La discusión alrededor del aborto parece lejos de terminarse en Argentina. Aunque el Senado enterró el proyecto que planteaba la legalización, los partidarios del “pañuelo verde” continúan insistiendo y amenazan con un nuevo intento en el parlamento. Del otro lado, en el sector “azul”, la victoria legislativa del último año fue interpretada solamente como una batalla en el marco de una guerra sin cuartel, que pareciera recién comenzar. El sector “pro vida” no bajó la guardia y se mantiene firme ante los nuevos embates verdes, que prometen no detenerse hasta no conseguir lo que llaman “el aborto seguro, legal y gratuito”.
La posición intransigente que predomina en el sector que defiende la legalización de la mal llamada “interrupción del embarazo” es alarmante. Recientemente hemos sido testigos de cómo conocidos comunicadores -a los que no vale ni la pena mencionar- se mofaron de la muerte de Esperanza, la nena que fue extraída a los seis meses en Jujuy, que finalmente no pudo sobrevivir. Un conductor televisivo, en una actitud deplorable, escribió en sus redes sociales “al final no salvaron las dos vidas” con un corazón verde.
Pero si algo dificulta en la discusión la posición en favor de la vida y del niño por nacer es la perspectiva fanática, religiosa y mística, que aparece en algunos espacios del “pañuelo celeste”. Claro que los grupos feministas y los militantes en favor del aborto no pierden tiempo y viralizan estas posiciones, pretendiendo dejar en ridículo al bando contrario en general.
En una editorial de hoy en el diario La Nación, se hace referencia a las “niñas madres con mayúscula”. El artículo generó el debate del día en Argentina y las redes sociales se hicieron eco de la polémica pieza periodística. Allí, el editorialista defiende a las “madrazas” que admira: chicas de 12 y 13 años que han sufrido una violación y no han abortado. La columna hace referencia al “instinto vital” de las nenas, a las que las pinta de heroínas de una causa moral.
Seguramente que cada caso es un mundo, pero esta generalización que se basa en dos historias concretas (de las que no se menciona más que las iniciales de las niñas abusadas y embarazadas) parece ser más un golpe bajo, de los que acostumbra exhibir el sector que está en favor del aborto.
Los que defendemos el derecho a la vida de la criatura por nacer no podemos hacer distinción en los casos de abusos, descuidos u otras circunstancias. Aunque las abanderadas del pañuelo verde no puedan tolerarlo, nuestra posición en favor de la vida del bebé no se relaciona en lo más mínimo con la forma que fue concebido. Hoy, todos los que vivimos, estamos aquí y nada cambia si fuimos buscados, si falló un método anticonceptivo o si hubo un trágico hecho en contra de la voluntad de la madre. De la misma manera que una persona que ha sido buscada en el marco del amor y de una pareja no tiene ningún mérito, otra que su gestación fue producto de un abuso, no tiene tampoco la culpa en lo más mínimo.
Si bien la defensa de la vida aplica para el caso de las nenas que, lamentablemente, han sido abusadas, hacer referencia a las “madrazas” conscientes y ejemplares, cuando en realidad hablamos de chicas que fueron violadas en su infancia, es un despropósito.
Estamos de acuerdo en que el niño por nacer no tiene la culpa de lo sucedido y que no debe ser descartado, pero para defender esa posición no hay que caer en figuras épicas y mentirosas como la que hace referencia hoy el diario La Nación. Son nenas, son víctimas y hay que ayudarlas en todo lo posible sin cometer una segunda atrocidad, que sería la eliminación del bebé que lleva en el vientre. Hay que acompañarlas en todo sentido y brindarles todo lo posible para que el embarazo se desarrolle lo mejor posible y darles la posibilidad de que un día sí se conviertan en madres, o que los den en adopción. Pero hoy son víctimas a las que hay que acompañar con amor, recursos económicos, comprensión y contención. No son las heroínas literarias a las que se menciona en el diario.
Mientras continúa este debate, y sobre todo, luego de terrible noticia que significó para los defensores de la vida el deceso de la pequeña Esperanza, han proliferado mensajes, más místicos que religiosos, que en lugar de aportar a la causa la perjudican. No fueron excepciones las tristes referencias que hablaron de la supuesta derrota del “diablo” o del “maligno” (entre otras denominaciones), ya que la beba había sido bautizada antes de su muerte.
Claro que todos tienen derecho a ejercer su fe, pero hacer de la cuestión religiosa, y sobre todo con menciones a “Lucifer” y su batalla con el bien, un argumento central en el debate del aborto, no suma. Es más, perjudica a los que buscan los mejores argumentos éticos y científicos en favor de la vida. Nadie dice que abandonen sus convicciones íntimas, pero llevar al debate público la cuestión de la salvación de las almas mediante el bautismo, resta.
Ya suficiente tenemos los defensores de la vida en la discusión pública con las personas que consideran como opción el desmembramiento de los cuerpitos de los no nacidos como para tener que lidiar con argumentos semejantes, que dejan tanto que desear como los del otro bando.