan en un mercado local de consumidores que no tienen otras opciones por las barreras arancelarias. Por eso digo que hay que desmantelar la industria argentina. No porque tenga nada contra ella, sino porque 40 millones de personas no pueden ser esclavas de un grupo de empresarios que producen bienes de mala calidad y alto precio. Hay que liberar la competencia”, resaltó.