La ley ya había sido aprobada por el Congreso Nacional de Argentina, pero faltaba la firma del presidente de la nación para promulgarla y que entrara en vigencia. Esta tarde, por medio del Boletín Oficial, en coincidencia con el Día Internacional de la Mujer, Mauricio Macri reglamentó la normativa. Por lo tanto, a partir de las elecciones de este año, “deben integrarse ubicando de manera intercalada a mujeres y varones de modo tal que no haya dos personas continuas del mismo género”.
La normativa en cuestión, que lleva el número 171/2019, tiene además de la firma de Macri, la del jefe de Gabinete Marcos Peña y del ministro del Interior, Rogelio Frigerio. Según el texto, “la igualdad real de oportunidades entre varones y mujeres para el acceso a cargos electivos y partidarios se garantizará por acciones positivas en la regulación de los partidos políticos y en el régimen electoral”.
Pero, más allá de las próximas conformaciones “igualitarias” de los cuerpos legislativos, es necesario analizar las implicaciones de la herramienta que llevará a esta paridad de 50 %. Al aceptar estas “acciones positivas” y la intervención en los partidos, como en el régimen electoral, estamos asumiendo dos cosas:
- Que las agrupaciones políticas son machistas y opresoras.
- Que las mujeres oprimidas encuentran dificultades en conseguir los espacios sin la coerción de un Estado interventor y justiciero.
Pero si los partidos suelen tener estas prácticas, ¿cómo es posible que los legisladores electos de estas agrupaciones políticas terminen aprobando estas normativas en el parlamento? Lo cierto es que, una vez más, vemos como se impone la costumbre de utilizar la coerción gubernamental para imponer las cuestiones que un grupo de iluminados consideran justas.
Aunque el dogma de lo políticamente correcto imponga la paridad de género coercitiva como algo indispensable, lo cierto es que la política argentina reciente mostró un desempeño activo por parte de muchas mujeres. Más allá de las afinidades y de las cuestiones ideológicas, durante los últimos años no han sido los hombres los que han marcado el pulso.
Nadie puede dudar del peso político de la expresidente Cristina Fernández de Kirchner, hoy principal dirigente opositora. También cabe destacar que muchos de los problemas de CFK con la justicia están vinculadas a denuncias judiciales de otra dirigente política: Margarita Stolbizer. La persona fundamental para la construcción de la alianza gobernante Cambiemos fue otra mujer: la diputada Elisa “Lilita” Carrió. Hoy, el oficialismo tiene en carpeta a Patricia Bullrich como candidata a posible vicepresidente para acompañar a Macri en la fórmula, luego de su fuerte desempeño en el difícil Ministerio de Seguridad. Otro caso digno de mención es el de la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, que en la actualidad es la dirigente política de mejor imagen del país.
La intromisión del Estado en el armado de las listas subestima a las mujeres, a las que trata de incapaces o de víctimas indefensas de un supuesto machismo, que, en teoría, vive en todos los partidos. Mientras el sentido común indicaría que las fuerzas políticas deberían elegir a sus mejores candidatos -sin importar el género- esta regulación no solo incluye a la fuerza a una mujer cada dos candidatos, sino que impide que dos mujeres aparezcan de forma consecutiva en las listas. Cuando un partido desee tener a dos candidatas de forma consecutiva deberá, por la fuerza, intercalar a un varón.
Es preocupante que los que consideren que esto deba ser una cuestión reglamentaria, ni siquiera tengan en agenda la posibilidad de que el cupo deba aplicarse a nivel partidario. Los legisladores, en lugar de impulsar la normativa dentro de sus fuerzas partidarias, caen en la costumbre de utilizar al Estado para perseguir sus fines. Incluso la mayor parte de los legisladores de todas las fuerzas han votado a favor, cuando no la totalidad. Lo que demuestra que el vicio del estatismo impera, hasta cuando ni siquiera hace falta para los fines de los mismos estatistas.
La igualdad ante la ley ha demostrado que las mujeres tienen las mismas aptitudes que los hombres. Hay legisladoras que han honrado sus bancadas y otras que han sido un fiasco. No depende del género, sino de sus aptitudes como individuos. Claro que lo mismo aplica para los hombres.
Una medida que apelaría a la dignidad de las mujeres, en lugar del cupo de 50 %, sería la derogación de la cuota actual. Es momento de apelar a una sociedad madura, que entre sus valores fundamentales impere el respeto por todos los individuos, sin importar el género, raza u orientación sexual.