Hay que reconocer que todavía no se puede decir a ciencia cierta cómo está formado (o lo estará) el equipo del “albertismo“. Pero como el mismo presidente electo no confirma ni desmiente absolutamente nada, los rumores dan vuelta impunemente por los medios de comunicación y en las opiniones de los analistas. A veces tranquilizan, como cuando se evalúa a Guillermo Nielsen para el puesto de Hacienda, pero a veces es todo lo contrario.
Mercedes Marcó del Pont, economista cristinista, célebre por su mala gestión en el Banco Central de la República Argentina (BCRA) y por acuñar la frase es “un mito neoliberal” que la emisión monetaria para financiar al tesoro genere inflación (¿cómo podría llegar a irle en el BCRA?), es una de las candidatas a ocupar un rol importante en el nuevo Gobierno. Este fin de semana propuso una medida tan trascendente como delirante —en sintonía con lo que fue su gestión— para solucionar el “problema” del dólar en argentina: “desdolarizar”.
La economista, que suele decir que evaluar una dolarización sería “el tiro de gracia para la soberanía nacional”, tuvo un momento de lucidez este fin de semana al manifestarse en contra de otra vieja y fracasada política que se intentó varias veces en Argentina: el desdoblamiento cambiario (“diferentes precios” de dólar para importar, exportar, turismo, ahorro, etc.). Marcó del Pont reconoció que esa medida, ni ninguna otra implementada por el monopolio monetario, transformará los problemas en “un lecho de rosas”. Sin embargo, insistió en la mágica y voluntarista propuesta de “desdolarizar la economía argentina”.
Esta idea es probablemente la manifestación más infantil en materia monetaria. Creer que ante cada crisis cambiaria y disparada de la moneda norteamericana podemos llegar a hacer algo como por arte de magia para que se queden estables los precios del combustible, alimentos, propiedades, etcétera, es ignorar la raíz del problema: el peso argentino.
No es que tengamos un fetiche con la divisa norteamericana. En el fondo del alma debemos hasta odiarla, claro. Cada vez que ocurre una nueva crisis tenemos que ir tras ella como insulina para un diabético, como un tanque de oxígeno en momentos sin aire. Tenemos con el dólar una relación amor-odio. Vivimos tranquilos cuando no es tema de debate, pero recurrimos al billete de la Reserva Federal (FED) con desesperación cuando se hunde el barco.
Lo cierto es que detrás de cada corrida, de cada quiebre del Estado y de cada megadevaluación, no hay otra cosa que un nuevo fracaso de la moneda nacional, se llame como se llame. Y detrás de cada colapso están siempre los mismos problemas: gasto público, deuda, emisión, irresponsabilidad fiscal, endeudamiento y soluciones precarias a corto plazo. Algo deberían decirnos los 13 ceros que perdió la moneda desde la creación del BCRA y desde su nacionalización a manos del primer peronismo.
Utilizar la coerción del Estado para suprimir los precios libres, que se manifiestan en el dólar, no sería otra cosa que esconder los problemas de fondo debajo de la alfombra. En este sentido, Marcó del Pont propone una tragedia triple: desconocer la verdadera problemática, incrementarla y suprimir sus consecuencias.
En su momento Argentina demostró que no necesita ninguna otra moneda, ni para circulación ni para referencia. Hacia 1895 el país que hoy se puede mostrar como ejemplo solamente ante el desastre venezolano, supo tener el producto interno bruto (PIB) per cápita más alto del mundo. Sí, por encima de los Estados Unidos y sin utilizar su moneda tan deseada hoy por todos. Pero para tener algo de la estabilidad de aquellos años hay que hacer todo lo contrario de lo que viene haciendo el país en los últimos setenta años. Lamentablemente, Marcó del Pont propone radicalizar el sistema arruinado. Si Alberto Fernández la escucha, fracasará inevitablemente.