Las noticias del día en Argentina mostraron que el flagelo de la trata de personas y el abuso de menores no se detiene. Más allá de todos los esfuerzos, operativos y detenidos, siguen apareciendo prostíbulos clandestinos donde se desempeñan mujeres, muchas veces en contra de su voluntad, así como también niñas.
El reciente allanamiento en un departamento de Avenida Libertador, que trascendió esta mañana en los medios de comunicación, mostró un clásico escenario. Allí prestaba “servicios sexuales” una chica de 15 años que había llegado con la promesa de un trabajo como modelo. En el domicilio de los proxenetas se encontraron armas y todo tipo de elementos para el funcionamiento del “local”. Cientos de preservativos, juguetes eróticos y elementos de sadomasoquismo. La policía confirmó que la niña, que fue manipulada hace un año para llegar ahí, era sometida a todo tipo de extorsiones y presiones para que siguiera generándoles dinero.
Según el operativo policial que desarticuló a la banda, se encontraron registros “contables” del establecimiento y se confirmó que a diario el departamento recaudaba importantes cifras de dinero. Pero ante esta tragedia recurrente vuelve a salir a la luz una visión equivocada para lidiar con el problema. Una estrategia que seduce a ambos extremos del espectro ideológico y consigue el aval de la izquierda radical, como también de los más conservadores: la prohibición y represión del comercio sexual. ¿El lema contraproducente? “Sin clientes no hay trata”.
Por un lado, cuestiones morales o religiosas, por otro, prejuicios anticapitalistas mezclados con un feminismo retrógrado y autoritario. Lo cierto es que muchas personas consideran que no debe ser permitida la oferta sexual y que su ejercicio debe ser perseguido de la misma manera que la venta de autopartes robados.
La prohibición del comercio sexual, al igual que ocurre con el mercado de las drogas, no erradica la oferta. Simplemente la deja en manos de bandas de delincuentes que para funcionar corrompen a la policía, a la política y a la justicia. Cuando la prostitución queda en manos de las mafias, es mucho más probable que estas puedan tener a personas explotadas, en contra de su voluntad. Todo esto es posible cuando se opera en la ilegalidad, en las sombras, sin ninguna garantía.
Estas tragedias no son frecuentes en los países donde la prostitución funciona sin represión gubernamental. Las trabajadoras sexuales son adultas responsables de sus actos, que los eligen en libertad. La seguridad, tanto para las prostitutas como para los clientes, está ampliamente garantizada por esquemas privados, como se ve en varias ciudades del mundo.
Cuando desde el Estado se decide que no se podrá contratar ni ofrecer algún servicio sexual, los resultados son trágicos. En lugar de desaparecer el comercio sexual, este queda en manos de proxenetas violentos, que tienen como víctimas iniciales a las mismas trabajadoras (en caso de ser voluntarias y no esclavas, claro).
Estos personajes oscuros son los que compran jueces, policías y políticos para poder continuar con sus negocios. Es claro que cuando estos prostíbulos “caen”, rara vez se trata de que la policía hizo bien su trabajo. Lo más normal es que se haya caído un acuerdo comercial, que haya existido una desinteligencia entre las partes o que otro proxeneta haya encontrado la forma de reducir la competencia.
Lo que los conservadores y las feministas deben entender es que la mejor manera de terminar con estas situaciones es permitir los acuerdos libres y voluntarios entre las partes. Ellos no están obligados ni a consumir ni a ofrecer lo que no deseen. Si estos sectores logran comprender esta cuestión harán un gran aporte para terminar con la esclavitud sexual. Cuando la prostitución sea legal y a la luz del día, la mayoría de prostíbulos clandestinos desaparecerán de la noche a la mañana, ya que no tendrán razón de ser. Hoy por hoy están por todos lados en todo el país.
Ante el cambio de escenario, las organizaciones delictivas que deseen continuar explotando menores para una clientela particular, por así decirlo, enfrentarán una situación muy distinta. Ante la desaparición de la mayoría de los prostíbulos clandestinos será mucho más fácil y eficiente la persecución gubernamental a estos focos excepcionales en cuestión. Pero de continuar en este camino, la lucha contra la trata seguirá siendo un fracaso y la corrupción continuará fuerte como para tapar los negociados ilegales.