Pasaron dos décadas para que el tratado finalmente se firmara. Luego de una primera etapa limitada y una continuación directamente proteccionista durante los años del socialismo del siglo XXI, el bloque regional de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay finalmente se abrirá a comerciar con la Unión Europea. El Mercosur, que tenía como opciones proyectarse al mundo o morir, se decidió por la primera opción.
Jair Bolsonaro ya había marcado el pulso. Ni bien asumió envió a su ministro de Economía a dejar en claro que Brasil quería comerciar con todo el planeta, de ser posible. Si el Mercosur no lo seguía, el bloque podía pasar a la historia o limitarse a un rol testimonial. Mauricio Macri tuvo que tomar las riendas (algo que le ha costado en su mandato presidencial) y decidió encarar el proyecto fuertemente. Pero el proteccionismo de Francia lo dejó en stand by en más de una oportunidad y el jefe de Estado argentino casi termina su Gobierno sin exhibir una de sus medallas más buscadas. Finalmente, con la cooperación de Alemania y España el asunto se destrabó y desde la semana pasada el tratado está firmado. Las primeras proyecciones indican que el flujo entre los dos bloques podría generar la nada despreciable suma de 100 000 millones de dólares.
El Gobierno de Cambiemos festejó, el kirchnerismo duro criticó y Alberto Fernández llamó la atención. Pero ¿cuáles son las verdaderas implicaciones de un Tratado de Libre Comercio para la economía argentina?
Como dijo el periodista José Benegas, la mera firma del tratado es la invitación a participar de una carrera. No la garantía de ganarla o de hacer un papel digno. Argentina tiene elementos destacados para ofrecer al mundo como el agroganadero. Pero la lección kirchnerista dejó muy en claro que el estatismo, los impuestos y las regulaciones pueden ahogar hasta los sectores más pujantes.
Los exquisitos vinos de Mendoza y San Juan esperan para conquistar el mundo. Los limones tucumanos tienen una oportunidad histórica: pueden terminar dentro de la Coca Cola europea en cualquier momento. La soja que ya se despacha a China tiene posibles nuevos destinos y la proyección local del litio emociona a más de uno.
Sin embargo, todo lo que no se relaciona con las ventajas comparativas naturales tiene serios inconvenientes para desarrollarse. La industria argentina subsiste en su mayoría gracias a los subsidios y los productos vinculados al conocimiento (que se destacan en países como Israel) son prácticamente inexistentes. El sector de la ropa como el textil es tan protegido y caro como improductivo y la tecnología local es lisa y llanamente un chiste. Los proyectos para impulsar los productos tecnológicos en Argentina son centros de ensamblado de partes hechas en China. Algunas de las cosas que salen con la etiqueta de “Hecho en Tierra del Fuego” son productos terminados en el gigante asiático, que luego se desarman en otras empresas para enviarlos por partes a Argentina y volverlos a armar para poner a la venta como producto local. Quien haya leído la última oración y considere que malinterpretó algo y quiera releer… no es necesario. Es así como entendió. Así de delirante.
El mundo va quitándole posibilidades a la fallida y tradicional estrategia de vivir del campo y con eso subsidiar a la industria (insoportablemente cara para el público local). Los argentinos que tienen alguna posibilidad de viajar ya diseñan sus vacaciones familiares para comprar la ropa para el año y abastecerse de la última tecnología a precios razonables. Comprar un teléfono de nueva generación en Buenos Aires sale más caro que la suma de un pasaje a Nueva York o Madrid, unos días de hotel, comida y transporte… y el aparato en cuestión, claro.
Si Argentina mantiene su ineficiente estructura industrial, sin dudas que este, como cualquier otro tratado de libre comercio, será muy productivo para unos sectores y una sentencia de muerte para otros. Pero no hay que resignarse a potenciar el campo y vivir exclusivamente de los productos tradicionales de exportación. Los argentinos son buenos recursos humanos alrededor del mundo y ese buen desempeño lo pueden tener, lógicamente, en el propio país. Pero para eso se necesita cambiar las reglas de juego: bajar los impuestos (y por ende bajar el gasto público) y flexibilizar el mercado laboral.
Si emprender se torna más amigable, si la necesidad de realizar un despido no se traduce en la quiebra por un juicio laboral millonario y si abrir un negocio representa menos burocracia (y corrupción), Argentina tiene grandes oportunidades puertas adentro y hacia el mundo.
El tratado del Mercosur es una buena noticia. Ahora hay que hacer los deberes en casa.