Es el mayor espacio de la oposición y el sector que tiene más posibilidades de suceder a Cambiemos y a Mauricio Macri. Sin embargo, para que el “Frente de Todos” pueda llegar a ofrecer algo más amplio que el kirchnerismo duro, todos sus referentes tuvieron que ceder algo. La coalición presenta diferencias, casi irreconciliables, que lo único que podría mantener a sus espacios unificados sería ejercer el poder a partir de diciembre.
Hasta hace algunos meses era complicado imaginar en el mismo barco a Alberto Fernández, a la expresidente Cristina Fernández Kirchner (CFK) y a Sergio Massa. Aunque todos fueron parte de un mismo gobierno, la radicalización del kirchnerismo hizo que CFK terminara su mandato sin dos de sus principales espadas. Massa incluso llegó a competir electoralmente contra su espacio y le ganó a los delfines de Cristina una elección clave: la que pudo haber generado el caldo de cultivo para una reforma constitucional. “Nosotros frenamos el sueño de la Cristina eterna”, repitió orgulloso hasta hace muy poco el dirigente de Tigre. Ahora explicar por qué encabeza su lista de diputados en la provincia de Buenos Aires es, como mínimo, complicado.
Alberto Fernández, que dejó el kirchnerismo en 2008, dijo en más de una oportunidad que no encontraba virtudes en el último mandato de Cristina, que casi no acompañó. Sus críticas fueron durísimas y hoy las utiliza como corroboración de una tesis rebuscada: “Si ella me buscó a mí, que fui tan crítico, quiere decir que cambió”.
Kirchner no es tonta y sabe que con su núcleo duro de fanáticos no puede ganar una elección. Ni nacional, ni provincial. Es cierto que el kirchnerismo es el espacio más fuerte del electorado, pero es una fuerza minoritaria y repudiada por una mayoría diversa. Ese espacio no tiene ninguna cohesión, claro. Hay macristas, antimacristas, peronistas no kirchneristas, liberales, socialistas, todos grupos menos representativos que el kirchnerismo en número, es cierto. Pero con el kirchnerismo no alcanza para conseguir la mitad más uno en ningún lado. Las elecciones locales donde los K fueron solos, los resultados no los acompañaron. Lo mismo pasó con el macrismo, que tuvo que convocar a Miguel Ángel Pichetto para bañarse de peronismo y ampliar su base.
Massa le aporta a CFK un voto que la había abandonado, especialmente en la provincia de Buenos Aires, donde el Frente de Todos enfrentará a María Eugenia Vidal con un candidato “K puro”, como el exministro de Economía Axel Kicillof. Alberto le otorga credibilidad y aleja los fantasmas de la radicalización. El exjefe de Gabinete es un hombre bien visto en el establishment y su candidatura fue bien recibida por los mercados. Aunque el “albertismo” no tiene votos propios, es el mayor capital político para Cristina. Su rol de moderado es lo único que puede atraer al voto desilusionado de los macristas que jamás votaría por ella.
Pero la campaña tiene sus limitaciones, ya que los tres personajes en cuestión expresan cosas distintas. Massa necesita que pase rápido todo esto para posicionarse como próximo presidenciable, Alberto quiere ser presidente y Cristina… nadie sabe que quiere Cristina.
Las especulaciones son la del retorno vengativo, la del retiro honroso en el Senado (en Argentina el vicepresidente preside la Cámara Alta) y otros hablan de la búsqueda de la impunidad. Por ahora, todo esto es parte de la especulación. Lo que sí es claro es que la expresidente fue la que manejó “la lapicera” en las listas de legisladores, por lo que la mayoría de senadores y diputados electos le responderán directamente a ella. Al menos el día uno.
De esta manera, Massa, Alberto y Cristina buscarán consolidar su voto propio y tratar de convencer a sus seguidores que no se “asusten” de los compañeros que llevan en la boleta, ya que son una necesidad. La promesa es que, una vez electos, es el momento de ellos. Alguien tiene que ganar y otros que perder. Al menos que esperar.