Todos nos equivocamos. Nadie es perfecto. Pero luego de que una persona comienza a percibir que el camino elegido no fue el acertado, lo peor que puede hacer es postergar la corrección. No modificar el rumbo y permanecer en el error incrementa considerablemente el costo y el daño. Pero los precios que se pagan para la mayoría de los mortales a veces no corren para los dirigentes políticos. En ese ámbito juegan otros intereses y siempre está la posibilidad de hacerle pagar los platos rotos a los ciudadanos de a pie.
Mauricio Macri se equivocó en diciembre de 2015 y él lo sabe muy bien. Heredó una complicada situación y en lugar de blanquear los problemas ante la opinión pública y comenzar a solucionarlos, el sucesor de Cristina Fernández eligió el camino equivocado. Cometió un error que no es nuevo en la política argentina: descartar una reforma de shock y confiar en la imagen propia para generar las inversiones que permitirían, en el mediano plazo, equiparar las cuentas públicas. Es decir, hacer una tortilla sin romper los huevos, evitando pagar los costos políticos de reformas tan impopulares como fundamentales y necesarias.
Como le ocurrió a Martínez de Hoz en los setenta y a Domingo Cavallo durante la crisis de 2001, el experimento “heterodoxo” fracasó rotundamente. El desempleo se incrementa a diario, los comercios bajan sus persianas, el peso se desploma y lo único que crece es la deuda, que no se utiliza para la implementación de reformas estructurales, sino para financiar la extensión de la agonía de un Gobierno que recuerda a la Crónica de una muerte anunciada de García Márquez.
Mientras tanto, lo único que dice el presidente argentino, que según varias encuestas ya cuenta con un rechazo mayor al de Cristina, es que los argentinos tenemos que “aguantar”. Incluso se pone literario: “Nunca hay tanta oscuridad como en el segundo antes de amanecer”, dijo hoy en una entrevista radial.
Para que tengan sentido los dichos de Macri, el proceso que debería estar ocurriendo tendría que ser uno muy distinto al real. El pedido tendría sentido en un escenario de ajuste del sector público y de reforma en el privado, con el país transitando los primeros pasos hacia un futuro desarrollo. Pero los argentinos estamos aguantando con un severo ajuste del sector privado, cuya única finalidad es mantener los privilegios del sector público y sus socios. La situación es tan impúdica que los voceros oficiales se andan lamentando en los medios porque la Corte Suprema dijo que los jubilados no deberían pagar impuesto a las ganancias.
Esta mañana el dólar llegó a los 45 pesos y la desconfianza en la economía argentina es total. El escenario es tan caótico que hasta los kirchneristas se animan a proponer un retorno al control de cambios. Muchas personas que iban a pedir permiso a la AFIP para comprar a 8 o 10 pesos ya ven la idea con cariño.
El panorama es realmente desastroso y el único plan que tiene Cambiemos es mantener todo como está, dentro de lo posible, hasta el día de las elecciones. Allí Macri espera competir mano a mano con Cristina y pedir nuevamente un voto de confianza. Pero lo cierto es que, al día de hoy, ya ni siquiera tiene la victoria asegurada contra la expresidente. Si CFK se baja, lo más probable es que el macrismo termine su ciclo a manos de un peronista que no genere demasiado rechazo en la opinión pública y la clase media.
Con este panorama, una gestión en standby de un presidente-candidato es una pésima idea. En su momento pudo haber tenido sentido especular hasta el final de mandato, cuando la situación no era caótica y todavía habían chances de un segundo período. Hoy Macri no tiene ni siquiera eso y su rival ideal puede negociar con el justicialismo y ni aparecer en el campo de juego. Argentina no puede darse el lujo de seguir desangrándose hasta las elecciones de octubre. Ni siquiera hasta las primarias de agosto ni hasta la presentación de listas de junio.
Macri tiene que comprender que su plan fracasó, debe renunciar a su candidatura urgentemente e iniciar las reformas necesarias con ímpetu, para que el que lo suceda no pueda volver atrás. Si continúa especulando, la situación que dejará, para él o para otro presidente, será mucho peor, y las reformas necesarias serán todavía más dolorosas.
Lamentablemente, no hay un día más para perder y los argentinos, sobre todo los más necesitados, no deberían pagar la cuenta de un capricho que ya está siendo demasiado caro para todos.