Raúl Alfonsín, conocido como “el padre de la democracia” llegó a la presidencia en 1983 con una clara consigna: “con la democracia se come, se cura y se educa”. El expresidente radical, primero en vencer al peronismo en elecciones nacionales, consideraba que el sistema democrático era la garantía para que los argentinos mejoren su nivel de vida. Lamentablemente se equivocó.
Hoy, a 35 años del inicio del proceso constitucional, muchas de las cuestiones que preocupaban al caudillo de la Unión Cívica Radical están peor. Aunque es positivo que hayan termindado las interrupciones militares, lo cierto es que hay que reconocer que las instituciones democráticas argentinas han dejado mucho que desear. Si bien esto no es excusa para abandonarlas, lo cierto es que hay que ser honesto con el balance preocupante y pensar soluciones concretas en lugar de slogans voluntaristas.
El fracaso del estatismo radical
La administración Alfonsín, que tuvo incuestionables logros como el juicio a las juntas militares, inédito en el mundo, y la consolidación del sistema democrático, también tuvo su costado oscuro. La política económica estatista, con empresas “públicas”, hiperinflación y aislamiento internacional, llevó a Alfonsín a abandonar el poder antes de tiempo. El “plan Austral”, su último programa económico, comenzó con una unidad monetaria de mayor valor nominal que el dólar y terminó poco después cotizando a 10 mil australes por cada billete norteamericano. En medio del desastre, le pasó el mando a Carlos Menem.
El experimiento “neoliberal”
Con un mundo que era testigo del colapso soviético y de la caída del Muro de Berlín, el peronismo se animó a un programa alternativo en Argentina a principios de los noventa. El mismo Carlos Menem que hasta hace poco abogaba por un retorno a la Constitución de 1949 (texto que hasta desconocía la inviolabilidad de la propiedad privada), privatizó todas las empresas de servicios públicos y se alineó con los Estados Unidos. Con un discurso que sedujo a la ortodoxia más pura, el exgobernador de La Rioja presentó su “reforma menemista” que tenía como máxima la reducción del Estado. La “Ley de la Convertibilidad”, que tuvo lugar luego de una confiscación de depósitos bancarios, erradicó por completo la inflación en Argentina, que tuvo su proceso de estabilidad más largo de la historia reciente.
Pero aunque la izquierda califique de “neoliberal” al gobierno de Menem, lo cierto es que lo que causó la inviabilidad del sistema y la explosión de 2001 no fue la agenda “liberal”, sino las malas costumbres estatistas. Aunque ni la convertibilidad ni las privatizaciones obedecieron a un modelo de libre mercado, ya que el tipo de cambio estaba fijo por ley y las empresas de servicios públicos pasaron de ser monopolios públicos a monopolios privados, lo cierto es que el país experimentó notables mejoras. Pero el déficit fiscal se mantuvo a la orden del día y el FMI junto al Banco Mundial financiaron la fiesta. De haber hecho una reforma del sector público y acomodado las cuentas en los noventa, hoy Argentina sería potencia. Sin embargo la corporación política mantuvo sus privilegios y todo voló por los aires.
2001: el golpe de Estado tabú
Aunque desde 1983 no hay interrupciones militares, en sintonía con la realidad de casi toda la región, lo cierto es que el final del gobierno de Fernando de la Rúa fue un golpe de Estado. No de personajes que salieron de los cuarteles, sino del peronismo y del mismo radicalismo, que tenía sectores que no querían saber nada con el presidente de su mismo partido.
Ante el cambio de doctrina del FMI, que le soltó la mano a Argentina en el peor momento, diversos grupos económicos fogonearon la caída del gobierno democrático con el fin de “pesificar” sus deudas en dólares.
Para 2002, luego de varios presidentes de transición, el peronista Eduardo Duhalde devaluó la moneda y se abrazó al repunte de los precios internacionales de los productos agropecuarios para salir del pozo. En medio de la crisis, los argentinos volvieron a perder sus depósitos bancarios.
El kirchnerismo y la actualidad
La historia reciente Argentina mostró un proceso autoritario, que volvió a lo peor del primer peronismo; que resultó en una persecución política tal que hasta un fiscal terminó sin vida.
Luego del colapso de 2001-2002, Argentina tomó el camino equivocado. Una mala interpretación de los problemas de la década del 90 arrastró al país a un experimento populista del que salió casi por casualidad. Durante los años de los períodos de Néstor y Cristina Kirchner, el país dejó pasar una oportunidad extraordinaria en materia de contexto económico internacional y se dedicó exclusivamente a financiar un populismo de corto plazo.
El apoyo a Cambiemos y Mauricio Macri fue hace tres años obligatorio. De no haber abandonado el proceso kirchnerista en diciembre de 2015, Argentina probbalemente ni hubiera estado en condiciones de experimentar recambio institucional democrático en 2019. Pero como la democracia reciente no ha mostrado más logros que el final de las dictaduras militares, el macrismo no dejó hasta el momento nada más que la salida del kirchnerismo.
El desafío pendiente de la democracia argentina es una reforma económica que se abrace al comercio internacional, en el marco de un Estado reducido y eficiente. Si Argentina puede consolidar cambios en este sentido, el futuro es prometedor.
De permanecer en esta senda, la continuidad de la decadencia se consolidará, inclusive de manera más fuerte que la misma democracia.
*Mamela Fiallo Flor colaboró en esta nota.