Aunque el presidente Mauricio Macri le haya mostrado al mundo un exitoso G20, con los líderes más importantes del mundo enamorados del malbec y de la mejor carne, Argentina sigue teniendo serias asignaturas pendientes en materia de normalidad. La impunidad y los caprichos del sector sindical siguen siendo ley, ante un Gobierno de definiciones orales interesantes, pero sin repercusión alguna en los hechos que puedan cambiar para mejor la vida de los argentinos.
Ya resulta extenuante escuchar al presidente argentino, como si fuese un simple comentarista, explicar al detalle los problemas del país, sin animarse a cambiar el rumbo. Recientemente Macri advirtió la “injusticia” de las acciones de los sindicatos de pilotos, pero los gremios redoblan la apuesta complicando cada vez más a los pasajeros.
Esta semana, por séptima vez en menos de 60 días, el sindicato de pilotos llamó a la huelga y nuevamente miles de personas se verán perjudicadas. Los vuelos que estaban programados para el jueves y viernes serán pospuestos para luego del fin de semana. El motivo real de la protesta: la negación a competir.
Aunque los sindicatos insisten con la excusa de que sus acciones tienen como finalidad la protección y la seguridad de los pasajeros, lo cierto es que lo único que protegen son sus propios privilegios. Ahora, ante un cambio en la regulación que permite que pilotos de otros lugares puedan venir a trabajar al país con menos impedimentos, los sindicatos locales pusieron el grito en el cielo y volvieron a parar el servicio.
“Están permitiendo el ingreso y la validación automática de licencias pertenecientes a pilotos extranjeros, sin exámenes en la Argentina que acrediten seguridad”, se quejó Pablo Biró, secretario general de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas.
Biró indico que todos los sindicatos van a llevar adelante “un plan de lucha que no está vinculado a ningún conflicto salarial en particular, sino con la política aerocomercial del Gobierno, que no tiene ninguna vocación de solucionar nada”.
Es claro que estos personajes se sienten amos y señores, que pueden hacer lo que les venga en gana y perjudicar a los usuarios las veces que lo consideren necesario. Ellos ya saben que no habrá consecuencias y que muchas de sus extorsiones han conseguido resultados, ante un Gobierno que parece tenerle pánico al conflicto.
Lamentablemente, la situación en la que se encuentra el país hace inviable una salida sin atravesar algunos conflictos. Hay grupos de presión que apuestan a la supervivencia durante el Gobierno de Cambiemos, para volver a sus lugares de privilegios sin cuestionamientos.
Durante el proceso kirchnerista, todos estos grupos de presión fueron parte orgánica del Gobierno, y es claro que quieren volver a ese escenario. La gestión actual se ha limitado a combatirlos desde la retórica y con buenos modales, hasta ahora sin ningún resultado.
Cambiemos tiene que elegir si desea desarticular para siempre a las mafias que impiden el desarrollo del país o si se va a limitar a un combate tibio, que pasará a la historia sin pena ni gloria sin alterar el improductivo statu quo argentino.