Una de las fortalezas de la gestión de Mauricio Macri, sin duda, fue el apoyo que consiguió a nivel internacional. Sus reuniones con el presidente norteamericano, Donald Trump, y el importante respaldo de los Estados Unidos fueron las primeras muestras de que las vinculaciones importantes no serían una carencia para el líder de Cambiemos.
El exitoso G20 realizado en Argentina fue una muestra más en este sentido. El mandatario cosechó halagos de los principales líderes del mundo, que reconocen en Macri al dirigente que está sacando al país del populismo que significó el kirchnerismo.
En las últimas horas, los medios argentinos hicieron eco de nuevos respaldos por parte de importantes referentes internacionales. En la jornada de ayer, el rey de España, Felipe VI, dijo que respaldaba “los programas de reforma que están en marcha”. Esta mañana, Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura, también hizo referencia al complicado escenario que recibió Macri, pero advirtió que la situación ha mejorado:
“Veo al país mejor que ayer. Sin dudas hay un progreso. La política internacional es más libre y la economía está bien encaminada. Si al país el populismo lo hunde, salir requiere sacrificios, y los mayores sacrificios lo pagan los pobres. Pero el responsable es el populismo que con sus políticas destruyen las bases de un país. No hay reconstrucción sin sacrificios”, indicó el escritor luego de su arribo al país.
Nadie duda que Argentina viene de un proceso populista y que era necesario terminarlo en diciembre de 2015. El escenario político y su dinámica hizo que Macri sea el hombre a apoyar en esa circunstancia particular. Aunque los resultados en el ámbito económico sean peores incluso que los del kirchnerismo, no hay que dejar de lado que si Cristina Fernández reformaba la Constitución, es posible que Argentina hubiera perdido incluso la posibilidad de recambio. Aunque el peso se siga derrumbando, aunque crezca el desempleo y el país vuelva a vivir una de sus graves crisis económicas, el caso de Venezuela recuerda que siempre es preferible solucionar los conflictos en el marco de la instiucionalidad y el recambio democrático. Cuando un país se suicida es demasiado tarde y la reconstrucción es directamente desde las cenizas.
Pero lo que hubo antes no puede ser la justificación para los errores del presente. Lamentablemente, varios referentes de renombre e importancia internacional han entrado en el discurso oficialista que impone el Gobierno argentino: la situación es difícil porque la herencia es compleja, pero se está haciendo lo que hay que hacer para priorizar el largo plazo.
Lo cierto es que esta idea tiene algo de verdad, pero también algo de mentira. Los problemas que arrastra Argentina no son nuevos, es cierto, pero la verdad es que Cambiemos ha equivocado el diagnóstico y ha especulado con la situación. A marzo de 2019 sería mentiroso reconocer que el país sufre inconvenientes por reformas impopulares que darán los frutos en el futuro. El Gobierno de Macri ha dilapidado su capital político en un gradualismo fallido que evitó a toda costa medidas incómodas.
Cabe destacar que esta reflexión no tiene como finalidad llorar sobre la leche derramada. Lo que Cambiemos ha hecho en su gestión, en cierta manera, ya es historia. Subestimaron las experiencias Argentinas e insistieron en un experimento que ya ha demostrado su fracaso en más de una oportunidad: la idea de que una persona de “buena imagen” en el exterior puede atraer las inversiones necesarias para incrementar la recaudación y solucionar el problema del déficit fiscal sin “ajuste” del sector público.
Los dolores de cabeza que hoy sufre Argentina sí están relacionados por la herencia kirchnerista, pero han sido agravados por los problemas propios del macrismo. Insistir con la idea de que “estamos mal, pero vamos bien” es mentirle a la gente, ya que en el horizonte no se vislumbra la orilla.
Argentina necesita abrir su economía al mundo, reducir la carga impositiva y el peso del sector público y generar una reforma laboral que permita fomentar el empleo. Es cierto que al momento en que se implementen esas reformas existirán complicaciones. Pero eso será la “resaca” necesaria para salir de este largo proceso de ebriedad. Por ahora, el país sigue sufriendo una larga enfermedad, de la que la política parece no tener diagnóstico.