Este fin de semana la actriz venezolana Catherine Fulop le hizo pasar un momento dificil a Mirtha Legrand en sus tradicionales almuerzos de la televisión argentina. Aunque de forma amena y amable, la modelo nacida en Caracas le recordó a la conductora que ella fue una de las que le dio pantalla a Hugo Chávez a principios de la década pasada. Arrepentida, Legrand se excusó y reconoció que el mayor responsable de la tragedia venezolana le resultaba por entonces “tan seductor”. La actiz y modelo, sin perder la cordialidad, pero con firmeza, le recriminó que tarde se dio cuenta, como muchos otros, que en Venezuela se venía una dictadura.
Lamentablemente hicieron falta muchos años para que los principales referentes políticos a nivel global comprendan y asuman públicamente la destrucción institucional y la farsa electoral por parte del régimen chavista. Hoy, con un país desolado y una pirámide incontable de muertos y exiliados, la comunidad internacional parece asumir de a poco que el régimen de Nicolás Maduro es una dictadura insoportable. Cuánto desastre se pudo haber ahorrado si la presión tardía que ahora ejercen varios países hubiera comenzado tiempo atrás. Seguramente hoy Venezuela estaría dando los primeros pasos para su reconstrucción si el mundo hubiese tomado otra actitud hace unos años.
Los principales actores internacionales, como el Gobierno de los Estados Unidos, parecen apostar por la estrategia del “desgaste”. Y es posible que esto ya esté dando resultados. El régimen está cada vez más aislado financieramente y cada día que pasa tiene más problemas para financiar su mera supervivencia.
Pero seguir posponiendo la aplicación del artículo 187 inciso 11 no es gratis. A la hora de computar los pros y contras de esquivar o aplicar una solución definitiva en contra de la dictadura, no solo hay que tener en cuenta el daño estructural del país a futuro. Cada día que pasa la inacción es sinónimo de incontables muertes. Víctimas que hoy solamente podemos suponer promediando el desastre alimenticio, de seguridad, de falta de provisiones médicas y de electricidad.
A falta de estadísticas oficiales, la mera idea del desastre general es apabullante. 7 de cada 10 niños de los sectores más humildes presentan desnutrición según el representante de Cáritas para el país. Pero el desastre no se limita a las zonas donde se registran mayores índices de pobreza: en los centros urbanos la falta recurrente de agua ya causa serios problemas de salubridad, mientras que los pacientes que realizan tratamientos médicos o necesitan de la electricidad para mantenerse con vida, mueren como moscas. Todo esto sin contar las muertes por la inseguridad callejera y la represión descontrolada de una dictadura tan desesperada como aferrada al poder.
Aunque la salida es perfectamente constitucional, tanto en sectores de Venezuela como en el exterior se sigue dudando de la aplicación urgente del artículo que avala “el empleo de misiones militares venezolanas en el exterior o extranjeras en el país”. Mientras que el enviado de Estados Unidos para Venezuela dice que no se está pensando “en este momento” una solución militar y varios dirigentes políticos venezolanos insisten en el capricho de no querer deberle la libertad a otros países, la lista de muertos por diversas causas vinculados al colapso total sigue creciendo. A esta altura, Venezuela ya sufre un genocidio silencioso.
Es claro que tarde o temprano, como todos los experimentos autoritarios, la aventura desquiciada de Maduro llegará a su fin. La pregunta que nos tenemos que hacer es cuántas vidas humanas se tomará la espera. Víctimas sin sentido como los pacientes en diálisis que fallecen a diario por la falta de suministro eléctrico.
“Entre ayer y hoy nos reportan 15 fallecidos por falta de diálisis. Nueve de las muertes fueron en Zulia, dos en Trujillo y cuatro en el hospital Pérez Carreño de Caracas”, señaló Francisco Valencia, titular de una ONG vinculada a cuestiones médicas, durante uno de los tantos apagones de marzo. Las noticias de los principales medios del mundo ya naturalizaron las muertes de las personas que se encuentran con respirador artificial. En el mejor de los casos, un puñado de comunicadores tiene la lucidez de asociar el colapso al modelo político y económico implementado en Venezuela. Pero casi nadie tiene el coraje de pedir que se termine la masacre de una buena vez.
La dictadura ya cuenta con muy pocos voceros y el mundo se dio cuenta de la pesadilla interminable que sufre el pueblo venezolano. Incluso los más ideologizados y fervientes socialistas de los paises vecinos ya no pueden negar lo que escuchan de primera mano de la totalidad de los exiliados que tuvieron que huír de su país con lo puesto.
Pero los que aún reconociendo la tragedia que causa todos los días la dictadura, se niegan a una intervención para finalizar el terror, quieran o no son responsables de las víctimas que perderán sus vidas desde hoy al momento de que ocurra lo inevitable. La lista de muertos todavía puede ser demasiado larga y esas personas, que todavía hoy están con vida, no merecen ser víctimas, no solo de la dictadura, sino del pensamiento políticamente correcto, que ya no es inocente.